Nuestro cerebro está «diseñado» y entrenado para realizar varios cálculos cotidianos, como por ejemplo: podemos juzgar con cierta aproximación cuán distantes o cercanos de nosotros están los objetos, ya sea un auto en movimiento o un simple vaso de leche.
Como es un cálculo que hacemos diariamente se convierte en una tarea tan habitual y automática que no nos percatamos de la complejidad de la misma. Acerquémonos a lo que sucede en nuestra mente cuando debemos sacar este cálculo, aparentemente sencillo.
Cuando miramos un objeto nuestros ojos proyectan una estructura tridimensional en una retina bidimensional. Así, para poder «ver» las tres dimensiones nuestro cerebro debe reconstruir un mundo tridimensional a partir de las imágenes bidimensionales obtenidas de la retina. Hemos aprendido a juzgar una gran variedad de pistas visuales, a algunas incluso podemos acceder a partir de la visión monocular (mirando con un solo ojo) mientras que las más complejas involucran la visión binocular (ambos ojos).
La visión binocular nos brinda una percepción más precisa de la profundidad, permitiéndonos juzgar las pequeñas diferencias entre las imágenes de las dos retinas; al contrario, la visión monocular nos brinda un campo de visión más largo o extenso. La oclusión (cuando un objeto oculta de forma parcial o completa a otro), le permite al cerebro evaluar la distancia relativa y la persona puede juzgar no solo la distancia entre sí mismo y el objeto sino entre ambos objetos.
Otra pista monocular se obtiene a través del movimiento , se trata simplemente de los movimientos del cuerpo o de la cabeza que realizamos para poder evaluar la distancia. Mover la cabeza hacia atrás o hacia los lados nos permite observar los objetos desde diferentes ángulos. Un objeto cercano a nosotros se moverá más rápidamente en la retina en comparación con un objeto distante y esto nos permite determinar cuál de los dos objetos es más cercano. Por ejemplo, cuando vamos conduciendo el coche, los objetos cercanos pasan más rápidamente mientras que los que están en la distancia parecen estáticos.
Así, nuestro cerebro se mantiene calculando constantemente los tamaños y las distancias pero aunque el cerebro está genéticamente programado para juzgar las distancias y profundidades a partir de señales o pistas visuales, toma tiempo calibrar adecuadamente esta capacidad. Inicialmente los niños pequeños son pésimos jueces del espacio y solo a partir del entrenamiento les resulta posible desarrollar la posibilidad de calcular las distancias. No obstante, llegar a la adultez no nos convierte en jueces expertos, en aquellos territorios pocos conocidos como puede ser una vía montañosa o en el medio del mar, usualmente nuestros cálculos sobre la distancia o la profundidad fallan ya que nuestro cerebro no está adecuadamente «calibrado» para evaluar esas nuevas pistas y debe variar las ecuaciones que tenemos aprendidas.
Fuente:
Sejnowski, T. (2009, Noviembre) Ask the Brains: Are our Brains Constantly Making Subconscious Calculations? Scientific American.
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