Cuando se ensalza la felicidad y la alegría, el resto de los sentimientos vienen a menos. De hecho, vivimos en una sociedad que nos anima a ocultar las emociones negativas con frases como “no pienses en eso”, “no te preocupes” o “ya pasará”.
De esa forma nos acostumbramos desde pequeños a ocultar los sentimientos, en especial el miedo y la ansiedad, pero también la tristeza y la desesperanza, así como la rabia, la culpa o la vergüenza.
A simple vista, tiene sentido deshacernos de lo que nos genera malestar. Sin embargo, en realidad no es tan fácil deshacerse de las emociones y sentimientos, en especial los negativos, ya que nacen con intención de perdurar.
La inutilidad de ocultar los sentimientos
Las emociones provienen de las zonas menos evolucionadas de nuestro cerebro. Son respuestas más intuitivas e impulsivas, reacciones primarias que se comportan como una brújula para indicarnos lo que nos gusta o lo que podría dañarnos.
A medida que crecemos, a esa capa básica se va superponiendo una capa más racional, dirigida fundamentalmente por los lóbulos frontales, que nos ayuda a matizar lo que sentimos y reflexionar nuestras respuestas. Entonces nuestro comportamiento empieza a estar más gobernado por la lógica, la razón y la objetividad.
Las emociones, sentimientos e impulsos quedan subordinados al raciocinio, excepto cuando se vuelven muy intensos y difíciles de ignorar. En ese punto, pueden poner en marcha un secuestro emocional en toda regla, de manera que nos dejamos llevar por lo que sentimos.
Cuando las emociones son “negativas”, como la tristeza, la desilusión o la ira, todo a nuestro alrededor nos empuja a ignorarlas y olvidarnos de ella. Pero no es tan fácil como pulsar un botón y volver a ser la persona racional y comedida que éramos. Con demasiada frecuencia, ese consejo simplemente no se puede aplicar porque las emociones nos desbordan y nos impiden pensar con claridad. De hecho, las emociones existen por una razón. Y ocultarlas no es la mejor solución.
Como escribiera Hermann Hesse: «no digas que ningún sentimiento es pequeño o indigno. No vivimos de otra cosa que de nuestros pobres, hermosos y magníficos sentimientos, y cada vez que cometemos una injusticia contra uno de ellos, apagamos una estrella«.
¿Cómo liberarte de las emociones desagradables?
Imagina por un momento que intentas dialogar con un niño de tres años en medio de una rabieta. Es posible que tus intentos de hacerlo entrar en razón sean infructuosos. De la misma manera, intentar reprimir u ocultar las emociones convocando tu diálogo interno con frases como “no pasa nada” o “no debo sentirme así” suele ser inútil.
El sistema emocional de nuestro cerebro puede ser básico, pero no es tan fácil de engañar y desactivar. Si intentas ignorar, menospreciar o descartar su punto de vista – en vez de validarlo e intentar comprenderlo – es probable que esa parte de ti termine imponiéndose. De hecho, es posible que se intensifique haciendo sonar las alarmas aún más fuertes, de manera que la ansiedad transmute en pánico, el desánimo en desesperación o la frustración en una rabia descontrolada.
Entonces, ¿qué puedes hacer?
Solo después de que un niño pequeño ha liberado su frustración o tristeza, logra calmarse. Asimismo, es importante que no destines energía psicológica en intentar adormecer u ocultar las emociones. En vez de rechazarlas, ábrete a ellas.
Préstate atención con amabilidad. Ponle nombre a lo que sientes e intenta comprender qué mensaje desean transmitirte esas emociones. Sean cuales sean, te permitirán conectar mejor con tus necesidades, unas necesidades que probablemente llevas mucho tiempo postergando.
Date permiso para sentirte triste, enfadado, desilusionado, frustrado, hastiado… Esas emociones no son tus enemigos, son señales de que algo no anda bien en tu interior y necesitas ajustarlo.
No intentes reprimir, minimizar u ocultar lo que sientes. Más bien pregúntate de dónde provienen esos sentimientos y qué puedes hacer – no para sentirte alegre – sino para sentirte seguro, comprendido y escuchado. La clave consiste en que aprendas a darte la comprensión y el cuidado que das a los demás.
Es un cambio de perspectiva en la relación contigo mismo que merece la pena. Luego, esas emociones desaparecerán como por “arte de magia”, simplemente porque ya han cumplido su cometido de alertarte y les has prestado atención.
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