Cuando los hijos son pequeños, los problemas suelen ser pequeños. A medida que crecen, los problemas se vuelven más complejos y suelen aparecer conflictos que enturbian la relación. A pesar de ello, muchos padres e hijos luchan por llevarse bien. Intentan mantener la relación a flote, pero algo los empuja al fondo.
A veces el motivo de ese distanciamiento no es un oscuro trauma emocional arrastrado desde la infancia ni un conflicto latente arraigado en lo más profundo del inconsciente sino algo mucho más banal: no tienen nada – o casi nada – en común. Y cuando no existen esos supuestos compartidos, es difícil conectar emocionalmente.
La lucha por conectar a un nivel profundo
En algunas familias, a sus miembros les encanta la idea de pasar tiempo juntos, pero cuando se unen, les cuesta conectar. Es como si existiera un muro invisible entre ellos. No logran encontrar puntos en común más allá del parentesco que los unen. Se perciben como extraños y la conversación se resiste, por lo que la sensación de incomodidad no tarda en instaurarse.
En ocasiones, esa desconexión no es bidireccional. O sea, un miembro puede sentir que conecta, pero otros perciben que se trata de una conexión superficial. De hecho, no es inusual que muchos padres y madres luchen por conectar con sus hijos y entablar una conversación, pero a estos no les resulta significativa.
Obviamente, también puede ocurrir lo contrario: los hijos pueden intentar involucrar a sus padres en actividades que les apasionan, pero no perciben entusiasmo de la otra parte o no despiertan el interés que esperaban.
A la larga, los intentos fallidos de tender puentes pueden terminar acrecentando la distancia psicológica entre padres e hijos. Cada encuentro superficial deja una sensación de vacío que va generando una frustración creciente, por lo que las relaciones con los hijos adultos se enfrían cada vez más y la brecha se profundiza.
Cada intento infructuoso de conectar se convierte en una curita sobre una herida profunda, por lo que a menudo solo amplifica la incomodidad que ya genera la superficialidad. Ante esa desconexión, los hijos o los padres pueden empezar a buscar excusas con un barniz de validez para dejar de verse. ¿Es posible solucionarlo? ¿Cómo mejorar la relación con los hijos adultos?
Lo primero es lo primero: ¿Qué ha causado la distancia?
Comprender qué ha generado esa especie de alienación emocional es el primer paso para acortar la distancia. Este fenómeno es más habitual cuando un padre o un hijo adopta una nueva religión, estilo de vida o pasatiempo tan abarcador que termina limitando su universo de intereses, dejando poco espacio para otros temas de conversación.
También se produce cuando los padres o los hijos han tomado caminos diferentes o han dejado de verse durante mucho tiempo, de manera que sus prioridades o forma de ver la vida han cambiado radicalmente y las costuras que antes los unían se han ido aflojando.
En otros casos, esa desconexión es de larga data ya que, a fin de cuentas, los hijos no son una copia fiel de sus padres. A veces los niños comienzan a desarrollar intereses diferentes, pero mientras viven bajo el mismo techo de sus padres, la logística diaria bastaba para que todos se sintieran conectados. En cambio, cuando el hijo crece y toma su rumbo, se vuelve más evidente la bifurcación de los caminos.
Tampoco debemos olvidar un viejo adagio popular que dice que “las personas se parecen más a su tiempo que a sus padres”. Aunque la impronta familiar es innegable, toda época genera una homogeneidad con vocación de perseverar. Se comporta como un ecosistema de modelos repetidos, usanzas compartidas y formas de pensar.
En muchas ocasiones, los modelos culturales de padres e hijos simplemente difieren, por lo que sus realidades y forma mentis no logran encontrar esos puntos de superposición imprescindibles para conectar.
Y cuando eso ocurre, cuando las creencias, ideas, opiniones, aspiraciones y realidades difieren demasiado, se hace un silencio incómodo que resiste incluso a los intentos bienintencionados de encontrar la chispa que genere el ansiado vínculo para mejorar la relación con los hijos adultos.
¿Cómo mejorar la relación con los hijos adultos construyendo un puente sólido?
Las familias pueden intentar cerrar la brecha, pero solo si todos tienen el deseo de conectar. La motivación de los padres por mejorar las relaciones con los hijos adultos o el deseo de los hijos por conectar más con sus padres no bastan, todos tienen que remar a una.
Y la vía no es devanarse los sesos buscando esa actividad que os permita conectar, sino escuchar al otro, con auténtica curiosidad y apertura total. Es tan simple como parece. Y a la vez tan difícil.
La clave no es lograr que a tu hijo le guste lo que te gusta a ti, o que tus padres compartan tu punto de vista, sino abrirse al otro e intentar comprenderlo. Y eso se logra con humildad intelectual y empatía. Todos somos diferentes. Y eso es precisamente lo que nos enriquece, siempre que sepamos apreciarlo.
Quizá no puedas hablar con tus padres sobre el influencer de turno o la última moda, pero puedes aprender de su experiencia vital. Y quizá los padres crean que sus hijos son un poco inmaduros o que sus intereses no tienen mucha enjundia, pero pueden aprender nuevas cosas de ellos para desenvolverse mejor en el mundo de hoy.
Con un poco de esfuerzo por ambas partes, se puede crear un vínculo más rico e interesante. Hay que esforzarse por valorar lo que el otro puede aportar y aceptarle como es, sin pretender que cambie para encajar con nosotros.
Y en algunos casos, también habrá que reconocer que quizá no se pueda lograr el nivel de cercanía e intimidad que se desea porque ambos mundos están separados por una galaxia. Quizá no sea lo ideal, pero no tiene por qué ser un desastre, siempre que la relación entre los padres y sus hijos adultos se mantenga dentro de los límites del respeto y el reconocimiento mutuo.
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