Cuando el año arranca, hacer una lista de buenos propósitos parece un ritual inevitable. “Este año sí que voy al gimnasio”, “leeré 20 libros”, “finalmente ahorraré para ese viaje”… Pero, ¿te ha pasado que en febrero ya no recuerdas ni la mitad de tus objetivos? O lo que es aún peor: te sientes culpable por no cumplirlos. En esos casos, quizá haya llegado el momento de intentar algo diferente: en lugar de objetivos, elige una palabra de intención.
Los objetivos, esa arma de doble filo
Plantearnos objetivos no es negativo. De hecho, es recomendable y nos enseñan a hacerlo desde pequeños. Lo que a menudo no nos enseñan es que el camino hasta su consecución está lleno de trampas psicológicas que pueden dinamitar nuestras mejores intenciones, haciéndonos sentir como unos fracasados.
- El efecto “todo o nada”. En muchas ocasiones, los objetivos son demasiado específicos, de manera que, si nos desviamos un poco en el camino, pensaremos que hemos fallado por completo. Si te has propuesto correr una maratón y te lesionas justo antes, sentirás que has fracasado. Si te propusiste perder 10 kilos y “solo” has bajado 7, también sentirás que no ha sido suficiente. Los objetivos muy específicos a menudo son demasiado rígidos, por lo que dejan poco espacio para adaptarse a los imprevistos. Como resultado, si no los consigues, tendrás la sensación de que no has hecho nada, aunque realmente hayas avanzado. Por eso, en sentido general hay que evitar pensar en términos de «todo o nada».
- La dictadura del “debería”. A veces establecemos metas simplemente porque creemos que “deberíamos” lograrlas, no porque realmente nos importen. Queremos perder peso porque quienes nos rodean son delgados, nos apuntamos al gimnasio porque todos van o nos proponemos aprender un nuevo idioma porque está de moda. Como ese tipo de objetivos están desconectados de nuestras verdaderas necesidades y deseos, están sustentados en una motivación extrínseca, que se agotará más temprano que tarde, dejando tras de sí un inevitable sabor de insatisfacción y fracaso.
- La visión túnel. Cuando conducimos demasiado rápido, nuestra visión se estrecha, por lo que no podemos ver lo que sucede en nuestro entorno más amplio. El estrés y la ansiedad también estrechan nuestro campo visual, así como ciertos objetivos. Cuando nos enfocamos demasiado en lograr una meta, podemos descuidar otras cosas importantes, lo cual suele generar un desequilibrio en las diferentes esferas de nuestra vida que, a la larga, afectará nuestro bienestar. Obsesionarnos con una meta puede hacer que nos olvidemos de disfrutar del resto de las cosas, supeditando nuestra felicidad a su logro.
A la larga, unos objetivos mal planteados o intrascendentes pueden convertirse en una fuente innecesaria de estrés. La buena noticia es que podemos seguir creciendo y avanzando en la vida sin necesidad de plantearnos esos propósitos formalmente.
Una palabra que lo resuma todo
La idea detrás de la palabra de intención es tan simple como poderosa. En lugar de escribir una lista interminable de objetivos, elige una palabra que capture la esencia de lo que quieres lograr y, sobre todo, de cómo quieres sentirte a lo largo del año o de cualquier otro periodo de tiempo que elijas.
Puedes escoger palabras como “resiliencia”, “gratitud”, “apertura” o “presencia”. Esa palabra actuará como una brújula, guiando tus decisiones y acciones de manera mucho más natural, permitiendo que te vayas adaptando a los cambios que inevitablemente se irán produciendo durante ese periodo. De hecho, usar una palabra de intención tiene muchos beneficios psicológicos:
- Enfoque claro. Actúa como un recordatorio constante de tus prioridades y valores, sin necesidad de tener en mente largas listas de objetivos. Te ayuda a centrarte en lo que realmente te importa con mayor facilidad.
- Flexibilidad. Lo mejor de la palabra de intención es que se adapta a diferentes situaciones y etapas vitales, por lo que te brinda margen de maniobra suficiente para reajustar tus planes sin sentirte culpable.
- Reduce el estrés. Al evitar la presión que implica tener que cumplir objetivos específicos, puedes vivir de forma más relajada y alineada contigo mismo, lo que a la larga te ayudará a cumplir tus planes.
- Motivación sostenible. Con la palabra de intención no dependes únicamente de la fuerza de voluntad, sino que te dejas inspirar por un concepto que te guía e impulsa desde el interior.
- Mayor autocompasión. Te permite avanzar sin juzgarte por lo que hiciste o dejaste de hacer, celebrando cada pequeño paso que responde a tu intención. Así podrás mantener una actitud más positiva a lo largo del camino.
¿Cómo elegir tu palabra de intención?
Se suele decir que de la intención al hecho hay un buen trecho. Pero esa distancia se acorta cuando las intenciones son fuertes y estables, según un estudio realizado en las universidades de Leeds y Sheffield. En ese caso, realmente tienen el poder de cambiar nuestro comportamiento. Estos investigadores comprobaron que la clave consiste en plantearse intenciones razonables, coherentes y motivadoras, que resuenen con nuestro sistema de creencias y valores.
- Reflexiona sobre el pasado. Tómate un respiro para mirar hacia atrás: puede ser al año pasado o cualquier otro periodo de tiempo que elijas. Pregúntate: ¿qué te faltó o qué desearías haber tenido más? ¿Qué momentos te generaron una sensación de insatisfacción? ¿Hubo situaciones en las que deseaste tener más paciencia, coraje o calma? Este ejercicio de introspección puede darte pistas para identificar los aspectos que deseas fortalecer.
- Escoge una palabra que resuene contigo. ¡Olvídate de las palabras bonitas, rimbombantes o que suenen bien! La palabra de intención debe emocionarte o inspirarte. Debe reflejar tus deseos, emociones y/o valores. Por tanto, pregúntate: ¿esta palabra refleja lo que quiero para mí? Si al pronunciarla sientes un pequeño «clic» dentro de ti, es probable que sea la adecuada.
- Ponla a prueba. Antes de comprometerte con una palabra de intención, imagínate aplicándola en tu vida diaria. Por ejemplo, si eliges “armonía”, piensa en cómo la integrarías en tu rutina, tus relaciones o tu trabajo. Visualiza cómo esa palabra podría guiar y cambiar tus reacciones en tu día a día. Si no te resulta natural o inspirador – o si crees que no es viable – sigue explorando otras opciones.
Por último, busca maneras prácticas de aplicar la palabra de intención que has elegido. Por ejemplo, si escoges “equilibrio”, podrías preguntarte: ¿estoy dedicando demasiado tiempo al trabajo? ¿Qué puedo hacer para sentirme más balanceado? La palabra de intención no debe “empujarte” u “obligarte”, sino inspirarte a realizar los cambios necesarios.
De hecho, su «magia» consiste en que te ayudará a mantenerte enfocado en lo que deseas sin tanta presión. No se trata de objetivos de una lista, sino de vivir de acuerdo con un principio que te haga sentir alineado contigo mismo y con el mundo. Al final, esa palabra te da permiso para adaptarte, crecer y tratarte con amabilidad durante el trayecto.
¿Te animas a probar este enfoque?
Referencias Bibliográficas:
Conner, M. & Norman, P. (2022) Understanding the intention-behavior gap: The role of intention strength. Front Psychol; 13:923464.
Sheeran, P. (2005) Intention–Behavior Relations: A Conceptual and Empirical Review. En: European Review of Social Psychology; 12: 1-36.
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