“¿Te has enfadado?”, te pregunta alguien para confirmar lo que resulta evidente y luego rematar con un tono a medio camino entre la incredulidad y la reprimenda: “pero, ¿por qué te has enfadado?”, aunque probablemente conoce de sobra las razones.
Este escenario, cada vez más común, es fruto de la tendencia también cada vez más extendida a denostar las mal llamadas emociones “negativas”, culpando a la persona que las experimentan por el simple hecho de ser humanas o, lo que es aún peor, no ser capaz de esconder de manera lo suficientemente convincente lo que siente.
Y es que en tiempos de sonrisas atornilladas y positividad tóxica, la honestidad emocional no está de moda. Cada vez hay menos personas capacitadas para lidiar con las emociones de los demás, no solo la ira, sino también la tristeza o la decepción, sin recurrir a frases hechas al más puro estilo happy flower.
¿Para qué sirve la ira?
La ira tiene muy mala prensa. Solemos pensar en ella como en una emoción aterradora, destructiva e indeseada. Imaginamos las consecuencias desastrosas de expresar esa rabia o enfado e intentamos evitar lo que consideramos una emoción “peligrosa”.
Por supuesto, la ira tiene un potencial destructivo innegable, pero no es buena ni mala en sí misma. Depende de cómo la expresamos. De hecho, la ira tiene funciones adaptativas, al igual que el resto de las emociones.
- Nos protege. Quizá parezca raro, pero la ira nos salvaguarda de un enemigo potencial o una situación peligrosa. Hace que estemos atentos a las amenazas del entorno y agudiza nuestra atención. De hecho, cuando nos sentimos amenazados o atacados, la ira nos empuja a contraatacar, actuar con rapidez y defendernos.
- Nos motiva. La ira es una de las emociones con mayor poder dinamizador de la conducta que existe. Una serie de experimentos realizados recientemente en la Universidad de Texas reveló que la ira motiva a las personas a ser más perseverantes en el logro de los objetivos, en especial cuando representan un reto. Y es que el nivel de activación fisiológico que provoca esta emoción puede canalizarse de manera positiva como una energía adicional para lograr nuestras metas.
- Nos orienta. La ira también es una especie de brújula moral. No es casual que suela surgir cuando alguien vulnera nuestros derechos o los de otra persona. Esta emoción se activa cuando vivimos o somos testigos de una situación que va en contra de nuestros valores, animándonos a intervenir para luchar por lo que creemos justo y defender el respeto que todos merecemos.
Por muy rocambolesco que parezca, la ira incluso podría «mejorar» nuestras relaciones. Siempre que esté realmente justificada, se exprese asertivamente y se enfoque en la búsqueda de soluciones, podría ser útil para la relación. ¿Cómo es posible?
Un estudio clásico de la Psicología reveló que, a largo plazo, reprimir la ira suele ser peor porque es probable que todo ese resentimiento se acumule, de manera que saldrá a la luz de la peor manera. Además, no señalar lo que nos enfada justo cuando nos molesta puede dar luz verde al comportamiento dañino o perturbador de la otra persona. En cambio, expresar inmediatamente lo que nos disgusta e irrita sirve para poner coto a esa conducta, evitando que se vuelva a repetir y conduzca a un deterioro de la relación.
Por tanto, el problema no es la ira en sí. Enfadarse es normal. Y en ocasiones incluso es perfectamente adaptativo. Solo tenemos que aprender a lidiar con esa rabia e irritación – y gestionar esas emociones no consiste en ignorarlas, reprimirlas o esconderlas, como si tuviésemos que avergonzarnos de ellas, sino en expresarlas adecuadamente.
El arte de enfadarse y usar la ira asertivamente a tu favor
“Cualquiera puede enfadarse, eso es fácil; pero enfadarse con la persona adecuada, con la intensidad adecuada, en el momento adecuado, con el propósito correcto y de la manera correcta, eso no es tan fácil ni está en las manos de todos”, dijo Aristóteles hace siglos.
Muchos de los filósofos antiguos, así como las filosofías orientales, creían que la clave para vivir de manera más serena radica en buscar el equilibrio. Comprendían que todas las emociones son importantes y tienen una razón de ser. El secreto consiste en impedir que guíen nuestras decisiones y no aferrarnos a ellas, de manera que desaparezcan tal y como llegaron.
Te propongo un pequeño experimento: sostén un vaso lleno de agua con el brazo extendido hacia delante. Si lo mantienes durante 5 minutos y luego lo dejas encima de la mesa, no ocurrirá nada reseñable. Pero si mantienes el brazo extendido durante una hora, ese sencillo ejercicio se convertirá en una tortura.
Lo mismo ocurre con las emociones.
A diferencia de los sentimientos, las emociones son estados intensos pero pasajeros, a menos que te aferres a ellas. Por tanto, el miedo, el fastidio o la ira desaparecerán si aprendes a manejarlos.
Y parte de esa gestión consiste en expresar lo que sentimos sin atacar al otro, pero también en usar esa ira de manera constructiva. Una investigación desarrollada en las universidades de Yale y Hofstra constató que, independientemente de las diferencias culturales, el 55% de las personas que se enfadaron reconocieron que la ira generaba un resultado positivo porque las ayudaba a conocerse mejor y aprender de sus errores o deficiencias.
Por tanto, la ira no es el enemigo público número uno y tampoco debemos sentirnos avergonzados por enfadarnos. A menudo nos enojamos por aquello que nos resulta significativo, simplemente porque somos seres humanos pensantes y sintientes. Solo tenemos que aprender a controlar la ira para usarla de manera constructiva e inteligente, en vez de dejarnos llevar por ella.
Por tanto, siente la ira.
Cálmate.
Piensa.
Y luego pregúntate qué puedes hacer.
Referencias Bibliográficas:
Lench, H. C. et. Al. (2023) Anger Has Benefits for Attaining Goals Heather. J Pers Soc Psychol; 10.1037: 1-16.
Kassinove, H. (1997) Self-reported anger episodes in Russia and America. Journal of Social Behavior & Personality; 12(2): 301–324.
Baumeister, R. F. Stillwell, A. & Wotman, S. R. (1990) Victim and perpetrator accounts of interpersonal conflict: Autobiographical narratives about anger. Journal of Personality and Social Psychology; 59(5): 994–1005.
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