– Todos te dicen qué hacer y qué es lo que te conviene. Nadie quiere que encuentres tus propias respuestas. Quieren que creas las de ellos.
– Déjame adivinar, usted quiere que crea las suyas.
– No, quiero que dejes de recibir información desde afuera de ti mismo y empieces a recibirla desde dentro. La gente le tiene miedo a lo que tiene adentro, pero en realidad es el único lugar donde hallarán lo que necesitan.
Este diálogo de la película “El guerrero pacífico” nos marca el camino para alcanzar la auténtica paz interior, esa que solo se logra cuando sabemos quiénes somos, qué queremos y estamos convencidos de ello. Ese tipo de paz se alcanza cuando desarrollamos un “yo” fuerte.
Los 2 mecanismos de la manipulación a los que todos somos vulnerables
Allí donde se establezca una relación interpersonal, hay espacio para la manipulación. Esa manipulación puede desarrollarse de manera más burda y directa a través de la coacción o puede adquirir tintes más sutiles, como el chantaje emocional o el gaslighting.
La sociedad, como ente que pretende perpetuarse a costa de la individualidad de sus miembros, también ejerce sus mecanismos de manipulación. No interesa formar personas libres y auto determinadas sino tan solo a personas que gocen de un grado de libertad limitada e ilusoria y que se afanen por buscar su individualidad como quien busca una aguja en un pajar, a tientas en la oscuridad, lo cual las vuelve vulnerables a cualquier forma de manipulación que parezca arrojar un poco de luz.
En ambos niveles, la manipulación hace leva en dos mecanismos que se refuerzan mutuamente:
- Desplazar los puntos de referencia internos al exterior. Para que la manipulación surta efecto, es necesario que la víctima asuma los puntos de vista del manipulador. Se trata de un proceso que ocurre por debajo del umbral de nuestra conciencia a través del cual perdemos nuestros puntos de referencia internos, reemplazándolos con el de la persona que intenta manipularnos. Eso significa que perdemos la capacidad para decidir por nosotros mismos, cedemos el control y sucumbimos a las amenazas/peticiones del manipulador.
- Generar autoculpabilidad. La manipulación siempre tiene un componente emocional, haciendo leva en nuestra sensación de culpa. Al respecto, Noam Chomsky explicó: “Si uno se dirige a una persona como si ella tuviese la edad de 12 años o menos, entonces, en razón de la sugestionabilidad, ella tenderá, con cierta probabilidad, a una respuesta o reacción también desprovista de un sentido crítico, como la de una persona de 12 años o menos de edad”. Toda manipulación intenta burlar la razón haciendo diana en las emociones. Serán precisamente los valores y las cualidades de las que más nos enorgullecemos, aquellas con las que nos ataquen, porque son las que hacen resonancia emocional y “apagan” nuestro cerebro racional.
Ceder a la manipulación rompe el “yo”
El hecho de que no seamos plenamente conscientes de la manipulación o que cedamos para evitar un conflicto no nos exime de su elevado coste emocional. El psiquiatra de la Universidad de Michigan Chandra Sripada ha comprobado a través de una serie de experimentos que incluso cuando cedemos de buen grado a la manipulación, en realidad se trata de un respaldo superficial porque una parte de nosotros rechaza completamente lo que estamos haciendo.
Ese rechazo provoca una escisión del “yo”, pero dado que nos han hecho sentir culpables, en vez de rebelarnos y preguntarnos qué deseamos realmente, nos autodesvalidamos. Por eso, si estamos sometidos a una manipulación constante, corremos el riesgo de perder el contacto con nuestro “yo”. Es una especie de mecanismo de defensa a través del cual rompemos el vínculo con nuestras necesidades y valores con tal de no vivir continuamente ese proceso de escisión.
Sin darnos cuenta, caemos en una trampa que, de cierta forma, nos hemos tendido nosotros mismos porque al intentar validar las cualidades que el manipulador está poniendo en duda, nos traicionamos haciendo algo que no está en sintonía con nuestras necesidades, prioridades o que no son una expresión espontánea de nuestros valores.
La falsa paz que llega de la derrota
Muchas veces, para evitar conflictos, cedemos a la manipulación. Con tal de evitar la cantinela de esa persona cercana que nos taladra, alzamos bandera blanca. Terminamos relegando a un segundo plano nuestras necesidades, creyendo que al menos así encontraremos un poco de paz.
Obviamente, se trata de una paz ilusoria basada en un frágil equilibrio en el que dependemos de los caprichos de alguien más. Un “yo” que se pliega a los deseos ajenos no puede encontrar la paz interior que necesita para crecer, más bien se autocondena a la insatisfacción permanente.
Ceder a la manipulación, ya sea de una persona o del entorno social en que nos desenvolvemos, implica contentarnos con vivir en un ambiente tóxico para nuestro “yo”. Y eso no se llama paz interior, sino resignación.
Fortalecer el «yo» como escudo contra la manipulación
Para alcanzar la auténtica paz interior, al contrario, debemos acallar ese ruido externo. Aprender a estar a solas con nosotros mismos para disfrutar de la soledad y el silencio, condiciones sine qua non para redescubrirnos. Ya nos alertaba la novelista italiana Susanna Tamaro: «Siempre hay alguien que te dice lo que debes hacer, ya no existe el silencio, en todas partes hay ruido. Si no estás con tus propios pensamientos, cómo vas a entender el sentido de las cosas, es imposible. Vivimos bajo una manipulación perversa, muy sutil«.
Por eso, si queremos interrumpir el mecanismo manipulador debemos reconectar con nuestro “yo”. Al recuperar el control de nuestros puntos de referencia y estar seguros de quienes somos, ningún intento de manipulación emocional nos hará dudar ni generará la sensación de culpa. Ese es el mejor escudo contra los manipuladores.
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