Las actuaciones no son dignas de Oscar y el guion suele ser bastante previsible, pero aun así, es difícil que cuando se acerca el fin de año, no terminemos viendo películas navideñas. De hecho, hay quienes incluso esperan con ansias esa etapa para volver a disfrutar de sus filmes favoritos, una costumbre que en muchos hogares se ha ido transmitiendo a través de varias generaciones.
Esa fascinación por películas que, a priori, no son particularmente buenas, tiene una explicación psicológica que los productores han sabido aprovechar para crear un género que, si bien despierta feroces críticas, también reconforta e ilusiona a muchos durante la Navidad. De hecho, aproximadamente el 60% de los hogares estadounidenses ve al menos una película navideña durante los últimos días del año.
Previsibilidad, bendita previsibilidad
Vivimos en un mundo caótico e incierto. El estrés y la prisa nos devoran. La preocupación por el mañana nos quita el sueño. En medio de toda esa agitación, las películas navideñas nos permiten tomarnos un respiro. Nos devuelven a una zona donde nos sentimos seguros.
Sus guiones predecibles generan la sensación de control. Sabemos cómo van a terminar. No hay sobresaltos ni sorpresas indeseadas. La tranquilidad de saber qué esperar exactamente nos permite relajarnos y disfrutar de la experiencia sin la ansiedad que a menudo acompaña a las narrativas más complejas.
El acto de acurrucarse en el sofá con una taza de chocolate caliente y una manta para sumergirse en un clásico navideño puede brindarnos un respiro muy necesario del ajetreo y el bullicio de la temporada.
La anticipación del viaje emocional que se producirá también crea una recompensa neuronal, incluso antes de que comience la película, si ya la hemos visto. Cuando sentimos que los personajes son como “viejos amigos” y reconocemos los escenarios como lugares familiares, esas conexiones desencadenan una sensación de calidez inducida por la liberación de oxitocina.
Nostalgia y felicidad, un tándem ganador
Las películas navideñas hacen leva en la nostalgia, un poderoso sentimiento que nos ata a tropos familiares, más allá de lo racional. Si has visto esos filmes en familia, es probable que quieras volver a disfrutarlos con tus hijos. Así se convierte en una tradición que genera un sentido de continuidad en una vida que a veces se nos antoja demasiado líquida e inconstante.
Estos filmes nos recuerdan épocas más sencillas, a menudo asociadas con recuerdos de la infancia, encuentros familiares y celebraciones navideñas que, de cierta forma, nos gustaría revivir. Por tanto, se convierten en una especie de estrategia de afrontamiento eficaz: un escape saludable y limitado en el tiempo que nos lleva a una historia que nos hace sentir bien.
De hecho, un estudio realizado en la Brigham Young University descubrió que existen diferentes tipos de personas que disfrutan de los filmes navideños. Uno de los grupos, a quienes llamaron “renos”, utilizan estas películas para escapar de sus problemas cotidianos y su ajetreado estilo de vida. En cambio, los que calificaron como “saludadores de la temporada” eran entusiastas del cine que veían estas películas para celebrar la Navidad. Por último, estaban los “villanciceros”, que simplemente veían esas películas porque disfrutan de las historias con finales felices.
Sin embargo, las películas navideñas no son solo un medio para escapar de la realidad. También nos ofrecen una visión, aunque sea limitada, de cómo podría ser el mundo. De hecho, su trama casi siempre versa sobre la “oveja negra” de la familia o la comunidad. En cierto momento, todos deciden enterrar el hacha de guerra y reina la armonía porque cada quien acepta la unicidad del otro.
Esa sensación de que, al final, todo saldrá bien, es psicológicamente reconfortante. Nos genera la ilusión de que las peleas, enfrentamientos o las diferencias se pueden superar. Incluso las risas, bromas y alguna que otra lagrimilla sobre los tropos cinematográficos poco realistas que vemos en la pantalla crean una experiencia de unión positiva.
Como estas películas ayudan a todos a relajarse, les proporcionan un espacio seguro para procesar los conflictos y sentirse apoyados por los demás. Por tanto, realmente pueden contribuir a que los demás bajen las defensas y se abran a un diálogo constructivo.
Valores que resuenan e inspiran
Muchas películas navideñas se desarrollan en pueblos pequeños o en el seno de familias, por lo que transmiten implícitamente valores con los que la mayoría comulgamos, como la unión, la generosidad y la alegría de dar. También resaltan los vínculos humanos y la necesidad de pertenencia.
En un mundo que parece cada vez más desnortado, esos valores pueden resonar con mayor profundidad en una audiencia que necesita puntos más fuertes a los cuales asirse. Esos filmes nos recuerdan el significado del amor, el propósito de compartir y la importancia de la gratitud.
Curiosamente, las investigaciones han comprobado que ser testigos de la excelencia moral hace que nos sintamos mejor y seamos más optimistas sobre la humanidad. Esto podría reducir el cinismo y la depresión mientras fomenta sentimientos de esperanza, amor, optimismo y entrega. En definitiva, nos empuja a ser mejores personas – o al menos intentarlo.
Y es que, las películas que nos hacen sentir bien, pueden llegar a ser inspiradoras, estimulantes y profundamente conmovedoras, aunque no sean una obra maestra del Séptimo Arte.
Referencias Bibliográficas:
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