Mente y cuerpo guardan una profunda relación de interdependencia. Los filósofos antiguos lo sabían. Nuestros pensamientos y emociones influyen en nuestro cuerpo y, por supuesto, los procesos eminentemente fisiológicos también determinan nuestro bienestar psicológico.
Ahora la ciencia está redescubriendo ese indisoluble vínculo, trayendo a colación experimentos muy curiosos que nos permiten tener más control sobre lo que ocurre en nuestro cuerpo prestando atención a los caminos que sigue nuestra mente, de manera que podamos cuidar nuestra salud o incluso recuperarla – en la medida de lo posible.
Sanar, una cuestión de… ¿tiempo?
“El tiempo lo cura todo”, se suele decir. Pero, ¿qué ocurre cuando nuestra percepción del tiempo varía y pasa más lento o transcurre más rápido?
Los investigadores de la Universidad de Harvard, Peter Aungle y Ellen Langer, se plantearon esa pregunta y constataron que la influencia de la mente en nuestro cuerpo va mucho más allá de lo que inicialmente suponíamos.
Reclutaron a 33 personas, quienes se provocaron heridas leves en la piel del brazo mientras los investigadores manipulaban su percepción del tiempo. Básicamente, modificaron los relojes para que cada participante se expusiera a tres velocidades de tiempo diferentes: tiempo lento (0,5 veces el tiempo real), tiempo normal y tiempo rápido (2 veces el tiempo real).
No obstante, en las tres condiciones las personas dedicaron la misma cantidad de tiempo real (28 minutos) a supervisar los cambios que se producían en las heridas.
Además, realizaron otras tareas después del periodo de observación para equilibrar el tiempo percibido con el tiempo real y garantizar que cada sesión de laboratorio durara aproximadamente una hora, de manera que no sospecharan de la manipulación.
Así los investigadores comprobaron que las heridas solían cicatrizar más rápido cuando los participantes creían que había transcurrido más tiempo. En contraposición, el proceso de cicatrización era más lento cuando percibían que había transcurrido menos tiempo – a pesar de que el tiempo real había sido el mismo para todos.
Por tanto, se trata del primer estudio que demuestra que el tiempo percibido puede ser un factor adicional que influye en la curación física, independientemente del tiempo real necesario para la sanación.
La predisposición mental, un factor esencial para sanar o enfermar
La forma en que percibimos el tiempo, así como nuestras expectativas y creencias sobre la curación, no se pueden separar de los procesos fisiológicos.
De hecho, un estudio anterior realizado en la Universidad de Stanford ya había constatado que cuando los médicos transmiten tranquilidad a los pacientes y les confirman que sanaran, se reducen los síntomas de las reacciones alérgicas, en comparación con aquellos que simplemente recibían el diagnóstico sin un pronóstico sobre su evolución.
Otra investigación realizada en la Università Cattolica del Sacro Cuore también concluyó que las personas que esperan contagiarse de influenza, terminan teniendo un riesgo mayor de desarrollar los síntomas.
Los estudios científicos demuestran que los factores psicológicos, desde nuestra percepción del tiempo, hasta nuestras expectativas sobre la curación, influyen en los procesos fisiológicos, pudiendo acelerar la sanación o, al contrario, retrasarla.
Obviamente, eso no significa que seamos todopoderosos y podamos sanar a nuestro antojo, pero es importante ser conscientes de que nuestra mente desempeña un papel importante en la curación, de manera que no solo debemos preocuparnos por los medicamentos, sino también por desarrollar la predisposición psicológica que nos ayude a estar mejor. ¡Queda en tus manos!
Referencias Bibliográficas:
Aungle, P. & Langer, E. (2023) Physical healing as a function of perceived time. Scientific Reports; 13: 22432.
Pagnini, F. et. Al. (2020) Illness expectations predict the development of influenza-like symptoms over the winter season. Complement Ther Med; 50: 102396.
Leibowitz, K. A., et. Al. (2018) Physician Assurance Reduces Patient Symptoms in US Adults: an Experimental Study. J Gen Intern Med; 33: 2051–2052.
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