Estoy frente al ordenador tomado una taza de café, un hábito del cual no logro ni quiero desprenderme. Vengo de un paseo kilométrico sobre la playa con un clima perfecto. ¿Soy totalmente FELIZ? No, me faltan muchos sueños por cumplir y tengo alguna que otra preocupación rondando mi mente, probablemente como la mayoría de las personas del mundo. Pero en este preciso instante, mientras intento comunicar con todos los que me leen, me siento satisfecha conmigo misma e incluso me siento feliz, vivencio esa felicidad con minúscula que proviene de lo cotidiano y de saber que hacemos en cada momento lo mejor que podemos.
Ser psicólogo no es tarea fácil, en ocasiones te sientes, más que observado, vigilado por las personas que conocen que eres un profesional de la psiquis; aquellos que están a la caza del más mínimo error para decirte o quizás preguntarte: «pero… ¡¿tú eres psicóloga?!»
Que tire la primera piedra el psicólogo al que nunca le hayan espetado inesperadamente esta frase.
Es que las personas alejadas de la profesión que ni siquiera saben que existen diferentes especialidades de la Psicología, tienen ideas un tanto erróneas acerca del cómo debe ser un psicólogo. Así, existe una representación social acerca del rol de este profesional: alguien que nunca puede dejarse llevar por las emociones, que no puede molestarse, deprimirse, estresarse… en fin, un androide controlado diría yo.
Por supuesto, a crear y sustentar esta realidad distorsionada han contribuido en extraordinaria medida los propios especialistas que esconden con grandísimo celo la cotidianidad de sus vidas. De esta manera, podemos informarnos sobre todas las enfermedades profesionales que se desarrollan en las más diversas especialidades menos… de la enfermedad profesional del psicólogo, ¿será que somos inmunes?. Sin duda alguna, muchos psicólogos han creado un halo con cierto sabor a misticismo sobre el “edén paradisíaco” que debería ser la vida cotidiana del profesional de la psiquis. Desde mi perspectiva el miedo a los mecanismos de proyección es demasiado grande como para escribir artículos donde se deje entrever un ápice de realidad.
Sin embargo, la realidad es bien diversa, al menos entre todos los psicólogos que conozco. El psicólogo es una persona como otras y por lo tanto experimenta emociones muy fuertes e incluso, en algún que otro instante, puede perder el control. Si tiene mucho trabajo y preocupaciones en algún momento también se sentirá agobiado y si pierde a una persona querida también experimentará el fenómeno del duelo. En algún que otro momento se sentirá un tanto deprimido y alguna que otra vez sentirá la punzada de la ansiedad.
Entonces… ¿dónde está la diferencia?
La diferencia estriba en que el psicólogo, como profesional de la psiquis, debe ser capaz de percatarse, de manera cuasi inmediata, de sus emociones e implementar la estrategia más adecuada para intentar reestablecer su equilibrio psicológico, si bien, existen momentos en que no resulta tarea sencilla.
No obstante, vivenciar todas estas emociones, conflictos y dificultades no demerita al psicólogo sino todo lo contrario, le posibilita comprender mejor a las personas que debe ayudar. No hay mayor empatía que aquella que se siente cuando se vivencian las mismas cosas, si bien con esto no quiero decir que vivenciar la psicosis es la mejor manera de ayudar a los pacientes esquizofrénicos. Aclaración necesaria para aquellos que gustan comprender los extremos.
Ser psicólogo no es tarea sencilla, muchas veces hay que lidiar con el sufrimiento humano, con la desesperación, con la desesperanza o con los impulsos más primitivos de las personas. Por eso, una de las preguntas más difíciles de responder que me han hecho en mi vida como profesora fue: “¿cómo aprender a lidiar con las emociones humanas sin que te afecten?”
Es imposible, al menos para mí, volver a ser la misma persona o volver a comprender la vida de la misma manera después de haber lidiado las más diversas emociones humanas. Sin duda alguna vamos comprendiendo mucho y acercándonos a la realidad desde posturas diversas.
Así, de ahora en adelante, cuando miren a un psicólogo, intenten ser pacientes con él, finalmente solo somos personas humanas que deseamos ayudar a los otros, pero personas al fin y al cabo.
claudia alejandra dice
No es psicólogo sino aquel que ha transitado por un análisis propio, que ha experimentado en sí mismo el proceso de una terapia. Esa es la diferencia, porque una terapia es un proceso de maduración, de crecimiento, donde descubrimos esas cuestiones infantiles, esos núcleos de inmadurez que nos hacen reaccionar o actuar como no quisiéramos. Los conocemos, entonces, algo podemos hacer con ellos, pero eso no nos libra de ser humanos. La iluminación queda para los budas, no para los psicólogos.