Un comentario, un gesto, una noticia, una imagen… Todas las situaciones están sujetas a múltiples interpretaciones. La realidad no es única, sino que pasa a través del prisma de nuestras expectativas, deseos y forma de comprender el mundo. Algunas personas, sin embargo, suelen buscar las cuatro patas al gato, se inclinan constantemente a pensar mal de lo que hacen los demás o desconfiar de sus intenciones. Se trata de gente mal pensada.
La vida te dará lo que esperas, ni más ni menos
Las personas malpensadas y desconfiadas suelen esperar cosas negativas de los demás. Creen que todo el mundo las va a traicionar, que los otros siempre actúan movidos por dobles intenciones o que aprovecharán la más mínima oportunidad para asestarles una puñalada por la espalda.
El problema es que, al final, esa desconfianza se materializa. Como una profecía que se autocumple, cuando las personas malpensadas desconfían de los demás, esa desconfianza termina afectando sus relaciones. De hecho, es probable que mantengan relaciones más superficiales marcadas por el recelo. Y también es más probable que ellas mismas no sean sinceras en sus propósitos y que les cueste compartir sus ideas y emociones. Esa falta de autenticidad y sinceridad hará mella en la relación.
Si estas personas se preparan para lo peor, lo peor llegará, porque si malinterpretan continuamente las palabras y comportamientos de los demás, es probable que quienes les rodean terminen cansándose y, efectivamente, les abandonen.
No cabe duda de que antes o después alguien nos fallará. Pero alguien no es todo el mundo. Es importante notar la diferencia y no generalizar. No debemos anticiparnos a los hechos pensando que todo el mundo nos va a fallar porque así solo terminaremos malinterpretando sus comentarios, actitudes y comportamientos, viendo amenazas donde no las hay. Y vivir así, es un sinvivir.
¿De dónde surge la tendencia a pensar mal de los demás?
Ser malpensado puede tener diferentes orígenes, pero su función es la misma: prevenir que alguien pueda herirnos. Si hemos sufrido desengaños en el pasado, es más probable que nos convirtamos en personas malpensadas. Comenzamos a desconfiar de los demás y sus intenciones como un mecanismo para protegernos. Obviamente, cuantos más desengaños hayamos sufrido y más profundas sean las heridas emocionales que han dejado, mayor será nuestra desconfianza.
Esa tendencia también puede tener su origen en nuestros padres. Si nos han transmitido la idea de que el mundo es un sitio hostil, donde todo vale y nadie se preocupa por nosotros, si nos han repetido hasta el cansancio que las personas nos engañarán en cuento puedan, que los amigos no son tan amigos y que siempre hay que dormir con un ojo abierto, es probable que crezcamos siendo desconfiados y nos convirtamos en personas malpensadas, aunque no hayamos tenido una experiencia directa que confirme esos temores.
De hecho, un estudio realizado en la Universidad de California reveló que las personas con tendencia paranoide, propensas a desconfiar en los demás y creer en las conspiraciones, experimentan más sentimientos de alienación y hostilidad, además de pensar que están en desventaja respecto a los demás y percibir que no tienen control sobre sus vidas.
Eso significa que, esperar cosas negativas de los demás puede generarnos un mayor sufrimiento y ansiedad, y no siempre nos sirve para protegernos mejor ya que a menudo esas preocupaciones resultan desadaptativas y no dan paso a un plan de acción, sino que nos mantienen en un círculo vicioso de negatividad. Y, de paso, también hacen sufrir al otro.
¿Cómo tratar con las personas malpensadas?
Quienes conviven o se relacionan a diario con personas malpensadas necesitarán una dosis extra de paciencia y tolerancia. A menudo estas personas nos hacen sentir como si camináramos sobre cristales, obligándonos a estar en un estado de alerta permanente porque no sabemos cómo interpretarán nuestros comentarios o actitudes.
También es importante intentar comprender por qué esa persona es malpensada. ¿Ha sufrido muchos desengaños en la vida? Relacionarnos desde la empatía puede ayudarnos a suavizar los roces, ponernos en el lugar de esa persona y ser un poco más comprensivos. Si una persona teme que le causemos daño, es normal que intente protegerse.
En nuestro día a día, también es fundamental que evitemos caer en la deriva de las malinterpretaciones, la desconfianza excesiva o que incluso nos convirtamos en personas cínicas. Pensar mal de los demás nos dejará en tensión y nos abocará a la soledad.
Necesitamos comprender que cada persona que conocemos merece un trato que comience desde cero, no tiene por qué acarrear las piedras que cargamos en nuestra mochila psicológica. Existe un un término medio entre ser prudente y ser malpensado o desconfiado. No se trata de dar las llaves de nuestra casa a una persona que acabamos de conocer, pero tampoco de ponerla a prueba continuamente pensando que se trata de una mala persona. A la larga, el principal beneficiado de ese cambio de perspectiva somos nosotros mismos.
Fuente:
Abalakina, M. et. Al. (1999) Beliefs in Conspiracies. Political Psychology; 20(3): 637-647.
Belkis dice
Muy buen sitio.
FELICIDADES.