En un mundo ideal, los padres criarían a sus hijos con amor incondicional y los hijos adultos tratarían a sus padres con respeto, devolviéndoles el amor que recibieron. Pero no vivimos en un mundo ideal y muchas relaciones entre los padres y sus hijos se alejan bastante de esa imagen idílica.
Ningún niño viene con un manual de crianza bajo el brazo, por lo que los padres van aprendiendo sobre la marcha, cometiendo errores y aciertos. Y gran parte de ese proceso de ensayo y error deja heridas emocionales que, si no se sanan, luego pueden enturbiar la relación.
El desencuentro de narrativas y la dualidad de la experiencia
Cuando las relaciones paterno-filiales se vuelven tensas, a menudo los padres se preguntan por qué sus hijos los tratan mal. Esas situaciones pueden llegar a ser desconcertantes, hasta el punto de sentirse desorientados, sin saber qué hacer, envueltos en una ola de tristeza y frustración.
Sin embargo, es fundamental comprender que la perspectiva de los padres a menudo no coincide con la narrativa de sus hijos. Un padre puede saber que hizo lo mejor que pudo, pero quizá para un niño de alta demanda esa atención, cuidados y cariño no hayan sido suficientes.
Es fundamental reconocer que cada miembro de la familia vive y percibe la historia de manera diferente. Lo que para un padre es una muestra clara de sacrificio, para el hijo quizá no sea tan evidente. Lo que para un padre es un castigo educador, para un hijo puede ser una acción desproporcionada e injusta.
Y es que en la narrativa personal no se construye solo con hechos, sino que también engloba las vivencias, expectativas y necesidades de cada persona. Por ejemplo, un padre que trabajó largas horas para darle a su hijo de todo lo que necesitaba, puede creer que su sacrificio era una prueba de amor. En cambio, es probable que ese niño anhelase su presencia e incluso podría interpretarla como desinterés o abandono. De hecho, la negligencia emocional en la infancia crea adultos poco asertivos.
Esas discrepancia en la percepción puede dar lugar a diferentes narrativas que alimentan el resentimiento y la hostilidad en la relación. Por ese motivo, no es inusual que los recuerdos de los padres difieran de los de sus hijos, al menos en la interpretación.
¿Por qué un hijo trata mal a su madre o a su padre? Las 5 causas principales
Es un escenario que pocos padres esperan, pero los hijos que una vez fueron pequeños, frágiles y dependientes, pueden volverse distantes, críticos y, en algunos casos, hasta crueles. Para muchos padres ese cambio resulta incomprensible, pero detrás de ese comportamiento pueden existir causas psicológicas más profundas. Detectarlas es fundamental para iniciar el camino hacia la reconciliación y la paz familiar.
1. Crítica y desdén
Los padres, muchas veces sin darse cuenta y en otras ocasiones movidos por la mejor de las intenciones, adoptan una actitud muy crítica hacia sus hijos o incluso subestiman sus logros. De hecho, los estudios han constatado que los padres minimizan constantemente las preocupaciones infantiles, por lo que después no debería asombrarles que sus hijos adultos minimicen las suyas, ya que es el patrón relacional que han aprendido en casa.
Esas actitudes pueden hacer que los niños se sientan inadecuados y poco valorados. Al crecer, esa sensación no desaparece, sino que alimenta sentimientos de impotencia, inseguridad, resentimiento y rabia, que terminan proyectando en sus padres.
¿Qué pueden hacer los padres? Relacionarse desde la empatía, la comprensión, el respeto y el reforzamiento positivo para fomentar una relación sana con sus hijos adultos. Se trata de dejar de ver tanto los puntos débiles de sus hijos para empezar a reconocer sus fortalezas y capacidades, de manera que aprendan a valorarlos por ello.
2. No reconocer que sus hijos han crecido
A medida que los niños crecen, los padres pueden tener dificultades para adaptarse a su nuevo rol y asumir que sus hijos se han convertido en adultos independientes. Esa reticencia podría deberse a la nostalgia, a su instinto natural de protegerlos, pero también a un deseo latente de controlar y manipulación.
Si los padres intentan seguir controlando la vida de sus hijos adultos, es probable que surjan muchos roces y conflictos. Y lo peor es que, cuanto más intenten controlarlos, menos respeten sus límites o más quieran manipularlos, más se alejarán los hijos, que al final no están haciendo otra cosa que intentando defender su identidad e independencia.
¿Qué pueden hacer los padres? Hay que aceptar los nuevos roles que va trayendo la vida y comenzar a desarrollar una relación más igualitaria, en la que primen el respeto mutuo y el reconocimiento de la autonomía de los hijos adultos. Hay que prestarles apoyo, pero sin ser invasivos, y orientarles, pero sin imponer.
3. Tener conflictos pendientes
La mayoría de las relaciones entre padres e hijos no son precisamente un paseo de rosas. En muchas ocasiones existen conflictos latentes que no afloran a la superficie pero que generan una tensión emocional que marca cada interacción. Generalmente esos desencuentros se deben a acontecimientos pasados que generaron heridas que no han sanado y siguen alimentando frustración y rencor.
Esas heridas no siempre son visibles, pero están ahí, como pequeñas grietas que van debilitando la relación con el paso del tiempo. Tal vez puede tratarse de una promesa importante incumplida, la falta de apoyo en un momento crucial o un episodio violento emocionalmente. Esos conflictos no resueltos acaban permeando las discusiones, haciendo que las emociones negativas que se encuentran en su base afloren.
¿Qué pueden hacer los padres? La clave consiste en desenterrar esos viejos fantasmas. En vez de fingir que no pasa nada, padres e hijos necesitan hablar, con la voluntad genuina de entenderse, no solo de defender su postura. Puede ser un poco incómodo, pero solo así se podrán limpiar las heridas y dejar que cicatricen de verdad. El perdón y la aceptación de que ambas partes cometieron errores son pasos fundamentales para reconstruir la relación.
4. Mirar en direcciones muy diferentes
Para complicar aún más las cosas, a medida que los hijos maduran y desarrollan su identidad, pueden comulgar con valores o creencias que entren en conflicto con los de sus padres, lo que se convierte en una fuente adicional de desacuerdos y tensiones en el seno de la familia.
Este choque de creencias puede avivar el fuego de antiguos conflictos, transformando cada conversación en un campo de batalla donde ninguno parece dispuesto a ceder. Los patrones de comunicación deficientes pueden exacerbar esos problemas, lo que genera malentendidos y a menudo da paso a discusiones hirientes.
¿Qué pueden hacer los padres? El verdadero reto consiste en encontrar puntos de encuentro, por pequeños que sean. No se trata de intentar que ambos piensen igual, sino de respetar el punto de vista del otro. Hay que evitar las peleas de egos, dar un paso atrás y reconstruir esos puentes para que las diferencias no se conviertan en murallas que los separen.
5. Expectativas irreales o exigencias constantes
En otros casos, la fuente del resentimiento y los problems proviene de que los padres han presionado demasiado a sus hijos, empujándolos a cumplir estándares imposibles. Esas expectativas, aunque bienintencionadas, pueden convertirse en una carga pesada para los hijos, sobre todo si no se sienten capaces de cumplirlas.
A veces, los padres proyectan sus propias aspiraciones o frustraciones en sus hijos, esperando que ellos logren lo que no pudieron. Esta presión constante puede generar un sentimiento de insuficiencia en los hijos, que sienten que hagan lo que hagan, nunca será bastante.
A menudo, los padres también esperan que sus hijos reconozcan sus esfuerzos y les muestren gratitud de la manera que ellos consideran aceptable, lo que puede generar una oprimente sensación de obligación. Cuando estas expectativas no se comunican abiertamente, la frustración se acumula y, con el tiempo, puede alimentar la rebeldía y el rechazo en los hijos, lo que da lugar a ataques verbales o comportamientos despectivos.
¿Qué pueden hacer los padres? Lo primero es ajustar las expectativas poco realistas. Hay que reconocer que cada hijo tiene su propio camino y que sus éxitos y logros no siempre van a coincidir con las expectativas parentales. Lo más importante es ofrecer apoyo incondicional, mostrar que su amor y valoración no dependen de lo que los logros, sino de quiénes son. De esta manera, se crea un entorno más relajado en el que los hijos se sienten aceptados y apoyados, para que dejen de ponerse a la defensiva.
Por supuesto, ningún padre es perfecto y no siempre tienen la culpa de que sus hijos les traten mal. La mayoría de los padres suelen albergar un amor profundo y un deseo genuino de conectar con sus hijos y desean su bienestar. Es probable que solo tengan que aprender a escuchar más, dejando a un lado su rol de protector para asumir su nuevo papel de acompañante en la vida de sus hijos.
Deja una respuesta