Preocuparte no borra el dolor de mañana, solo elimina la fuerza de hoy” dijo Corrie ten Boom, una escritora y activista neerlandesa que sabía muy bien de lo que hablaba puesto que brindó refugio a las personas perseguidas por el régimen nazi durante el holocausto.
Sin embargo, a menudo dejamos que nuestras preocupaciones tomen el mando y nos lleven directo hacia las corrientes más peligrosas, justo las que nos pueden hacer encallar. Cuando no les ponemos coto, las preocupaciones se alejan de su propósito – ayudarnos a prepararnos para los posibles obstáculos e inconvenientes – y nos llevan a hundirnos en un mar de cavilaciones, temores e inseguridades.
El principal problema es que normalmente no nos damos cuenta de que estamos cayendo en ese mar de preocupaciones ya que se trata de un proceso que transcurre de manera casi automática. Todo comienza con una pequeña preocupación, que se va haciendo cada vez más grande y da pie a otras preocupaciones, cada vez más catastrofistas, más aterradoras, más incontrolables. Es el pensamiento en caída libre, un pensamiento que ha ido encadenando una idea con otra a menudo sin más lógica que el miedo como hilo conductor con la ayuda de una imaginación desaforada.
La trampa mortal de las preocupaciones
El principal problema de las preocupaciones radica en que es una palabra en plural. Es decir, lo habitual es que algo puntual y preciso nos preocupe, y actuemos en consecuencia para despejar las dudas o idear un plan de acción que nos ayude a enfrentar las posibles eventualidades.
Sin embargo, cuando aparecen varias “preocupaciones”, es porque ya se ha puesto en marcha el proceso de pensamiento en bucle, lo cual significa que estamos paralizados, preocupándonos por cosas que ni siquiera tienen sentido y que probablemente jamás sucederán pues se alejan demasiado de la preocupación inicial que las originó.
Así nos vemos envueltos en una espiral de pensamientos rumiativos que generan un estado de ánimo negativo y, por si fuera poco, nos roban la energía. De hecho, no hay nada como las preocupaciones para provocar una auténtica hemorragia energética. Cuando nos preocupamos no solo vemos el mundo más gris sino que también perdemos la esperanza y la fuerza. Nos abandona la vitalidad y la confianza en nuestras capacidades.
El 85% de las cosas que te preocupan nunca pasarán
Michel de Montaigne dijo en una ocasión: “Mi vida ha estado plagada de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron”. Ahora un estudio demuestra que el filósofo francés no andaba desacertado.
Investigadores de la Universidad de Yale se propusieron examinar cuántas de las calamidades que imaginamos nunca llegan a materializarse. Pidieron a un grupo de personas que anotaran sus preocupaciones durante un período prolongado de tiempo y luego identificaron cuáles de esas desgracias ocurrieron realmente.
Descubrieron que el 85% de las cosas por las que nos preocupamos no llegan a ocurrir. También apreciaron que el 79% de las personas que se vieron involucradas en los problemas que temían reconocieron haber gestionado mucho mejor de lo que esperaban la situación y afirmaron haber aprendido algo de esa experiencia.
Esto significa que la mayoría de las cosas que nos preocupan son la expresión de una mente temerosa que cae en la trampa de las exageraciones y percepciones erróneas. De hecho, las preocupaciones encierran una doble percepción errónea. Se trata, por una parte, de una percepción distorsionada y exagerada del entorno y, por otra parte, la percepción de que no seremos lo suficientemente fuertes como para lidiar con los problemas que imaginamos.
También existen personas que creen que sus preocupaciones son buenas ya que, de alguna forma, les ayudan a protegerse. Son personas que se han apegado a la preocupación, hasta el punto de convertirla en el leitmotiv de su vida. No se dan cuenta, sin embargo, que si no detienen esas preocupaciones apenas surgen, estarán abocadas a pagar una elevada factura emocional porque, si bien las preocupaciones les dan algo que hacer, no las conducen a ninguna parte.
Por eso, es fundamental comprender que si una preocupación nos lleva a tomar acciones concretas para prevenir un problema, puede ser nuestra aliada. Pero cando una preocupación solo da pie a otras preocupaciones, encerrándonos en un bucle infinito de escenarios hipotéticos, entonces se convierte en un problema.
Una técnica sencilla para liberarse de las preocupaciones
La buena noticia es que podemos recablear nuestro cerebro para silenciar el «circuito de la preocupación». Podemos decidir que las preocupaciones no serán un problema adicional en nuestra vida. Necesitaremos un poco de práctica, pero no es tan complicado.
Con esta técnica, llamada el “Botón Eliminar”, si somos lo suficientemente persistentes, lograremos un cambio importante en unas cuatro o seis semanas. Solo debemos imaginar que en el centro de la palma de nuestra mano hay un botón. Lo presionamos y contamos hasta cinco. El secreto radica en imaginar cada número de un color diferente y no pasar al otro hasta que no lo visualicemos bien.
Respira y cuenta 1, pensando en el color rojo.
Respira y cuenta 2, pensando en el color azul.
Respira y cuenta 3, pensando en el color verde.
Respira y cuenta 4, pensando en el color amarillo.
Respira y cuenta 5, pensando en el color malva.
Cuando exhalas, deja de pensar por un momento.
Esta técnica se basa en la idea de que tenemos un margen de 90 segundos para deshacernos de un pensamiento estresante antes de que este se convierta en una preocupación que desencadene a su vez otras preocupaciones. El «botón eliminar» en la palma de la mano consume precisamente ese lapso de tiempo.
Básicamente, lo que hacemos es distraer la parte más irracional de nuestro cerebro, que es la que reacciona ante el estrés y las preocupaciones. Al igual que un niño pequeño cuando tiene una rabieta, no podemos dialogar y usar la lógica con esa zona del cerebro, por lo que una estrategia más sencilla consiste en distraerla.
De hecho, un estudio realizado en el University College London reveló que el cerebro de las personas que se preocupan en exceso funciona de manera diferente. En práctica, es como si le prestara una atención excesiva a las cosas que considera una amenaza, aunque en realidad no lo sean ni se hayan materializado. Es como si el cerebro se quedara permanentemente conectado con la preocupación. Distraerlo ayudará a romper esa conexión o debilitarla.
En cualquier caso, lo interesante es que mientras más practiquemos esta técnica, más fortaleceremos el autocontrol, de manera que podremos evitar las preocupaciones inútiles y el sufrimiento que estas generan con mayor facilidad. A la larga, es una habilidad que merece la pena desarrollar, aunque solo sea por nuestro equilibrio emocional.
Fuentes:
Hirsch, C. R. & Mathews, A. (2012) A cognitive model of pathological worry. Behav Res Ther; 50(10): 636–646.
Leahy, R. (2005) The Worry Cure. Random House: Nueva York.
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