
¿Cuántas veces te has dicho “tengo que superarlo”? ¿Y cuántas veces te has sentido mal por no lograrlo?
Todos, en algún momento, nos hemos presionado para superar una pérdida, un trauma o una etapa de la vida que ha quedado atrás. Ya sea una ruptura de pareja, la pérdida de un trabajo, un cambio vital importante o incluso la muerte de un ser querido, existe una presión social y personal por “seguir adelante” rápidamente.
Pero, ¿qué pasa cuando esa presión se convierte en una carga adicional al dolor que ya estamos sintiendo? ¿Qué ocurre cuando nos exigimos a nosotros mismos algo que, en realidad, no es realista ni saludable?
La presión por superar las pérdidas: ¿de dónde proviene?
Las pérdidas duelen. Los traumas emocionales escuecen. Y en lugar de darnos tiempo para procesarlos, parece como si el mundo a nuestro alrededor nos gritara que tenemos que superarlo a velocidad exprés.
Vivimos en una sociedad frenética que valora la productividad, la resiliencia y la capacidad de “seguir adelante” casi de inmediato. Frases como “el tiempo lo cura todo” o “tienes que ser fuerte” están tan normalizadas que, muchas veces, nos las repetimos a nosotros mismos sin cuestionar su pertinencia.
Si pierdes un trabajo, lo normal es que te digan que «viene algo mejor» antes de que puedas asimilar lo que ha pasado. Si atraviesas una ruptura, hay una lista infinita de consejos sobre cómo «pasar página» sin mirar atrás. Y si enfrentas una pérdida personal profunda, es posible que tú mismo te impongas la obligación de «estar bien» para no incomodar a los demás.
Asimismo, el miedo al dolor emocional y la creencia de que debemos ser fuertes, independientes y resolutivos pueden empujarnos a rechazar nuestras emociones y buscar soluciones rápidas para acallarlas. Paradójicamente, ese mecanismo de defensa suele alargar el sufrimiento, impidiendo que la herida cicatrice adecuadamente. De hecho, la presión por superar rápidamente las pérdidas o los traumas suele tener consecuencias negativas para nuestra salud mental.
Lo que sucede cuando te fuerzas a “estar bien”
Después de experimentar un evento impactante, tu mente tiende a compartimentar. Cuando el dolor o el agotamiento son grandes, puedes decirte: «ya he lidiado con esto suficiente» o «no tengo tiempo para esto» y reenfocar tu atención y energía temporalmente.
Obviamente, eso te permitirá seguir funcionando cuando sientes que todo se desmorona. Podrás seguir trabajando, haciendo la compra y relacionándote, pero la dura realidad es que las cosas que has enterrado siguen existiendo.
Si no te das el tiempo y el espacio que necesitas para procesar completamente esas experiencias dolorosas, es posible que tengas dificultades para gestionar tus emociones. Quizá te anestesies y desconectes emocionalmente, lo que podría conducirte a una depresión. O puede ser que esos sentimientos reprimidos terminen saliendo a la luz de la peor manera y en las situaciones más inapropiadas, a través de explosiones de ira, ataques de pánico o incluso somatizaciones.
Además, decirte a ti mismo que debes superarlo puede bloquear el procesamiento de la pérdida, conduciendo a un duelo no elaborado. O sea, te quedas atascado, sin terminar de aceptar lo que ha ocurrido porque no te has dado tiempo suficiente para que tu mundo interior se reestructure.
Y lo peor de todo es que esa presión por pasar página a menudo te lleva a culparte. La creencia de que “debería estar mejor” puede hacerte sentir débil, vulnerable e incapaz. Por tanto, al dolor por la pérdida o el trauma se le suman los sentimientos de culpabilidad por no ser capaces de seguir adelante con la rapidez que se espera.
Afrontar la pérdida sin autoengaños
Tras un evento que nos cambia la vida o una pérdida que remueve nuestros cimientos, es normal que nos cueste recomponer los pedazos rotos. Obviamente, a nadie le gusta sentirse mal y es normal querer recuperarse cuanto antes. Pero también debes ser consciente de cuándo te estás exigiendo demasiado. Date el espacio y el tiempo que necesitas para reflexionar sobre cómo te ha impactado ese suceso.
No hay «pérdidas pequeñas» si han tenido un impacto grande en ti. A veces, perder una rutina, una expectativa o un sueño también duele. A veces, perder una mascota puede ser increíblemente doloroso, independientemente de lo que piensen o digan los demás. Por tanto, es importante que seas consciente de la magnitud de lo ocurrido para ti.
Las pérdidas y los traumas emocionales nos afectan en diferentes niveles, algunos más profundos y otros más superficiales. Para comprenderlo mejor, puedes preguntarte:
- ¿Esa pérdida ha trastocado una parte importante de mi identidad?
- ¿Ha activado algún temor o preocupación relevante?
- ¿Afecta mi percepción de autoeficacia?
Cuanto más profundo sea el daño, más tiempo necesitarás para reestructurar tu universo psicológico.
Date permiso para no “superarlo” todavía
Superar una pérdida no es una carrera ni un deber. Es un proceso único y personal que no sigue un calendario preestablecido. Eso no significa regodearse en el dolor, sino darte el tiempo y el espacio que necesitas para atravesarlo de una manera saludable. Sin añadir una presión completamente innecesaria en un momento en el que ya estás vulnerable.
No importa si la pérdida es grande o pequeña, si es tangible o intangible, tu dolor es válido y merece atención. En lugar de decirte “debería superarlo”, pregúntate: “¿qué necesito en este momento?”. Trátate con compasión y paciencia. Permítete descansar y busca maneras asertivas de liberar lo que sientes. La verdadera fortaleza no está en “seguir adelante” a cualquier precio, sino en permitirte sentir y sanar a tu propio ritmo.
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