Me enferma la burocracia. Lo confieso. Nunca he entendido por qué se deben hacer diez documentos cuando uno habría bastado. Tampoco entiendo (y creo que jamás llegaré a hacerlo) por qué debemos invertir tanto tiempo yendo de una oficina a otra cuando podríamos usar ese tiempo de una manera mucho más inteligente, para trabajar o relajarnos (o hacer lo que nos venga en gana).
Sin embargo, la burocracia es una máquina pesada que no entiende de razones y nos aplasta bajo su peso. Arrastra consigo tanto a los ciudadanos como a los empleados, negándoles el derecho a la individualidad, a pensar y a decidir. Aún así, la burocracia no ha caído del cielo, la hemos construido nosotros y, de alguna forma, contribuimos a perpetuarla, sobre todo quienes ejercen un trabajo burocrático, obviamente.
Y es que aunque la burocracia tiene de por sí una acepción negativa, los empleados pueden aligerar esa carga o, al contrario, pueden hacerla tan pesada que nos impida movernos o incluso respirar. Los empleados pueden comportarse de manera profesional y ser útiles o, al contrario, pueden convertirse en burócratas.
De una forma u otra, siempre es conveniente conocer los diferentes tipos de burócratas que podemos encontrar en las oficinas de cualquier parte del mundo. Así sabremos cómo actuar y minimizaremos las posibilidades de morir en el intento de conseguir un documento banal.
Burócratas hay para dar y tomar (desgraciadamente)
– Burócrata miope. No se trata de un empleado que usa gafas sino de la típica persona que está programada solo para poner un sello, imprimir un documento o conocer un artículo de la ley. Y no va más allá de sus funciones, porque no quiere ni le interesa. Cuando encuentras este tipo de empleados, es probable que te toque hacer varias colas, pasar por diferentes ventanillas y recorrer más kilómetros dentro de una oficina que cuando sales a correr. ¿La solución? Armarse de una paciencia tan colosal que hasta el mismísimo Buda te envidiará.
– Burócrata tiburón. No se trata de un empleado eficiente sino todo lo contrario, es una persona que adopta la típica estrategia de algunos tiburones, que entran en un estado parecido a la catatonia cuando creen que están en peligro, fingiendo estar muertos. Estos burócratas, cuando les pides algo que se aparta un poco de las reglas (aunque sea perfectamente comprensible y lógico), te miran sin entender lo que dices, como si hablaras un idioma extranjero y simplemente entran en shock. ¿La solución? Debes explicarle tú mismo el mecanismo qué él debería conocer y, si no lo entiende después de la quinta vez, será mejor que desistas de tu intento y le pidas ayuda a otro funcionario.
– Burócrata rayado. Sospecho que este tipo de empleados recibieron alguna que otra clase de Psicología ya que son verdaderos maestros usando la técnica del disco rayado. En práctica, preguntes lo que preguntes, siempre te responderán lo mismo porque tienen un guión preestablecido y pretenden seguirlo a rajatabla. En estos casos, da igual la pregunta que hagas, recibirás la misma respuesta, hasta tal punto que en ocasiones incluso llegas a dudar de tu capacidad para expresar una cuestión en términos claros y concisos. ¿La solución? Buscar la respuesta en otro sitio porque, evidentemente, la persona que tienes frente no es la más indicada para orientarte.
– Burócrata sádico. Se trata del típico empleado que, apenas le dices lo que deseas hacer, te desanima por completo. Te indica que obtener esos documentos o el permiso que necesitas es más difícil que cruzar el Niágara en bicicleta, y que es mejor que ni siquiera lo intentes. Su forma de comunicarse es tan desalentadora que logra convencer a muchos y así, de paso, está todo el día en la oficina sin hacer nada. ¿La solución? Seguir adelante. Decirle que su mensaje ha sido recibido e ignorado con éxito.
– Burócrata escurridizo. Se trata del típico funcionario o empleado que siempre culpa a los demás (a sus colegas, al jefe o incluso a ti mismo). En una ocasión un empleado se equivocó al colocar mi fecha de nacimiento en un documento, al día siguiente me di cuenta del error y le pedí que lo subsanara. Se enfadó muchísimo y me preguntó: “¡¿y ahora en qué mes naciste?!” Como si uno fuera por el mundo cambiando su fecha de nacimiento a placer. ¿La solución? No intentes que se responsabilice porque no lo hará, discutir para saber quién tiene la responsabilidad es un callejón sin salida así que, simplemente, pídele que cumpla con su trabajo e intente resolver el problema.
– Empleado en vías de extinción. En este caso, se trata de un funcionario que domina su trabajo, que no le podemos llamar burócrata ya que sería casi una falta de respeto. Esta persona te da respuestas rápidas y comprensibles e incluso puede orientarte en temas relacionados con sus funciones, aunque no sean su estricta área de competencia. Con estas personas la burocracia se hace más ligera porque aunque tienen que seguir ciertas normas, son capaces de comprender tu caso y ortientarte hacia el camino más sencillo.
Por supuesto, tampoco es justo echarle toda la culpa solo a los empleados. Hay diferentes mecanismos que conllevan a una persona a convertirse en un burócrata. Pero ese ya es el tema de un próximo artículo.
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