En el juego de las recriminaciones las culpas se convierten en dardos envenenados que, más temprano que tarde, harán diana en nosotros. Si aceptamos las culpas ajenas y nos disponemos a cargar con responsabilidades que no nos corresponden, corremos el riesgo de convertirnos en el chivo expiatorio de alguien. Y una vez que hemos asumido ese rol, es muy difícil deshacernos del enorme peso emocional que acarrea.
¿Qué significa “chivo expiatorio”? Historia, simbolismos y mala suerte
Para celebrar el Día de la Expiación, una jornada que implica la confesión de los pecados cometidos a lo largo del año y el arrepentimiento por ellos, los antiguos judíos elegían dos machos cabríos o chivos. Luego seleccionaban al azar a uno de los animales para sacrificarlo a Yahveh.
“Echará suertes sobre los dos machos cabríos, una para Yahveh, y otra para Azazel”, se lee en Levítico 16 en el Antiguo Testamento. “Presentará el macho cabrío sobre el cual haya caído la suerte ‘para Yahveh’ ofreciéndolo como sacrificio por el pecado”.
El otro chivo no corría con mejor suerte ya que sobre él recaía la culpa de todos los pecados. El rabino ponía sus manos sobre la cabeza del animal en una ceremonia simbólica para traspasar las culpas del pueblo al animal.
Más tarde el chivo era llevado al desierto, en calidad de emisario, donde lo abandonaban. Aunque también se dice que lo apedreaban hasta la muerte ya que mediante aquel sacrificio el pueblo podría limpiar y borrar sus pecados.
De aquella tradición surgió la expresión “chivo expiatorio”. A nivel psicológico, este fenómeno sigue manteniendo su principal característica histórica: el chivo expiatorio es elegido al azar para cargar con culpas que no le corresponden y así liberar – en el sentido real o metafórico – a quien tiene la verdadera responsabilidad.
¿Qué es un chivo expiatorio en la Psicología?
En la Psicología, el chivo expiatorio es la persona o grupo a quienes se quiere culpar, a pesar de que son inocentes, para exculpar al verdadero culpable. Por tanto, se trata de una persona sobre la que recaen las acusaciones o condenas, aunque no sea la verdadera responsable de lo ocurrido.
La historia está llena de chivos expiatorios ya que este fenómeno es tan antiguo como el hombre mismo. Quizá uno de los ejemplos de chivo expiatorio más trágicos y emblemáticos fue el proceso de culpabilización que los nazistas emprendieron contra los judíos, solo porque parecían tener más éxito en sus negocios mientras muchos otros alemanes estaban sufriendo las devastadoras consecuencias de la Primera Guerra Mundial.
En la actualidad, diferentes grupos cargan con el estigma que conlleva ser considerado un chivo expiatorio. Tal es el caso de los inmigrantes o minorías sociales sobre las cuales una parte de la sociedad descarga su malestar. Muchos líderes políticos, sobre todo en tiempos de crisis, también explotan sin escrúpulos el mecanismo del chivo expiatorio para desviar la atención de sus propias deficiencias e intentar evadir su carga legítima de responsabilidad poniéndola sobre otros actores.
Ese proceso de culpabilización también es común en el seno de las familias disfuncionales, en las cuales se desplazan las dificultades y complejos psicológicos grupales a un miembro específico. Esa persona es quien carga con todos los problemas, vergüenzas y culpas de la familia, desviando así la atención de los auténticos conflictos que deben ser solucionados.
¿Por qué necesitamos un chivo expiatorio?
El fenómeno del chivo expiatorio en la Psicología puede rastrearse hasta dos mecanismos de defensa freudianos: el desplazamiento y la proyección. De hecho, a menudo la elección del chivo expiatorio es un proceso que se alimenta de manera inconsciente.
Según Freud, para mantener cierto equilibrio, tanto a nivel psicológico como interpsicológico, tenemos la tendencia a apartar de nuestra conciencia las cosas, emociones, impulsos o pensamientos que nos molestan o que representan un conflicto.
Cuando algo genera hostilidad, tendemos a desplazar ese sentimiento hacia objetivos más aceptables socialmente o personas más vulnerables que no representan un peligro para nosotros. Por ejemplo, en vez de enfadarnos con nuestro jefe podemos terminar desplazando esa ira hacia la pareja, en cuyo caso se convertirá en nuestro chivo expiatorio.
En otros casos, el chivo expiatorio es el resultado de la proyección; o sea, de proyectar esos sentimientos o ansiedades que no aceptamos en nosotros a los demás. El problema es que aceptar esos sentimientos alterarían la imagen que tenemos de nosotros, provocarían una disonancia cognitiva, de manera que al proyectarlos sobre los demás mantenemos una relación sin tensiones con nuestro “yo”. Así, por ejemplo, podemos culpar a nuestra pareja de que no nos escucha, cuando en realidad los que no escuchamos somos nosotros.
Cuando nos sentimos frustrados, porque no vemos manera de resolver el problema y este se torna demasiado amenazante, la respuesta más sencilla para canalizar esa impotencia, miedo o ansiedad es dirigirla hacia una tercera persona o un grupo.
Por tanto, crear un chivo expiatorio responde a dos motivos psicológicos: 1. mantener el valor moral personal percibido al minimizar los sentimientos de culpa sobre la responsabilidad de un resultado negativo y, 2. mantener el control personal percibido al obtener una explicación clara de un resultado negativo que de otro modo parece inexplicable, como explicaron psicólogos de la Universidad del sur de Mississippi.
Cuando encontramos a un culpable de la desgracia, los problemas, las calamidades sociales o incluso las pandemias, aliviamos las responsabilidades propias y disipamos las sombras inaceptables. También fortalecemos nuestro tergiversado sentido de poder y justicia, al tiempo que aliviamos la culpa y la vergüenza, deshaciéndonos de la necesidad de hacer algo ya que la responsabilidad no es nuestra.
El chivo expiatorio se convierte, por ende, en una especie de saco de boxeo, el reservorio donde dejamos los problemas y conflictos más dolorosos o complicados de resolver. Así no tenemos que profundizar demasiado en sus causas. Lo simplificamos todo. Y aliviamos el dolor psicológico que implicaría aceptar ciertas culpas y responsabilidades.
El problema es que crear un chivo expiatorio no resuelve los problemas. Cerrar los ojos ante nuestras sombras no hará que desaparezcan. Culpar al otro no resuelve nuestros conflictos y crea nuevos problemas a la persona que está cargando con responsabilidades que no le corresponden.
Las heridas emocionales del chivo expiatorio
Muchas personas que se han convertido en chivos expiatorios no son plenamente conscientes de esa dinámica. Dado que quienes culpabilizan suelen ser personas con las cuales tenemos un estrecho vínculo afectivo o personas que ocupan puestos de poder, lo más habitual es que vayamos asumiendo esas culpas. No nos damos cuenta de que estamos envueltos en una situación de abuso emocional hasta que no es muy tarde y los daños ya están hechos.
Los chivos expiatorios a menudo experimentan un gran sufrimiento y angustia puesto que han pasado por años de invalidación y abuso. Padres que les han culpado por haberles arruinado la vida, parejas altamente tóxicas o jefes que no asumen sus responsabilidades.
Esas personas van tejiendo una historia a base de mentiras, negación y distorsión de la realidad en la que el chivo expiatorio se convierte en el único culpable de todas las desgracias que ocurren. Como resultado, no es extraño que esa persona termine creyendo que es mala o que no vale nada.
Esa persona tendrá cada vez más dificultades para identificar sus deseos y necesidades, creerá que no es digno de tener éxito o de ser amado y perderá la confianza en sus capacidades para perseguir sus metas y sueños. También es probable que se culpe a sí mismo en exceso y sienta que no tiene derecho a ser feliz.
Para salir de esas redes hay que romper con los esterotipos del villano / culpable y el héroe / víctima. Eso significa asumir que no hay nadie completamente bueno y nadie completamente malo. Y que en toda relación, las responsabilidades o culpas se distribuyen.
Nunca es demasiado tarde para descubrir y reclamar nuestra verdadera identidad, libre de la narrativa distorsionada y culpabilizante que quieren imponer los demás y que nos pintan como “malos” o “defectuosos”.
Fuentes:
Rothschild, Z. K. et. Al. (2012) A Dual-Motive Model of Scapegoating: Displacing Blame to Reduce Guilt or Increase Control. J Pers Soc Psychol; 102(6): 1148-1163.
Glick, P. (2002) Sacrificial lambs dressed in wolves’ clothing: Envious prejudice, ideology, and the scapegoating of Jews. In L. S. Newman & R. Erber (Eds.) Understanding genocide: The social psychology of the Holocaust (pp. 113-142). New York: Oxford University Press.
Wright, F. et. Al. (1988) Perspectives on scapegoating in primary groups. Eastern Group Psychotherapy Society; 12(1): 33-44.
Eagle, J., & Newton, P. M. (1981) Scapegoating in small groups: An organizational approach. Human Relations; 34(4): 283–301.
Yazu dice
René Girard hace un análisis detallado del mecanismo del Chivo Expiatorio a lo largo de la historia.
Jennifer Delgado dice
En efecto, estoy preparando un artículo sobre su teoría, que es muy interesante 😉
Paula dice
Lo tienes ya?? Estaría interesada en leerlo
Liliana dice
Entre los políticos argentinos hay una imperiosa necesidad de buscar chivos expiatorios. Son tan ineptos que les urge culpar al otro, buscar un enemigo a quien responsabilizar por todos los males. Y el pueblo es cómplice.
Jennifer Delgado dice
Hola Liliana,
No te creas que es un fenómeno privativo de un país, es un modus operandi bastante extendido, por desgracia, en muchas naciones e independientemente del color del partido que gobierne.