La disgrafia es un trastorno de tipo funcional que afecta la calidad de la escritura de la persona, fundamentalmente en lo que respecta al trazado. Para comprender este trastorno debemos partir del hecho que la escritura posee tres procesos básicos de simbolización:
1. La utilización de fonemas como símbolos auditivos de carácter convencional.
2. El uso de los signos gráficos correspondientes a los fonemas.
3. Los movimientos motores que conducen al trazado de los signos.
Es precisamente este tercer componente el que se ve afectado en las personas con disgrafía.
En teoría, los movimientos propios de la escritura deben irse consolidando en la misma medida en que madure el sistema nervioso central y periférico. Es decir, con el desarrollo del niño, ya que este va ganando en tono muscular y en coordinación viso-espacial.
Para que el niño desarrolle una escritura correcta es necesario que posea una serie de habilidades básicas como: destreza psicomotora general (capacidad de inhibición, de control neuromuscular, independencia segmentaria, coordinación óculo-manual y organización espacio-temporal); coordinación funcional de la mano (independencia mano-brazo de los dedos, coordinación de la prensión y la presión) así como unos hábitos neuromotrices correctos y bien establecidos (visión y transcripción izquierda- derecha, rotación habitual de la mano, mantenimiento correcto del lápiz).
Para alcanzar una caligrafía correcta, el niño debe encontrar su propio equilibrio postural, la manera menos tensa y fatigada de coger el lápiz, orientarse en el espacio sobre el que va a escribir y asociar la imagen de la letra a los sonidos y a los gestos rítmicos correspondientes. Como se puede suponer, es un proceso bastante complejo. Y también es por ello que el diagnóstico de la disgrafia no se realiza en edades tempranas del desarrollo.
Precisamente porque la disgrafia está íntimamente relacionada con el control motor, en ella inciden muchísimos factores como una postura incorrecta, un soporte inadecuado para escribir, deficiencias en la prensión y presión o un ritmo escritor demasiado lento o excesivo.
¿Qué es la disgrafia y cómo se aprecia?
Más allá de los criterios diagnósticos, podrás percatarte de que tu niño tiene una disgrafia si:
– El tamaño de las letras es excesivamente grande o muy pequeño.
– La forma de las letras está distorsionada.
– Existe una inclinación apreciable lo mismo al nivel de línea que al nivel de letra.
– El espacio entre las letras y/o las palabras pueden ser demasiado grande o muy junto. De esta manera, las letras parecen desligadas las unas de las otras.
– El tipo de trazo es inadecuado, ya sea porque es muy suave y apenas perceptible o porque es demasiado grueso.
Finalmente, vale aclarar que también existen lo que se conoce como disgrafias adquiridas. Son aquellas que se desarrollan como consecuencia de una lesión cerebral. En muchos de estos casos, no solo se ve alterado el trazo sino que también se omiten letras y palabras durante la escritura.
Fuentee:
Rivas, R.M. & Fernandez, P. (1994). Dislexia, disortografia y disgrafia. Barcelona: Ediciones Pirámide.
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