¿Qué haces cuando no puedes hacer nada? En la vida, no hay nada peor que sentirnos atados de pies y manos. Completamente amordazados. Paralizados por las circunstancias. Sin vía de salida. Sin escapatorias. Sin poder hacer nada más que esperar.
En circunstancias excepcionales que generan una elevada tensión emocional o que representan un peligro para nuestra integridad física o psicológica, el sistema límbico de nuestro cerebro toma el mando. Sus dos opciones por defecto son huir o luchar. Ambas implican hacer algo. Decidir. Asumir una actitud proactiva. Intentarlo, al menos.
Sin embargo, hay circunstancias en las que no tenemos esas opciones. La única opción es la parálisis. Y se trata de la alternativa más costosa en términos psicológicos, terreno fértil para la rabia y la impotencia.
¿Por qué se produce la parálisis?
Ante situaciones altamente estresantes nuestro cuerpo responde desencadenando una excitación nerviosa en la que se interrumpe la relación normal entre el sistema nervioso periférico y el cerebro. Nuestra actividad cerebral se centra en la fuente de la emoción, los músculos voluntarios pueden paralizarse y las percepciones sensoriales se alteran, incluida la sensación de dolor físico.
Esa primera reacción es fundamental para ayudarnos a evaluar el grado de peligro que representa la amenaza. Nuestros sentidos se agudizan para captar todos los detalles mientras el cerebro los procesa a una velocidad superior a la media. Pero a la misma vez, los músculos están “paralizados” para evitar que tomemos una mala decisión dictada por el pánico.
Sin embargo, a esa primera fase de análisis/parálisis le sigue una fase reactiva, en la que los músculos vuelven a entrar en acción y decidimos qué curso tomar. De hecho, la congelación no es un estado pasivo, sino más bien un freno parasimpático del sistema motor que nos ayuda a prepararnos para la acción.
La parálisis es una respuesta común cuando el peligro aún es lejano o incierto, pero si sentimos que el riesgo crece, nuestra reacción natural es encontrar una ruta de escape o, en su defecto, luchar. Es una reacción instintiva difícil de controlar. Si vemos un león que se acerca a nosotros con actitud amenazante, nuestra primera reacción será correr o buscar algo con lo cual defendernos. Lo mismo ocurre cuando nos sentimos psicológicamente en peligro.
El costo de no poder hacer nada
Un estudio realizado en la Universidad Shanghai Jiao Tong comprobó que cuando obligan a los animales a permanecer paralizados bajo condiciones altamente estresantes, no solo muestran una gran ansiedad, sino que posteriormente desarrollan síntomas de depresión y sufren cambios importantes a nivel cerebral. A nosotros nos ocurre lo mismo.
No estamos programados para no hacer nada en una situación angustiante. Nos cuesta. Y, sin embargo, hay circunstancias en las que solo podemos esperar. Confiar en los demás o en el curso de la vida.
En esos casos, podemos experimentar una enorme sensación de impotencia. La impotencia nos consume cuando sentimos que perdemos el control y no podemos conseguir lo que deseamos. Curiosamente, la impotencia es una emoción muy intensa con un gran poder dinamizador del comportamiento. Por eso deja paso rápidamente a la rabia y la frustración.
En esas condiciones, cuando nos sentimos atrapados en un laberinto sin salida, podemos llegar a ser extremadamente irracionales y llegar a hacer cosas de las que más tarde nos arrepintamos.
¿Qué hacer cuando no puedes hacer nada?
- Recuerda que todo pasa, también esto. Cuando te sientes angustiado tu cerebro racional se “apaga” y solo puedes ver a través de esa situación terrible. Todo lo que existe a tu alrededor se tiñe de esas emociones negativas. El mundo se viene abajo y crees que jamás lo superarás. Eso añade aún más sufrimiento. En cambio, recordar que todo pasa te ayudará a recuperar un poco de confianza y fuerza para afrontar esa crisis.
- No necesitas resolverlo todo, solo convivir un poco más de tiempo con ello. Los problemas no suelen llegar solos, sino que vienen acompañados de más problemas. Cuando se acumulan pueden convertirse en una montaña inmensa que te aplasta bajo su peso. Obviamente, si te sientes angustiado, es normal que desees que todo acabe. Sin embargo, no es el mejor momento para solucionar todos los problemas. Tan solo planteáte resistir un poco más.
- Cambia lo que puedas. ¿Es completamente cierto que no puedes hacer nada? En muchas ocasiones esa sensación de impotencia surge de no poder hacer todo lo que deseamos, pero es probable que haya algo que podamos hacer, aunque ni siquiera se acerque a lo ideal o a lo que desearíamos. Sin embargo, el mero hecho de hacer algo te devolverá al menos en parte la sensación de control perdida y te brindará la serenidad que necesitas para afrontar lo que venga.
- Busca la serenidad a través de la aceptación radical. A veces hay situaciones que no podemos cambiar. En esos casos, por duro que pueda ser, no nos queda otra opción que practicar la aceptación radical. Significa comprender en su justa medida el estado de las cosas para afrontarlas con mayor serenidad. Luchar batallas perdidas de antemano solo hará que pierdas fuerza y energía que puedes destinar a un mejor provecho.
- Obstaculiza tu primera reacción. Cuando la ira, la impotencia y la frustración toman el mando, es importante que te detengas un momento antes de actuar. Pregúntate si eso que estás a punto de hacer realmente ayudará o servirá para algo. Tomate un minuto, o consúltalo con la almohada si puedes. Intenta evaluar la situación desde la postura más desapegada posible. Es difícil. Lo sé. Pero vale la pena intentar asumir esa distancia psicológica. Replegarse para reorganizarse.
Fuentes:
Roelofs, K. (2017) Freeze for action: neurobiological mechanisms in animal and human freezing. Philos Trans R Soc Lond B Biol Sci; 372(1718): 20160206.
Chu, X. et. Al. (2016) 24-hour-restraint stress induces long-term depressive-like phenotypes in mice. Sci Rep; 6:32935.
Steimer, T. (2002) The biology of fear- and anxiety-related behaviors. Dialogues Clin Neurosci; 4(3): 231–249.
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