
En los últimos años, la ansiedad ha pasado de ser un problema clínico a convertirse en una palabra de uso cotidiano. Redes sociales, conversaciones informales, artículos de bienestar… todos la mencionan generando una capilaridad que antes no existía. Y eso, en muchos sentidos, es positivo: hablar de ansiedad sin tabúes ha permitido que más personas busquen ayuda y comprendan mejor sus síntomas.
Pero esa enorme visibilidad también tiene un efecto secundario: difumina los límites entre lo que es ansiedad y lo que no lo es. Al normalizar el término, corremos el riesgo de banalizarlo o, peor aún, de confundir estados emocionales naturales con un problema de salud mental que requiere atención especializada. ¿Cómo diferenciar entre una reacción normal y una señal de algo más profundo? ¿Qué se siente cuando tienes ansiedad?
Aprender a trazar esa línea entre la incomodidad pasajera y el trastorno de ansiedad es esencial para abordar el problema adecuadamente.
La ansiedad no es tu enemiga, siempre que no sea excesiva
La ansiedad es una reacción normal ante diferentes situaciones, sobre todo aquellas que nos desbordan emocionalmente. Esos “nervios” son una especie de “sistema de alerta interno” que nos avisa de un peligro o amenaza – real o imaginado – y nos preparan para responder.
De hecho, experimentar un nivel de ansiedad gestionable puede ser útil de vez en cuando. Por ejemplo, puede darnos una dosis extra de energía para prepararnos para un examen o terminar un proyecto de trabajo a tiempo. Incluso los eventos felices, como mudarnos a una casa que acabamos de comprar o celebrar un hito vital importante, pueden generar cierta ansiedad ya que encierran una dosis de incertidumbre.
La ansiedad, en su justa medida, pone en marcha una serie de cambios neuropsicológicos que pueden jugar a nuestro favor. Libera adrenalina y cortisol, preparándonos para responder con mayor rapidez y precisión. El organismo moviliza energía extra, la atención se agudiza y la memoria mejora, como comprobaron investigadores de la Universidad de Waterloo. En esencia, es un mecanismo diseñado para ayudarnos a rendir mejor en situaciones que requieren foco y reacción inmediata.
Un nivel moderado de ansiedad también mejora la toma de decisiones bajo presión y potencia el aprendizaje, ya que cuando el cerebro percibe una situación como desafiante, prioriza la consolidación de la información relevante y presta más atención a los detalles. El problema no es sentir ansiedad, sino que este estado nos acompañe a todas partes, volviéndose abrumador y paralizante. Entonces agota nuestros recursos y afecta nuestro bienestar. Por ese motivo, es fundamental distinguir entre la ansiedad funcional y la patológica.
¿Qué se siente cuando tienes ansiedad patológica? Los síntomas que dan la voz de alarma
Ante todo, es importante conocer que existen diferentes tipos de trastornos de ansiedad, desde las fobias hasta la ansiedad generalizada, el más común. Aunque sus síntomas varían, algunos signos comunes que diferencian la ansiedad patológica del simple “sentirse ansioso” son:
- Experimentas una sensación de ansiedad abrumadora y desproporcionada a la situación en la que te encuentras, hasta tal punto que interfiere en tu vida cotidiana.
- La ansiedad te acompaña a todas partes y se presenta prácticamente durante toda la jornada, por lo que no es una situación ocasional.
- Tienes una sensación de aprensión y angustia constantes, como si estuviera a punto de ocurrir algo negativo de un momento a otro.
- Te preocupas por mil cosas diferentes, muchas de ellas completamente intrascendentes, pero que en tu mente adquieren proporciones colosales.
- Te cuesta concentrarte porque tu mente está atrapada en un bucle de preocupaciones constantes, lo que acaba afectando tu rendimiento.
- Experimentas una incómoda sensación de falta de control porque la ansiedad domina tus pensamientos y emociones, generando una sensación de indefensión e impotencia.
- Presentas síntomas físicos intensos, que pueden ir desde tensión muscular y mareos hasta taquicardia, dificultad para respirar, hormigueos, problemas digestivos e insomnio.
En resumen, la diferencia clave entre la ansiedad y un trastorno de ansiedad es la gravedad y la persistencia de los síntomas. Si estás a punto de tener una primera cita o dar un discurso en público, es normal que te sientas un poco nervioso. Pero si cuando desaparece la situación sigues experimentando ansiedad, hasta el punto que afecta tu bienestar y te impide llevar una vida normal, es probable que se trate de un trastorno en toda regla.
¿Por qué pedir ayuda y cuándo debes hacerlo?
La ansiedad puede convertirse en un huésped indeseado. Cuando llega, tiene vocación de permanencia y tiende a fortalecerse con el tiempo. El problema es que el cerebro, en su intento de protegernos, aprende a responder con miedo y se sobreactiva ante un número cada vez mayor de situaciones, incluso cuando no existe un peligro real. Así, lo que en un principio fue una reacción puntual al estrés, con el tiempo puede transformarse en un patrón automático, en una forma de interpretar y reaccionar ante el mundo.
Ese proceso tiene una base neurobiológica. La amígdala, la región del cerebro encargada de detectar amenazas, se vuelve más reactiva con cada episodio de ansiedad intensa. Al mismo tiempo, la corteza prefrontal, responsable de la toma de decisiones racionales, pierde control sobre la respuesta emocional. Es decir, se produce un secuestro emocional en toda regla.
Por eso, al contrario de lo que se suele pensar, ignorar la ansiedad o “esperar a que pase” no siempre es la mejor solución. Cuanto más tiempo dejamos que la ansiedad nos domine sin intervenir, más se reforzará el circuito neuronal que la alimenta y más resistente se volverá.
No es necesario esperar a un diagnóstico clínico para empezar a tomar cartas en el asunto. Aplicar algunos ajustes en el estilo de vida, como practicar actividad física con regularidad, aprender a desconectar, aplicar técnicas de relajación o de reestructuración cognitiva ayudará a nuestro cerebro a “echar el freno de mano” para que la ansiedad no tome alas.
El momento idóneo para actuar no es cuando la ansiedad ya se ha convertido en un problema grave. Es antes. Justo cuando empiezas a notar que la angustia, el miedo y la preocupación están ganando demasiado terreno en tu vida. En ese momento tienes más margen de maniobra y será más fácil recuperar el equilibrio emocional.
¿Y si la ansiedad ya se ha instalado? En ese caso, Paula Cañeque, psicóloga en Las Palmas especializada en ansiedad, explica que la terapia no solo te ayudará a entender sus raíces, sino que te proporcionará herramientas prácticas para gestionarla y cambiar los patrones de pensamiento que alimentan ese miedo y preocupación en un entorno seguro. Así podrás recuperar las riendas de tu vida y volver a sentirte bien.
Recuerda que la ansiedad puede llegar a ser abrumadora, pero no tiene por qué ser permanente.
Referencias Bibliográficas:
Lee, C. & Fernandes, M. (2017) Emotional Encoding Context Leads to Memory Bias in Individuals with High Anxiety. Brain Sciences; 8(2): 6.
Zhang, L. et. Al. (2015) Trait Anxiety Has Effect on Decision Making under Ambiguity but Not Decision Making under Risk. PLoS ONE 10(5): e0127189.
Kim, J. & Gorman, J. (2005) The psychobiology of anxiety. Clinical Neuroscience Research; 4(5-6): 335-347.
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