En una sociedad de opinionistas, los hechos brillan por su ausencia. Todos opinan, pocos saben. Todos infieren, pocos conocen los datos. Para evitar que los psicólogos y psiquiatras caigan en esa trampa tan generalizada que Umberto Eco catalogó como “la invasión de los necios”, en 1973 la Asociación Estadounidense de Psiquiatría aplicó lo que se conoce como Regla de Goldwater.
¿Qué es la regla de Goldwater?
La regla de Goldwater hace referencia a una declaración de ética que restringe a los psiquiatras y los psicólogos la especulación sobre el estado mental de las figuras públicas, en especial si esos personajes se encuentran bajo los reflectores, ya sea en una campaña electoral, en medio de una guerra, desempeñando un cargo público o simplemente debido a un escándalo.
Dicha regla prohíbe a los psiquiatras diagnosticar profesionalmente a un individuo que no hayan evaluado personalmente. El Comité de Ética de la APA incluso amplió esa regla más allá del diagnóstico para cubrir prácticamente todas las opiniones psiquiátricas en 2017, en medio de la discusión pública que se generó sobre la salud mental del presidente Donald J. Trump. Por supuesto, la regla de Goldwater también ha sido validada por la Asociación Americana de Psicología.
El caso Goldwater: Las trampas y la manipulación informativa que dieron origen a la regla
Todo comenzó en 1964, cuando el senador por Arizona Barry Goldwater se postuló por el Partido Republicano para la presidencia de Estados Unidos, desafiando al presidente demócrata Lyndon B. Johnson.
Desde el comienzo de la campaña, Goldwater se negó a moderar sus puntos de vista porque no tenía grandes aspiraciones personales, sino que asumía más bien el rol de enemigo del establishment y no quería cambiar lo que pensaba o la manera de expresarlo solo para satisfacer a los demás.
Johnson aprovechó aquella “debilidad” y convirtió aquella campaña electoral en una especie de referéndum sobre la política nuclear, intentando que Goldwater pasase por loco puesto que nadie dejaría el “botón nuclear” en manos de una persona desequilibrada.
En medio de la campaña, Fact Magazine decidió enviar cuestionarios a 12.356 psiquiatras pidiéndoles que evaluaran si Goldwater “era o no psicológicamente apto para convertirse en presidente de los Estados Unidos”. Tras recibir las respuestas, publicó un artículo titulado: “1.189 psiquiatras dicen que Goldwater no es apto psicológicamente para ser presidente”. Aunque algunos profesionales lo veían como una persona normal, otros lo percibían como “paranoico”, “esquizofrénico”, “obsesivo”, “psicótico” y “narcisista”.
Las respuestas publicadas llenaron 41 páginas de un número especial llamado “El inconsciente de un conservador” y fueron promocionadas en anuncios de página completa en The New York Times y otros periódicos. Incluían declaraciones como “creo que Goldwater tiene la misma estructura patológica que Hitler, Castro, Stalin y otros líderes esquizofrénicos conocidos” o “creo que el senador Goldwater apela al sadismo y la hostilidad inconscientes del ser humano promedio”.
Como resultado, Johnson logró una victoria aplastante. No obstante, más tarde Goldwater demandó por difamación a la revista y el pago por daños y perjuicios la obligó a cerrar sus puertas para siempre. Lo que la revista omitió fue que, de la gran cantidad de psiquiatras consultados, solo respondió un 19% y la mayoría de las respuestas no estaban firmadas. Entre esas respuestas, 1.189 afirmaron que no estaba capacitado, 657 dijeron que sí y 571 apuntaron que no tenían suficientes datos para opinar.
La Asociación Estadounidense de Psiquiatría tomó cartas en el asunto y condenó tajantemente lo sucedido. En 1973, la APA creó la «Regla de Goldwater» en la sección 7.3 de los Principios de ética médica que se aplica a las figuras públicas y establece que “no es ético que un psiquiatra ofrezca una opinión profesional a menos que haya realizado un examen y se le haya otorgado la debida autorización para tal declaración”.
En 2017, a raíz de la controversia que se generó sobre la estabilidad mental del entonces presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump, la APA ratificó esta regla añadiendo que los psiquiatras y psicólogos solo deberían compartir con el público su experiencia sobre temas psiquiátricos en general y no sobre figuras públicas específicas.
Además, advirtió de que el “deber de advertir” que se suele asociar a esta profesión se aplica únicamente al conocimiento de un riesgo para los demás en el curso de un tratamiento, de manera que ese deber no aplica cuando no existe una relación médico-paciente.
Saber qué sucede en la mente de una persona es difícil, incluso para los psicólogos y psiquiatras
En sentido general, esta regla ética pretende impedir que los profesionales de la salud mental realicen inferencias no verificables – y a menudo contradictorias – sobre el equilibrio psicológico de las figuras públicas. Lo que se pretende evitar, entre otras cosas, es que esas inferencias puedan tener un gran peso sobre la opinión pública, a pesar de no haber sido validadas con las técnicas psicológicas habituales, como entrevistas, cuestionarios o test.
En realidad, cada persona es un universo de manera que, si bien muchos psiquiatras y psicólogos pueden tener una opinión profesional sobre los rasgos de determinados personajes públicos o incluso intuir posibles trastornos, es difícil realizar afirmaciones concluyentes sin conocer a la persona, su historia de vida y, sobre todo, sus vivencias.
Intuir no es lo mismo que saber. Inferir no es lo mismo que constatar. Una opinión no es un hecho, aunque provenga de un psiquiatra o un psicólogo.
Suponer que alguien sufre una herida emocional por unos padres poco afectuosos no es lo mismo que constatarlo. Imaginar que alguien es prepotente, narcisista o arrogante por sus discursos públicos no es lo mismo que comprobarlo en la relación directa. Concluir en base a decisiones aisladas, muchas veces tomadas bajo presión, que alguien es impulsivo o calculador no es lo mismo que constatarlo a lo largo de su vida.
Eso significa que la mayoría de los “perfiles psicológicos” esbozados en la prensa y las revistas sobre las figuras públicas en realidad responden solo a generalizaciones – que muchas veces provienen de los propios periodistas y que pueden tener tanto de cierto como de erróneo. La mayoría de los psiquiatras y psicólogos saben que la mente humana es compleja y es muy difícil realizar aseveraciones rotundas sin haber estado en contacto con esa persona y conocer el impacto emocional que han tenido sus diferentes experiencias de vida.
Por consiguiente, es mejor que cada quien se forme su propia opinión y no se deje influenciar por calificativos que muchas veces están más dirigidos a denigrar y atacar a personajes públicos o a ensalzarlos y glorificarlos sin fundamento. Dentro de cada persona hay luces y sombras. El intento de santificar a algunos y demonizar a otros solo responde a nuestra necesidad de simplificar la complejidad humana para sentirnos un poco más seguros en un mundo que nos parece demasiado incierto.
Fuentes:
(2017) APA’s Goldwater Rule Remains a Guiding Principle for Physician Members. En: APA.
(2016) Goldwater Rule’s Origins Based on Long-Ago Controversy. En: APA.
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