
El vínculo entre las madres y sus hijos es uno de los más fuertes que existe. Sin embargo, a lo largo del tiempo esa relación va pasando por diferentes etapas, de manera que si no se actualiza y gestiona adecuadamente, con una gran dosis de flexibilidad que permita renovar los roles, puede generar cierta dosis de conflicto que termina generando una distancia emocional.
Lo que nos iguala también nos separa
En 2016, investigadores de la Universidad de California y la Universidad de Stanford descubrieron que la relación madre-hija presentaba características peculiares que no se evidenciaban en otros vínculos familiares.
Exactamente, comprobaron que el volumen de materia gris era bastante similar en madres e hijas en algunas áreas relacionadas con las emociones, así como la morfología del “cerebro emocional”. En práctica, nuestros circuitos emocionales se parecen mucho al de nuestras madres.
Sin embargo, esa cercanía no es garantía de sincronización y fluidez en las relaciones. O al menos no siempre. De hecho, dichas similitudes pueden ser el motivo por el cual la relación entre madres e hijas es una de las más complejas, difíciles y delicadas de gestionar. No es casual que muchas personas adultas sean capaces de solucionar de manera asertiva los conflictos con los demás, pero se quedan sin herramientas psicológicas para afrontar los desencuentros con sus madres.
La relación entre madre e hija muchas veces se basa en la ambivalencia; es decir, aúna necesidades y sentimientos contradictorios ya que está marcada por una elevada intensidad emocional en la que se manifiestan al unísono la unión y el apego con la necesidad de distancia y autonomía. Como resultado, los desencuentros terminan siendo habituales.
Contenidos proyectados, la cuota de responsabilidad de las hijas
Una de las claves del conflicto en la relación entre madre e hija radica precisamente en esas similitudes emocionales. A veces proyectamos sobre los demás nuestras propias sombras. A través de este mecanismo de defensa le atribuimos a otra persona sentimientos, deseos, impulsos o creencias que no reconocemos como propias pues aceptarlas alteraría la imagen que tenemos de nosotros mismos.
Cuando percibimos esos contenidos proyectados en los comportamientos de nuestra madre, por ejemplo, reaccionamos. Esa reacción no es racional, sino que proviene de lo más profundo de nuestro inconsciente. Como resultado, podemos sentirnos incómodos o enojarnos y reprocharle los comportamientos, ideas o emociones que en realidad también nos pertenecen, pero no queremos aceptarlos.
En ese caso, nuestras madres pueden actuar como un espejo, devolviéndonos un reflejo en el que no queremos reconocernos. Eso genera una intensa reacción de rechazo, que en realidad no es hacia la otra persona, sino hacia los contenidos psicológicos que nos disgustan.
Replicar la relación infantil, la cuota de responsabilidad de las madres
La complejidad de la relación madre e hija va más allá de los mecanismos de proyección. En muchas ocasiones, las discusiones, los conflictos y los desencuentros surgen porque las madres siguen replicando el mismo patrón relacional que usaban para tratar a sus hijos cuando eran pequeños.
Ese patrón relacional a veces pasa por las reprimendas, los reproches o las imposiciones. Como resultado, los hijos reaccionan rebelándose, como hicieron cuando eran adolescentes. El hecho de que personas adultas con vidas exitosas capaces de mantener buenas relaciones interpersonales terminen sintiendo que sus madres les sacan de quicio se debe en gran medida a que han emprendido un viaje en el tiempo retrotrayéndose a otra etapa evolutiva.
Los comportamientos maternos pueden actuar como un disparador emocional que nos conduce a etapas anteriores de nuestro desarrollo, a una edad en la que quizá no éramos tan asertivos y seguros como ahora porque todavía no contábamos con habilidades comunicativas y de resolución de conflictos. Se trata de una regresión en toda regla que a menudo conduce a que las discusiones se repitan, en bucle, por temas diferentes, pero replicando los mismos patrones y respuestas de hace años.
Conflictos no resueltos, responsabilidad de ambas
En muchos casos, las discusiones y desencuentros en la relación entre madres e hijas no provienen del presente sino del pasado, de los conflictos latentes. Cuando en la historia del vínculo no se han resuelto determinadas problemáticas, estas se arrastran y se reactivan cada cierto tiempo, cada vez que se replican ciertas condiciones.
Por ejemplo, en las situaciones en las que una hija se vio obligada a convertirse en madre o sufrió negligencia emocional en la infancia, se activan “reclamaciones de compensación”. De cierta manera, se comienza a reclamar lo que no se recibió como hija a través de reproches.
Asimismo, si la madre tuvo que renunciar a sus sueños para hacer frente a la crianza de un hijo, es probable que en el futuro también reclame atención y cuidados. Esa madre puede seguir descargando su frustración sobre sus hijos adultos. Puede tener grandes expectativas por su “sacrificio” y si los hijos no las cumplen pueden sentirse decepcionadas y echárselo en cara.
Crear una nueva relación entre madre-hija
La relación entre madre e hija no debe anquilosarse, sino que debe irse actualizando para adaptarse a las diferentes etapas de la vida y los cambios en las necesidades de cada una. Es importante reflexionar sobre ese vínculo y comprender cómo condiciona nuestras vidas.
Afrontar la realidad de la relación puede ser difícil, pero no por ello menos necesario. Quizá el vínculo no sea todo lo que la madre o la hija han esperado o soñado, de manera que es fundamental ajustar las expectativas.
A fin de cuentas, los conflictos suelen surgir cuando una u otra no cumple con lo que se espera de ellas. En ese caso, es conveniente abordar la relación como lo haríamos con cualquier otro vínculo adulto, lo cual supone aceptar con menos problemas las “limitaciones” o forma de ser de la otra persona. Se trata de aceptar al otro tal como es, sin esperar que sea perfecto o se ajuste al molde que tenemos. Eso evita que nos tomemos las cosas de forma tan personal y puede mejorar mucho la relación.
Por supuesto, también es fundamental que cada quien se ocupe de su “basura emocional”. Christiane Northrup afirmó que “la mejor herencia de una madre es haberse sanado como mujer”. Pero también escribió a las hijas que es importante “liberarse de una pesada herencia femenina de dependencia transmitida de madre a hija”.
Todos tenemos que tomar lo que recibimos de nuestros padres – lo bueno y lo malo, lo dulce y lo amargo. Al mismo tiempo, los padres deben aceptar esa brecha entre lo que son sus hijos y lo que les habría gustado que fueran. Rechazar, luchar o querer que las cosas sean diferentes suele debilitarnos mientras que la aceptación nos sana.
Se trata de un paso liberador que nos abre a la vida y, lejos de empeorar el vínculo, a menudo sirve para fortalecerlo. Ahora desde una actitud más madura, flexible y conciliadora donde cada quien tenga espacio para redefinir sus roles y expectativas, sintiéndose más cómodo en esa relación maravillosa entre los padres y sus hijos.
Fuentes:
Yamagata, B. et. Al. (2016) Female-Specific Intergenerational Transmission Patterns of the Human Corticolimbic Circuitry. The Journal of Neuroscience; 36(4): 1254-1260.
Champagne, F. A. et. Al. (2006) Maternal care associated with methylation of the estrogen receptoralpha1b promoter and estrogen receptor-alpha expression in the medial preoptic area of female offspring. Endocrinology; 147:2909 –2915.
Luz del valle dice
Me cuesta horrores entender me con mi hija yo tengo 63 años y ella 38 es muy tempera mental ella yo sin autoestima resultado me hace lo que quie re al límite ni al respeto no lo conoce me siento desvastada triste que falle en todo sentido nunca dije no hoy mi vida es un infierno