
Resiliencia.
Esa palabra surge cuando hablamos de grandes crisis: pérdidas, despidos, rupturas, cambios drásticos… Pero, ¿y qué hay de la resiliencia en la vida cotidiana? Esa que necesitamos cuando el tráfico se convierte en un tablero de Tetris imposible, cuando las exigencias se acumulan y el cansancio mental pesa demasiado. Porque, coincidirás conmigo en que no siempre hace falta una catástrofe para sentirnos al límite. A veces, basta con un lunes cualquiera.
La habilidad para mantenerte en pie cuando el mundo no para de empujarte
La resiliencia es la capacidad de recuperarse de un revés o una experiencia difícil y salir fortalecidos de ello. Es la manera en que nos sacudimos el polvo y nos levantamos cuando nos caemos. Por tanto, implica vernos capaces de afrontar situaciones difíciles y alimentar la firme convicción de que podemos superarlas, pase lo que pase.
De hecho, la resiliencia cotidiana se enfoca precisamente en reforzar nuestra autoeficacia para generar un círculo virtuoso: cuanto más capaces nos veamos de superar los retos, más confianza tendremos y más resilientes seremos.
Debemos ser capaces de persistir, pero también de adaptarnos a los cambios sin desviarnos demasiado de lo que realmente importa. Por esa razón, desarrollar la resiliencia en la vida cotidiana puede marcar la diferencia entre llegar al final de la jornada arrastrándonos al borde de nuestras fuerzas o con energía suficiente, entre dar pequeños pasos que nos acerquen a nuestro objetivo o perder el rumbo por completo.
Esas pequeñas decisiones que tomamos a diario también nos van preparando para hacer lo extraordinario cuando sea necesario. Si hemos entrenado el músculo de la resiliencia, nos resultará más fácil afrontar los momentos difíciles que la vida nos depara.
¿Cómo se aplica la resiliencia en la vida cotidiana?
La vida no te va a preguntar si estás preparado para el siguiente desafío, ni va a esperar a que te recuperes de la última crisis. Si no aprendes a ser resiliente ante las pequeñas dificultades cotidianas, cualquier bache, por mínimo que sea, te desbordará y te hará tocar fondo emocionalmente. La buena noticia es que aplicar la resiliencia en la vida cotidiana no es tan difícil – y tiene premio.
1. Regulación emocional: domar la tormenta interna cuando aún es pequeña
No podemos evitar que el mundo nos plantee desafíos y nos cambie las reglas del juego inesperadamente, pero podemos elegir cómo reaccionamos. La clave está en identificar las emociones que experimentamos sin dejarnos arrastrar por ellas. Técnicas como la respiración consciente, el humor o simplemente escribir o hablar sobre lo que sentimos nos ayudarán a no derrumbarnos ante cada obstáculo. Porque no es el estrés lo que nos desgasta, sino la relación que mantenemos con las emociones que genera.
Si somos capaces de lidiar con el día a día de manera más serena, habremos recorrido gran parte del camino hacia la resiliencia. Por tanto, aprende a detectar las señales de estrés, enfado o frustración. Detente y respira profundo – o cuenta hasta 10 o 1.000 si es necesario. No tienes que convertirte en un monje zen, pero tampoco reaccionar ante la primera de cambio.
2. Flexibilidad cognitiva: no todo es blanco o negro, aunque a veces el cerebro insista
El perfeccionismo y el pensamiento rígido son enemigos de la resiliencia. Cuando todo se convierte en una cuestión de “o lo hago perfecto o no vale para nada”, cualquier pequeño error puede hundirnos y desmontarnos esa paz interior que tanto nos había costado conseguir. En cambio, la flexibilidad nos permite encontrar caminos intermedios, reformular los problemas y aceptar que, a veces, “suficientemente bien” es más que suficiente.
Una técnica muy útil para poner todo en perspectiva y no preocuparte inútilmente consiste en preguntarte: ¿Esto me importará dentro de un mes? ¿En un año? Muchas veces, nos ahogamos en vasos de agua por cosas que en realidad no tienen mayor trascendencia. Ser capaces de dar a cada cosa el lugar que merece en nuestro día a día es fundamental para desarrollar la resiliencia cotidiana y no dejarnos arrastrar por el menor contratiempo.
3. Sentido del humor: reírse para no llorar
El humor no va a solucionar tus problemas de un plumazo, pero puede hacer que sean más llevaderos. De hecho, los estudios han comprobado que el humor es uno de los pilares de la resiliencia y una de las claves para sentirnos más satisfechos y felices en la vida. Cuando te ríes, tu cerebro libera endorfinas y reduce el cortisol, la hormona del estrés. Básicamente, el humor es un antídoto natural contra la desesperación y la angustia.
Piensa en todas esas veces en las que algo te pareció un drama absoluto y, tiempo después, no solo lo superaste, sino que incluso te reíste de ello. Si puedes bromear sobre algo, significa que ya lo has superado o que al menos no te domina. Por tanto, intenta ver las cosas a través del prisma del humor en tu día a día. Muchas veces la clave consiste en encontrar ese punto de absurdo o incluso reírte de ti mismo.
4. Aceptación: soltar lo inevitable para enfocarte en lo que sí puedes cambiar
Aceptar no es rendirse, es dejar de gastar energía luchando contra lo inevitable. Cuando llueve, tienes dos opciones: enfurruñarte y maldecir el clima o sacar un paraguas y salir sin dramas. Hay cosas que no puedes controlar (el tráfico, los lunes, la opinión de los demás), pero puedes decidir qué hacer con ellas.
Cuando aceptas lo que no puedes cambiar, liberas espacio para que entre la esperanza en aquello que sí está en tus manos. Cuando tomas cada día la decisión de coexistir con las cosas que están fuera de tu control, dejas de malgastar energía. Y hay que hacer todo eso con una actitud esperanzadora; es decir, con la confianza de que vendrán días mejores, a pesar de los reveses, el cansancio o las decepciones. Eso es lo que te ayuda a levantarte cada mañana.
5. Rutinas de autocuidado: pequeñas anclas en medio del caos
No se trata de vivir en modo spa permanente – sería una expectativa bastante irreal – pero sí de darte cuenta de que, cuando estás agotado, cualquier problema parece mucho más grande de lo que realmente es porque no puedes pensar con claridad. Cuidar tu cuerpo y tu mente es lo que te permite enfrentar el día sin querer declararte en huelga existencial.
Dormir bien, mantenerte en movimiento, comer de forma saludable y desconectar del ruido digital no son lujos, son tácticas de resiliencia. Desarrollar hábitos que te ayuden a recargar tu energía psicológica te permitirá responder mejor a los desafíos cotidianos porque no estarás siempre con los nervios a flor de piel. Si un contratiempo te encuentra sereno, será más fácil que respondas adecuadamente.
En definitiva, la resiliencia no es algo que se tiene o no se tiene, es una capacidad que se entrena. Y no hace falta esperar sufrir un gran golpe para ponerla en práctica: cada día es una oportunidad para fortalecerla con pequeñas acciones. Así que, la próxima vez que la vida intente enredarte, respira, cambia el chip y recuerda que no se trata de soportar más, sino de aprender a mantenerte a flote y no hundirte en el intento.
Referencias Bibliográficas:
Kennison, S. (2022) Humor and resilience: relationships with happiness in young adults. International Journal of Humor Research; 35(4): 10.1515.
Moens, M. et. Al. (2022) Acceptance and Commitment Therapy to Increase Resilience in Chronic Pain Patients: A Clinical Guideline. Medicina 58(4): 499.
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