¿Y si sacrificamos el sacrificio?
En la Orestíada, Esquilo contó que Agamenón, para obtener el favor de los dioses antes de partir para la guerra, decidió sacrificar a su hija, Ifigenia. Aunque Ifigenia fue salvada en el último minuto por Artemisa, quien le asignó el rol de sacerdotisa en uno de sus templos, la intención del sacrificio permanece.
De hecho, hace siglos en culturas como el Antiguo Egipto no era raro sacrificar a sirvientes y oficiales para sepultarlos junto con el faraón recién fallecido, de modo que pudieran servirle en el más allá. Hoy esas prácticas nos resultan aberrantes, pero la idea del sacrificio que se encuentra en su base ha sobrevivido como un valor primordial en muchas sociedades modernas. Lo único que ha cambiado es que está mal visto sacrificar a otros, de manera que nos corresponde sacrificarnos por los demás.
La trampa del sacrificio: consagrarnos sin cuestionar nada
La palabra sacrificio proviene del latín, de la unión de sacro y facere; es decir: “hacer sagradas las cosas” honrándolas y venerándolas. La trampa radica en que, una vez que algo se vuelve sagrado, dejamos de cuestionarlo. Al no ponerlo en tela de juicio se convierte en una especie de regla implícita o tabú.
De hecho, no es casual que el adjetivo sacrum provenga del verbo latino sancire, del que curiosamente también se deriva la palabra sanción, y significa tanto consagrar como sancionar, hacer algo inviolable o invulnerable o convertirlo en sacrosanto. Así la sociedad nos ha transmitido que el propio concepto del sacrificio no se cuestiona. Es un tabú.
Quizá nuestra mente racional no conoce esos significados, pero de alguna manera nuestro inconsciente comprende que el sacrificio se convierte en algo sagrado y, como tal, no debe ser discutido. Si no estamos dispuestos a sacrificarnos, es probable que seamos señalados con el dedo. Tildados de egoístas e incomprendidos. En cambio, si nos sacrificamos nos elogiarán. Recibiremos como premio la aceptación y valoración social.
De hecho, nuestras culturas siguen venerando el sacrificio, como lo hicieron las culturas más antiguas, muchas de las cuales ahora consideramos arcaicas y bárbaras. Nuestra sociedad sigue manteniendo una estructura sacrificial con mecanismos a través de los cuales se asegura de que estemos dispuestos a sacrificarnos cuando llegue el momento – a poder ser sin pensarlo demasiado y sin cuestionarlo.
Basta pensar que quien se sacrificó por la patria se convierte en un héroe que sirve de ejemplo para los niños en la escuela y Jesús en la cruz, justo en el momento en que se sacrifica por la humanidad, es el emblema de 2,4 billones de personas en el mundo.
En la superficie, el autosacrificio parece algo positivo. Cuando te sacrificas, ayudas a los demás. Todos te consideran considerado amable, generoso y desinteresado. Por esta razón, a muchas personas les cuesta entender que el sacrificio personal no siempre es positivo.
Aunque no tiene nada de malo ser generoso y ayudar a quienes amamos o incluso a completos desconocidos, todo tiene un límite. Ese límite se sobrepasa cuando nos entregamos demasiado a los demás, entonces podríamos caer en un autosacrificio crónico.
El autosacrificio crónico, una pérdida constante
En la cultura occidental hemos asociado el sacrificio con la pérdida y el dolor. Nos sacrificamos, pero casi nunca a gusto, sino más bien a regañadientes, porque es lo que toca. Aunque no faltan quienes afirman que cuando se ama, no es difícil sacrificar algo por alguien.
Sin duda, el amor es un poderoso motor impulsor del sacrificio. Pero todo tiene un límite. Y cuando solo una parte se sacrifica, sin recibir nada a cambio o no ver el mismo nivel de compromiso, el corazón se agota.
Jung decía que “el acto de sacrificarse consiste en primer lugar en dar algo que nos pertenece”. Cuando un sacrificio es auténtico, debemos renunciar a cualquier reclamación en el futuro. Lo que damos, debemos darlo por perdido.
Freud también compartía esa visión del sacrificio. De hecho, la palabra que usaba para referirse a ese acto era “eingebu’t”, participio pasivo del verbo “einbu’en”, que significa perder o sufrir pérdidas.
Cuando uno da y no espera nada a cambio, es difícil que no experimentemos una sensación de pérdida, sobre todo cuando se convierte en la norma. Por esa razón, muchas personas viven el sacrificio como una pérdida, lo cual termina creando un terreno fértil para los arrepentimientos, los reproches y la frustración.
El autosacrificio crónico se produce cuando abandonamos nuestros intereses, metas y sueños por el bienestar de otra persona, anteponiendo sus necesidades a las nuestras. Es un sacrificar tu felicidad por los demás.
Te niegas la satisfacción de necesidades y deseos personales, reprimes tus emociones o ignoras tus sentimientos, lo que significa que estás relegando a un segundo plano una parte importante de ti mismo. Ese sacrificio se produce a expensas de tu bienestar físico y mental, por lo que eventualmente te pasará factura.
El autosacrificio crónico acaba convirtiéndose en una forma extrema de altruismo. Por lo tanto, aunque la sociedad lo perciba positivamente, cuando se vuelve disfuncional o disruptivo, no es bueno para ti.
En muchas ocasiones, las personas que tienen la tendencia a sacrificarse por los demás siguen un esquema de “autosacrificio” que no necesita una razón para priorizar a los otros. Lo hacen porque se subestiman a sí mismos, de manera que caen en un patrón de respuesta patológico.
Esa persona está convencida de que no es digna de ser una prioridad y deja de prestarse atención para volcarse en satisfacer a los demás. Como resultado, nunca satisfacen sus propias necesidades y se niegan aquello que pueden hacerlas felices y realizadas.
Por esa razón, no es extraño que las personas que se sacrifican por los demás constantemente siempre estén ocupadas y preocupadas, viviendo bajo un estrés constante. Como resultado, tienden a luchar contra la ansiedad, la depresión y el resentimiento.
El sacrificio consciente, la vía para evitar remordimientos
Investigadores de la Universidad Libre de Ámsterdam descubrieron que nuestro primer impulso es, efectivamente, realizar sacrificios por las personas que amamos. En un estudio, pidieron a los participantes que decidieran cuántas preguntas embarazosas debían hacer ellos y sus parejas a unos desconocidos. Sin embargo, las personas que tenían un nivel de autocontrol más bajo debido a que estaban agotadas por un ejercicio anterior asumieron más de la mitad del “trabajo sucio”. En cambio, los demás dividieron la tarea a partes iguales.
La idea de que un escaso autocontrol promueve la voluntad de sacrificio puede parecer sorprendente, pero en realidad tiene mucho sentido. Cuando estamos agotados, es más probable que elijamos las estrategias predeterminadas que estamos acostumbrados a usar en nuestras relaciones cercanas, dejándonos llevar por nuestros primeros impulsos, esos que nos han inculcado desde pequeños, sin pensar demasiado en su viabilidad o consecuencias.
Al contrario, cuando tenemos autocontrol podemos detenernos un segundo a reflexionar para comprender qué es lo más relevante o apremiante de la situación. En esa condición no nos dejamos llevar por nuestros impulsos habituales o lo que parece más urgente, sino que sopesamos los deseos de los demás frente a los nuestros. Hacemos un análisis más objetivo de la situación y decidimos qué hacer.
Podemos elegir la vía del sacrificio o podemos decidir que no vale la pena. En determinadas circunstancias, sacrificarse por los demás no es la vía más inteligente y a menudo ni siquiera le hará bien a los otros ya que puede desencadenar dinámicas relacionales malsanas o arrebatar oportunidades de crecimiento. En esos casos, priorizarse a uno mismo no es egoísmo, es sensatez.
Fuentes:
Righetti, F. et. Al. (2013) Low Self-Control Promotes the Willingness to Sacrifice in Close Relationships. Psychological Science; 24(8): 10.1177.
Impett, E. A. & Gordon, A. M. (2008) For the good of others: Toward a positive psychology of sacrifice. En S. J. Lopez (Ed.), Positive psychology: Exploring the best in people, Vol. 2. Capitalizing on emotional experiences (79–100). Praeger Publishers/Greenwood Publishing Group.
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