La herida de la traición es una cicatriz emocional que suele tener profundas ramificaciones ya que ha sido causada precisamente por las personas más cercanas – ya sea la pareja, los hijos, los padres o los amigos – personas que no cumplieron su promesa, no nos protegieron o consolaron cuando más lo necesitábamos o incluso nos mintieron o rechazaron. Sanar la herida de la traición no suele ser fácil, pero es fundamental que no nos quedemos atascados emocionalmente en ese evento, sobre todo si queremos recuperar la confianza en la vida y volver a establecer relaciones plenas con los demás.
Hay muchas traiciones, pero no todas duelen
A lo largo de la vida podemos sufrir muchas traiciones, pero no todas dejarán huellas. No toda traición se convierte en un trauma. Sin embargo, cuando la traición proviene de las personas más cercanas, esas a quienes hemos identificado como una fuente de apoyo emocional, es más probable que se genere un tsunami emocional de tales proporciones que termine socavando nuestro equilibrio mental y deje un rastro difícil de borrar.
Las traiciones suelen convertirse en un trauma psicológico cuando versan sobre asuntos particularmente importantes y significativos para nosotros, de manera que percibimos esas acciones como un ataque en toda regla a nuestro “yo”. Generalmente ese tipo de comportamientos desencadenan reacciones emocionales muy intensas marcadas por la ira, la desilusión, la desesperanza, la indefensión y la decepción.
El problema es que a veces el dolor de la traición es tal, que reaccionamos construyendo un muro protector a nuestro alrededor. Asumimos que, si las personas más cercanas en quienes confiábamos fueron capaces de traicionarnos, todo el mundo lo hará. Cuando creemos que no podemos fiarnos de nadie, terminamos alejándonos de los demás y perdemos la capacidad para comprometernos, por temor a que nos vuelvan a dañar.
Sin embargo, los muros que nos protegen, también nos aíslan. A la larga, nos impedirán mantener relaciones plenas o conocer a personas en las que vale la pena confiar. Incluso corremos el riesgo de reelaborar toda nuestra vida psíquica alrededor de la herida que ha dejado la traición.
Las señales que revelan que la herida de la traición sigue supurando
Si hemos sufrido una traición importante que nos ha dejado huellas, es probable que usemos una máscara para esconder esa herida y protegernos de nuestro miedo más atroz: volver a sentirnos traicionados. La máscara se convierte en nuestro único mecanismo de protección, hasta el punto que podemos llegar a creer que somos así, cuando en realidad solo es un comportamiento aprendido para garantizar nuestra supervivencia psicológica.
Algunas de las señales que pueden revelar que sufrimos un trauma debido a una traición son:
- Fuerte necesidad de controlarlo todo, fundamentalmente porque estas personas experimentan un nivel de ansiedad muy alto ante la incertidumbre y el libre albedrío de los demás ya que ello implica la posibilidad de que les traicionen. Sin embargo, estas personas suelen confundir su necesidad de control con un “carácter fuerte”. De hecho, suelen ser muy celosos y sienten la necesidad de vigilar cada paso de su pareja, amigos o hijos. No obstante, a menudo disfrazan su necesidad de control como si fuera ayuda.
- Fobia a las mentiras que va mucho más allá de la respuesta normal a la falta de sinceridad o el engaño. Como resultado de una herida aún supurante, estas personas suelen tener una reacción emocional desproporcionada que muchas veces les hace perder el control, pasando fácilmente y con una gran rapidez del amor al odio.
- Dificultades para confiar en los demás, de manera que son muy exigentes y suelen demandar muestras desproporcionadas de afecto y lealtad. Estas personas suelen tener expectativas demasiado elevadas y a menudo son muy críticas, por lo que les resulta difícil establecer relaciones. Sin embargo, les cuesta comprender por qué los demás no confían en ellas y muchas veces lo interpretan como una traición.
- Miedo a mostrarse vulnerables, de manera que ocultan lo que sienten a menudo. A estas personas les cuesta mucho abrirse a los demás, son muy reservadas y a veces incluso distantes emocionalmente porque tienen miedo a mostrar sus “puntos débiles” y que las vuelvan a traicionar.
- Creen en la idea “piensa mal y acertarás”. Las personas traicionadas a menudo se forman una imagen negativa del mundo, asumiendo que nadie es de fiar, por lo que suelen sentirse muy solas. También son muy tajantes en sus opiniones y a menudo les cuesta ceder ya que siempre quieren tener la última palabra. En el fondo, creen que la herida de la traición les confiere una autoridad moral sobre los demás y que saben realmente lo que es la vida.
¿Cómo sanar la herida de la traición?
Una traición puede marcarnos. Puede afectar nuestra autoestima e incluso cambiar la imagen que nos hemos formado del mundo y la percepción que tenemos sobre los demás. Sin embargo, si no profundizamos en ese dolor, nos quedamos prisioneros del mismo, escondidos detrás de la máscara que usamos para defendernos.
Por eso, es importante evitar quedarse anclados a la experiencia de traición.
Primero hay que observar qué pasó, cómo lo vivimos, cuáles eran las circunstancias y qué sentimos. Hacer ese ejercicio de introspección asumiendo una distancia psicológica nos ayudará a revivir lo ocurrido con una nueva perspectiva.
Entonces necesitamos identificar los comportamientos que nos dañaron, comprenderlos y aceptarlos. Aceptar la traición no significa darla por buena ni minimizar el dolor que nos causó. Significa darnos permiso para seguir adelante.
Existen mil y una razones por las que las personas pueden traicionar a los demás, ya sea porque estaban convencidas de que se trataba de una mentira piadosa o por simple agotamiento. También hay razones peores. Por supuesto. Pero el objetivo no es psicoanalizar a quién nos traicionó, sino asumir lo que nos ha ocurrido para poder integrarlo en nuestra historia vital y pasar página.
Por supuesto, se trata de un gran trabajo psicológico que no se realiza de la noche a la mañana. Necesitamos tomar conciencia de que quizá hayamos levantado ciertas barreras o estemos usando alguna máscara. Cuando lleguemos a este punto, es importante no recriminarnos porque existe un gran riesgo de redireccionar todo el odio y el rencor que sentíamos hacia la persona que nos traicionó, hacia nosotros mismos.
Simplemente debemos permitirnos sentir nuestro dolor y todas las emociones desagradables. Enfado, rabia o tristeza o incluso la culpa, una de las emociones que más cuesta reconocer. El siguiente paso es darnos cuenta que la traición de una persona no condena a toda la humanidad.
Todos podemos equivocarnos, incluso nosotros. La traición, aunque dolorosa, es una experiencia más de la vida. Podemos sanar la herida con compasión y amor. Aceptando las luces y sombras que todos tenemos.
Ruben dice
Hola, les agradezco los estudios que han realizado, pues me ayudan mucho a crecimiento y poder avanzar
Isaias morales dice
Impresionante artículo, profundizar con usted este tema sería una experiencia sumamente exquisita, enhorabuena muchas gracias por su apoyo y muchas felicidades