Muchos de los problemas que afrontamos en la vida están relacionados con el miedo a la incomodidad y el deseo de deshacernos de ella lo antes posible. No es extraño si tenemos en cuenta que nuestra sociedad se ha estructurado alrededor de la comodidad, convirtiéndola en un valor absoluto y una prioridad.
Como resultado, creemos que debemos sentirnos cómodos en todo momento, de manera que si experimentamos alguna molestia pensamos que algo va mal, nos convencemos de que no es “correcto” o que las cosas se han torcido. Sin embargo, lo cierto es que más temprano que tarde la incomodidad tocará a nuestra puerta, por lo que debemos estar preparados para hacerle espacio en nuestra vida.
El intento de escapar de la incomodidad solo empeora las cosas. Es un boomerang que se vuelve en nuestra contra haciendo que nos sintamos aún más incómodos pues añadimos más emociones negativas a la mezcla, como la frustración, la desilusión o el miedo. Antes de darnos cuenta, nos veremos arrastrados a una espiral de lucha continua de la que será cada vez más difícil escapar.
El cerco que nos tiende la incomodidad
La incomodidad no es un dolor intenso, sino más bien una sensación de molestia más o menos sutil pero persistente que sobreviene cuando estamos fuera de nuestra zona de confort. Obviamente, cuando más pequeña sea nuestra zona de confort, más incomodidad experimentaremos porque un mayor número de situaciones nos resultarán ajenas y afectarán nuestro equilibrio.
En general, nos sentimos incómodos cuando afrontamos situaciones para las que no estamos preparados, cuando no contamos con un guion a seguir o carecemos de la confianza necesaria en nuestras habilidades para adaptarnos a las nuevas circunstancias. La incomodidad es, en el fondo, una sensación de inadecuación o de estar fuera de lugar.
Sin embargo, si nos pasamos gran parte del tiempo huyendo de la incomodidad, nos limitamos a una zona de confort cada vez más pequeña. Por ejemplo, si siempre hemos sido sedentarios, la idea de hacer ejercicio nos genera incomodidad y hará que llevemos un estilo de vida más dañino. Si nos atemoriza el rechazo o el fracaso, evitaremos exponernos a situaciones en las que disminuyen nuestras probabilidades de éxito, pero que también nos permitirían avanzar.
Por ese motivo, cuanto más ignoramos y rechazamos la incomodidad, más nos lastimamos y más oportunidades nos negamos para crecer y expandir nuestros límites. Al final, lo que es difícil de gestionar y aceptar no es la incomodidad, sino nuestras reacciones a los sentimientos y pensamientos que esta desencadena.
Cuando nos resistimos a la incomodidad, la convertimos en persistente ya que nos aferramos a lo que de otro modo se habría convertido simplemente en momentos molestos. Así cerramos el ciclo: al huir de la incomodidad terminamos reforzándola.
3 pasos para dejar de huir de la incomodidad y abrazarla – de una vez y por todas
1. No caigas en la evitación emocional
La evitación emocional se produce cuando nos negamos a tomar conciencia de nuestras emociones, de manera que en vez de aceptar la incomodidad, la rechazamos o ignoramos. En vez de reconocer que nos sentimos incómodos dando un discurso en público, inventamos excusas para evitarlo y cuando nos sentimos incómodos con un argumento, lo rehuimos.
Sin embargo, evitar las emociones dolorosas es un intento de disfrazar los problemas. Es como esconder el polvo bajo la alfombra. Puede que no lo veamos, pero está ahí, generando una tensión subrepticia.
Por esa razón, para lidiar con la incomodidad primero debemos dejar de temerle y estar dispuestos a experimentarla. Debemos prestar atención a lo que sentimos y pensamos cuando sobreviene la incomodidad, para comprender por qué intentamos huir de esa situación.
De hecho, para sentirse cómodo en la incomodidad debemos sumergirnos en ella. La solución pasa por darnos un pequeño «baño de incomodidad» cada cierto tiempo, de manera que esa experiencia deje de ser tan molesta.
2. Comienza a ver la incomodidad como un mensajero
La idea de que debemos sentirnos cómodos en todo momento alimenta expectativas irreales y genera una repulsión hacia la incomodidad. Sin duda, sentirnos incómodos no es agradable, pero tampoco es el fin del mundo.
Existe una forma alternativa de lidiar con la incomodidad: reconocerla, aceptarla y comprenderla. En vez de luchar contra ella como si fuera nuestro peor enemigo, podemos verla como un mensajero. Nuestras sensaciones – tanto las buenas como las malas – no son más que mensajes vitales.
La incomodidad nos está diciendo que estamos sumidos en una condición que nos genera malestar o tensión. No es una señal para escapar – como asumimos erróneamente – sino tan solo un aviso. De nosotros depende la manera de lidiar con esa situación.
Si huimos para evitar la incomodidad, no lograremos superarla y probablemente nos sentiremos cada vez más incómodos en un abanico más amplio de situaciones. En cambio, si la afrontamos nuestra zona de confort se ampliará y la incomodidad desaparecerá. Cuando investigamos su fuente y comprendemos el mensaje que intenta transmitirnos, logramos responder de manera más apropiada ante la incomodad.
3. Aprende a vivir en el momento presente
“El arte de vivir una situación difícil no consiste, por una parte, en ir descuidadamente a la deriva ni, por otra, en aferrarse con temor al pasado y lo conocido. Consiste en ser completamente sensible a cada momento, considerándolo como nuevo y único, teniendo la mente abierta y receptiva”, escribió Alan Watts.
Cuando cultivamos la conciencia del momento presente, aprendemos a experimentar el mundo directamente, a través de nuestra experiencia, sin el comentario implacable de los pensamientos negativos que siempre están rondando nuestra mente y que a menudo hacen una tormenta en un vaso de agua.
Aprender a discernir los pensamientos de la realidad es importante. Si sentimos molestias sin agregar juicios, podremos gestionarlas mejor. La incomodidad es más llevadera sin todos esos subtítulos que agrega nuestra mente.
Vivir el presente y tomarnos las cosas minuto a minuto nos ayudará. De esa forma aprendemos a ver la incomodidad como simples eventos que aparecen y desaparecen – como las nubes en el cielo – para evitar quedarnos atrapados en sus redes o huir despavoridos.
Aprender a sentirse cómodos en la incomodidad nos dará la posibilidad de transformarnos y crecer. Debemos intentar comprender de dónde proviene y qué límites nos está señalando. Por tanto, en vez de intentar encerrarnos en cómodas campanas de cristal que antes o después la vida romperá, deberíamos salir a desafiar la incomodidad, hasta que pierda parte de su influjo sobre nosotros.
Eso no significa que nos volveremos inmunes a la incomodidad, sino que recuperaremos el control en esas situaciones para decidir cómo responder, en vez de limitarnos a reaccionar empujados por el miedo y el malestar del momento. Sin duda, vale la pena sacrificar un poco de placer y bienestar momentáneo por la certeza de que tendremos mayor equilibrio, bienestar y felicidad a largo plazo.
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