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La ofensa, ¿está en la boca de quien la dice o en los oídos de quien la escucha?

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Sentirse ofendidos

En tiempos convulsos en los que las opiniones se polarizan y la crispación se palpa en el ambiente, las ofensas se han convertido prácticamente en la única arma que blanden algunas personas para “defender” sus argumentos. Como resultado, el sentimiento de ofensa crece generando una ola de resentimiento.

Sin embargo, lo cierto es que las ofensas no se deben únicamente a ataques directos ni son un fenómeno moderno. También pueden provenir de personas cercanas que quizá no tenían la intención de ofendernos. Como aquella vez que un jefe hizo una broma de mal gusto sobre nuestro trabajo. O cuando alguien nos dio su opinión sincera sobre nuestro nuevo corte de pelo. O aquella vez que alguien criticó nuestro estilo de crianza o nuestro estilo de vida… Los motivos para ofenderse son tantos como personas existen.

Comprender el concepto de ofensa en la Psicología

La ofensa no es más que un sentimiento causado por un golpe al honor de una persona, el cual contradice su autoconcepto y la imagen que tiene de sí misma. La persona se siente ofendida cuando cree que alguien ha dicho o hecho algo que va en contra de sus normas más importantes y/o sus valores neurálgicos.

De hecho, sentirse ofendido pertenece a lo que se conoce como “emociones autoconscientes”, de manera que comparte redes con la vergüenza, la culpa y el orgullo. Al igual que estas emociones, la ofensa se produce debido a un ataque que consideramos personal y que pone en entredicho de alguna manera nuestro ego. 

En 1976, el psicólogo Wolfgang Zander intentó explicar el proceso psicológico que da lugar a la ofensa. En un primer momento, buscamos las posibles causas de la ofensa e intentamos darles un sentido. En un segundo momento valoramos la intensidad de la ofensa teniendo en cuenta las reacciones emocionales que ha generado y analizamos si el ofensor comparte o no nuestras creencias. Por último, en un tercer momento, decidimos cómo reaccionar.

Por supuesto, muchas veces esas fases ocurren rápidamente y se solapan, de manera que a veces es difícil ejercer un control consciente sobre ellas. A veces, simplemente reaccionamos automáticamente ante lo que consideramos una ofensa, enfadándonos y atacando a la persona. Sin embargo, existe otra posibilidad más allá de limitarnos a reaccionar cuando nos pinchan.

¿Por qué nos ofendemos realmente?

Los motivos por los que nos ofendemos son múltiples. Un experimento realizado en la Universidad de Michigan desveló la complejidad que se esconde detrás de las ofensas. Los psicólogos pidieron a un actor que chocara con los participantes en el estudio y los llamaran “gilipollas”. Comprobaron que los hombres del norte de Estados Unidos prácticamente no se vieron afectados por el insulto, pero los sureños se lo tomaron muy a pecho.

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Sus niveles de cortisol y testosterona aumentaron, reconocieron sentirse molestos y más dispuestos a responder con agresividad. Los psicólogos concluyeron que en las culturas donde la reputación, el honor y la masculinidad son valores importantes a defender, los hombres tienen más probabilidades de sentirse ofendidos y reaccionar con hostilidad ante lo que consideran un insulto.

Sin duda, sentirse ofendido es un estado emocional complejo en el que intervienen factores personales, pero también atribuciones causales internas o externas, así como factores relacionales que influyen en nuestra interpretación de lo que ha sucedido y que determinan, en cierta medida, no solo si nos sentimos ofendidos sino la magnitud de ese sentimiento y la proporcionalidad de la respuesta.

En sentido general, los principales factores que median la respuesta ofensiva son:

  • Importancia de la relación. Cuanto más importante sea el tipo de relación que mantenemos con el ofensor, más intenso será el sentimiento de ofensa. Por ejemplo, si un jefe nos dice algo negativo, reaccionaremos más intensamente que si ese comentario lo realiza un compañero de trabajo desconocido. El nivel de autoridad de una persona en nuestra vida también influye, lo cual podría explicar por qué solemos sentirnos menos ofendidos por los comentarios o comportamientos de quienes percibimos como nuestros iguales, como los amigos.
  • Experiencias previas. Las experiencias son una de las razones principales por las que la gente se ofende. Las experiencias dan forma a nuestra personalidad y condicionan nuestra manera de pensar y responder ante las circunstancias, muchas veces sin ser plenamente conscientes de ello. Por tanto, si hemos tenido experiencias negativas previas con una persona, es probable que tengamos la tendencia a interpretar toda interacción con ella de manera negativa y sentirnos ofendidos.  
  • Nivel de seguridad personal. Si una persona tiene un fuerte concepto de sí mismo, es menos probable que se ofenda. Las personas más seguras de sí no permiten que los demás lastren su autoestima ni ceden su control. De hecho, la autoestima juega un papel crucial en el sentimiento de ofensa ya que puede desencadenar emociones relevantes como la vergüenza y el orgullo. Si tenemos una autoestima baja o artificialmente elevada, es más probable que nos convirtamos en personas susceptibles que se ofenden por todo.
  • Presión social y cultural. La sociedad y la cultura a las que pertenecemos y en las que nos desenvolvemos también tienen ciertas expectativas. Nos transmiten maneras de comportarnos y formas de responder que son consideradas como apropiadas o inapropiadas, ofensivas o inofensivas, según los valores y las normas morales compartidas. Por esa razón, existen palabras y comportamientos que se consideran “ofensivos” y se espera que si somos diana de ellos, nos defendamos.
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Eso significa que, culturalmente, existen “ofensas” reconocidas como tal y comportamientos que se consideran ofensivos e indeseables. Cuando somos víctimas de esas ofensas, la sociedad y la cultura nos valida para que nos sintamos ofendidos e inferiores en términos de control percibido, lo cual se traduce inmediatamente en una necesidad de restaurar nuestro sentido de poder. Por eso reaccionamos poniéndonos a la defensiva o atacando a quien nos ha ofendido.

Sin embargo, siempre tenemos la posibilidad de elegir. La ofensa es mitad de quien la profiere y mitad de quien se da por aludido.

Tenemos una opción: podemos tomar o ignorar la supuesta ofensa. Para ello, podemos verla como si fuera un “obsequio indeseado”. Tenemos la opción de darnos por aludidos, dejar que el ofensor hiera nuestro ego y enfadarnos, irritarnos y perder el control. O, al contrario, podemos aprender a blindar nuestra autoestima. Liberar nuestros sentimientos del yugo de lo que piensen y opinen los demás. Y decidir no ofendernos porque, a fin de cuentas, las ofensas suelen decir más del nivel del ofensor que del supuesto ofendido. Así podremos lograr que las ofensas no nos dañen y devolveremos el golpe de sarcasmo o la hostilidad a la persona que lo generó.

Fuentes:

Poggi, I., & D’Errico, F. (2018) Feeling offended: A blow to our image and our social relationships. Frontiers in Psychology; 8: 1-16.

Cohen, D. et. Al. (1996) Insult, aggression, and the southern culture of honor: An «experimental ethnography.» Journal of Personality and Social Psychology; 70(5): 945–960. 

Zander, W. (1976). Taking offence as seen in depth-psychology. Psychother. Med. Psychol; 26: 1–9.

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Jennifer Delgado Suárez

Psicóloga Jennifer Delgado Suárez

Soy psicóloga. Por profesión y vocación. Divulgadora científica a tiempo completo. Agitadora de neuronas y generadora de cambios en mis ratos libres. ¿Quieres saber más sobre mí?

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