La fortaleza siempre se ha considerado una virtud. Ser fuerte en la vida se asocia a la tenacidad, la resiliencia y el equilibrio emocional. Sin duda, todos queremos ser fuertes. De hecho, la propia vida nos enseña a ser fuertes y es una habilidad que debemos desarrollar. Sin embargo, en ocasiones nos ensimismamos tanto en el papel del “fuerte” que terminamos empujándonos más allá de nuestros límites. En ocasiones, ser fuertes nos rompe. Por eso, hay que aprender a ser fuerte en la vida, pero también hay que aprender a detenerse, tomar un respiro o simplemente descansar.
Hay un momento para resistir y otro para dejar ir
En 2020 la gimnasta Simone Biles, quien ha sido cinco veces campeona del mundo, sorprendió a todos tras retirarse de la competición de los Juegos Olímpicos de Tokio. Aunque estaba clasificada para las cuatro finales, dijo que ya no confiaba tanto en sí misma y que “no quería salir y hacer algo estúpido y salir lesionada”. También declaró que tenía que priorizar su salud mental. “Tenemos que proteger nuestra mente y nuestro cuerpoy no limitarnos a hacer lo que el mundo quiere que hagamos”, precisó.
Ayer también dimitió Jacinda Ardern, la primera ministra de Nueva Zelanda. En una decisión inusual en el ámbito político, reconoció: “dimito porque un papel tan privilegiado comporta responsabilidad. La responsabilidad de saber cuándo eres la persona adecuada para liderar y cuándo no. Sé qué implica este trabajo. Y sé que no tengo suficiente energía para cumplirlo haciéndole justicia. Es así de simple”.
Sus ejemplos todavía son un rara avis en el mundo de los personajes públicos y no falta quienes las critiquen por dar un paso atrás, pero lo cierto es que a veces se necesita más valor para dejar ir que para aferrarse. A veces no solo tenemos que aprender a ser fuertes, sino también a mostrar nuestra vulnerabilidad. Porque la verdadera sabiduría y equilibrio consisten en saber que hay un momento para resistir y otro momento para abandonar.
El peso de ser fuerte emocionalmente
Ser fuerte en la vida puede llegar a convertirse en una etiqueta con la que nos identificamos, un título que nos han conferido o incluso una “máscara” que usamos a través de la cual nos relacionamos con los demás y con nosotros mismos. Cuando hemos aprendido a ser fuertes emocionalmente la idea de abandonar o desfallecer no nos pasa por la mente, de forma que podemos llegar a exigirnos demasiado, hasta agotar nuestras fuerzas y energías, tanto desde el punto de vista físico como psicológico.
Ser fuerte en la vida a menudo supone simular una entereza que ya no tienes o no poder expresar el dolor como nos gustaría. Muchas veces también implica proteger a los demás, incluso de tus propios miedos e inseguridades.
De hecho, generalmente las personas más fuertes emocionalmente se convierten en el pilar de sus familias, equipo de trabajo, grupo de amigos o incluso de la comodidad. Los demás reconocen su resiliencia y le adjudican ese rol, a menudo sin que medie un acuerdo previo o un consentimiento explícito.
Es habitual que cuando una persona es más fuerte y resiliente, esté más dispuesta a resolver situaciones problemáticas y sea más eficaz lidiando con los contratiempos. Ante esto, los demás comienzan a delegarle la gestión de sus crisis. Asumen, como si fuera algo natural, que es válido depositar en ellos el peso de sus propios problemas y dificultades.
Como resultado, las personas más fuertes emocionalmente terminan llevando sobre sus hombros una carga muy pesada ya que a sus problemas o inseguridades se le suman los apuros ajenos.
Por supuesto, no hay nada de malo en que esa fortaleza nos convierta en el pilar de los demás, siempre que podamos asumir ese papel. Algunas personas tienen una habilidad mayor para sortear las dificultades y encarar la adversidad, lo cual las coloca en una posición ventajosa con respecto a los demás.
Sin embargo, incluso las personas fuertes se cansan. En ocasiones puede que no estén en condiciones de representar ese papel, pero a pesar de ello, los demás esperan que sigan haciéndolo, incluso a costa de su salud mental o física. En ese punto, la fortaleza se torna problemática.
La situación se vuelve aún más compleja cuando al depositario de los problemas – pequeños y grandes – se le termina exigiendo que asuma su papel, haciéndole sentir culpable si se resiste o se niega a hacerlo. Mientras tanto, los demás terminan asumiendo una postura muy cómoda, casi infantil, renunciando a parte de su autonomía y responsabilidad.
Si esa persona no tiene la fuerza suficiente para desligarse de su rol y decir “hasta aquí”, es probable que termine quebrada.
Romper los esquemas
En las relaciones con una persona más fuerte emocionalmente muchas veces concurren elementos de manipulación. Ese “fuerte” puede terminar convirtiéndose en un instrumento para la mayoría – muchas veces de manera inconsciente. Así se genera un círculo vicioso. La dinámica solo cambia cuando la persona ya no puede más y sufre algún daño que la invalida ante los ojos de los demás para seguir asumiendo ese rol.
Sin embargo, para evitar llegar hasta ese punto de ruptura, hay que saber detenerse antes. Hay que ser conscientes de que todos, incluso los más fuertes emocionalmente, tienen derecho a descansar. Derecho a sentir miedo. A no saber qué hacer. A expresar sus emociones. A ser impulsivos. O a venirse abajo. A respirar y descansar. Porque, a fin de cuenta, cada uno debe ser responsable de su felicidad. Y si somos demasiado fuertes, ese rol terminará minándonos, por dentro y por fuera.
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