
La terapia online ha abierto un mundo de posibilidades: puedes conectar con tu terapeuta desde cualquier lugar, ahorrarte el trayecto y sentirte cómodo en tu propio espacio. Sin embargo, esta comodidad también tiene un precio: la pantalla actúa como una barrera que difumina algunas señales extraverbales que resultan evidentes en la terapia presencial. Los pequeños gestos y las posturas corporales tienen mucho peso en el proceso terapéutico, pero es fácil perder algunos de esos matices cuando la comunicación se limita a un plano digital.
El terapeuta no puede captar el temblor de una pierna inquieta, el gesto de morderse el labio si la cámara no lo muestra o las manos sudorosas. Esto hace que lo que dices – y cómo lo dices – se convierta en la principal vía de entendimiento en una terapia online. Las palabras son esenciales para que la terapia avance, pero no siempre es fácil expresar lo que llevas tiempo reprimiendo o lo que no le has confesado a nadie.
Cuando el “problema” no es el verdadero problema
En la terapia psicológica, pocas veces el problema que las personas llevan bajo el brazo es el verdadero causante de su malestar. Quizá llegues pensando que tu problema es la ansiedad en el trabajo, el miedo a las relaciones o un bloqueo creativo, pero cuando se empieza a escarbar, podrías descubrir que esa es tan solo una manifestación de un cuadro mucho más complejo.
El terapeuta te ayuda a conectar los puntos, pero debes darte permiso para soltar lo que llevas dentro. Es importante que te abras sin filtros. Por desgracia, no siempre es fácil hacerlo. Una investigación desarrollada en las universidades de Oslo y Bergen descubrió los principales obstáculos internos que impiden que las personas se sinceren en la terapia:
- Miedo a ser juzgado, criticado o incomprendido
Cuando muestras una parte tan vulnerable de ti mismo, es comprensible que temas sentirte juzgado. Quizá te asuste pensar que el terapeuta puede malinterpretar lo que dices o formarse una imagen negativa de ti. Aunque sepas racionalmente que el psicólogo o psiquiatra está ahí para ayudarte y no para criticarte, la sensación de exposición puede resultar simplemente abrumadora. Eso podría hacer que levantes un muro, dejando fuera de la terapia justo lo que más te preocupa.
- Pensar que es irrelevante
A veces, el filtro que activas en tu mente funge como un guardián demasiado exigente: “¿Para qué voy a contarle eso si seguro que no es importante?”. Ese pensamiento puede hacer que descartes emociones o experiencias que, en realidad, son claves para entender lo que estás viviendo. Lo curioso es que, muchas veces, esos pequeños detalles que consideras insignificantes pueden ser el hilo del que tirar para desentrañar conflictos emocionales mucho más profundos.
- Vergüenza
Hablar de ciertos temas puede remover sentimientos de vergüenza tan intensos que probablemente te parezca que es mejor tragártelos y fingir que no existen. La vergüenza actúa como una capa que envuelve tus emociones y hace que sean más difíciles de gestionar. Quizá temes a la reacción del terapeuta o ni siquiera te atreves a expresar lo que sientes porque te parece inaceptable. Sin embargo, recuerda que la terapia es el sitio más indicado para expresar todo lo que te quita el sueño.
- Temor a las emociones negativas
A veces lo que te frena no es tanto lo que piensen los demás, sino el miedo a lo que vas a sentir si hablas de ello. Puede que temas romperte en mil pedazos o que la emoción sea tan abrumadora que luego no sepas cómo recomponerte. No obstante, el hecho de que algo te dé tanto miedo es una señal de lo importante que es. El terapeuta no solo está ahí para escucharte, sino también para ayudarte a gestionar esos sentimientos.
- No querer involucrar a otras personas
Hablar en terapia sobre personas cercanas puede generar un profundo conflicto interno. Quizá temes traicionar su confianza, sentirte desleal o incluso sentirte culpable por exponer intimidades que consideras sagradas. Este es un obstáculo común cuando se trata de familiares o parejas, porque sientes que estás vulnerando su privacidad al hablar de la relación que tienes con ellos. Sin embargo, el objetivo de la terapia no es juzgar a quienes te rodean, sino ayudarte a comprender cómo te afectan esas relaciones.
Como resultado de esa represión, la terapia se ralentiza. De hecho, un estudio realizado en la Universidad de Maryland reveló que el 65% de los clientes dejan algo sin decir en la terapia, principalmente por evitación. De ellos, el 46% guardaba secretos, fundamentalmente por vergüenza o inseguridad. Y como los psicólogos y psiquiatras no tienen el poder de leer la mente, solo el 27% pueden descubrir lo que sus clientes no cuentan.
El proceso terapéutico necesita de esa honestidad incómoda, porque solo así el psicólogo o psiquiatra podrá comprender qué está pasando y ayudarte. ¿Cómo lograrlo?
La regla de los 5 segundos para sincerarte en terapia
Mel Robbins, una de las mayores expertas en motivación, se dio cuenta de que cuanto más esperaba para actuar, más excusas, dudas o temores acudían a su mente para no hacerlo y más difícil le resultaba salir de su zona de confort.
Es una tendencia humana perfectamente comprensible ya que los cambios a menudo nos exigen realizar cosas nuevas e inciertas. Nuestro cerebro, en cambio, es un maniático del orden y generalmente prefiere lo familiar a lo desconocido.
El efecto de mera exposición revela que, como norma, nos decantamos por lo que ya conocemos. Como resultado y para protegernos de la incertidumbre, nuestro cerebro se las ingenia para aplastar esos destellos de inspiración y motivación a golpe de inseguridad y miedo.
Para contrarrestar esa tendencia, Robbins enunció la regla de los 5 segundos, una norma sencilla que puede tener un enorme poder transformador. Consiste simplemente en seguir esos pequeños impulsos motivacionales para pasar a la acción.
Si contamos regresivamente esos 5 segundos, interrumpimos los patrones negativos de pensamiento que nos conducen a procrastinar o reprimir determinados contenidos. Por tanto, no le damos tiempo a nuestro cerebro para que accione el freno de emergencia y mate la idea o difumine la motivación.
Obviamente, no se trata de que cada vez que nos planteemos un dilema tengamos que decidirnos por la acción. A veces también hay que tomar tiempo y perspectiva. Sin embargo, una vez que hayamos decidido algo, como ir al psicólogo, será mejor evitar la procrastinación.
Y una vez que estés en la consulta, si algo cruza tu mente, no lo bloquees. No dejes que tu cerebro active el freno de emergencia para censurarte antes de hablar. No permitas que las dudas te inunden y silencien. Simplemente cuenta regresivamente: 5, 4, 3, 2, 1… y suéltalo.
A veces, detalles aparentemente insignificantes, miedos inconfesados, impulsos reprimidos o experiencias incómodas son la pieza que falta para darle sentido al puzle y poder avanzar en la terapia.
Referencias Bibliográficas:
Kleiven, G. S. et. Al. (2020) Opening Up: Clients’ Inner Struggles in the Initial Phase of Therapy. Front Psychol;11: 591146.
Bohart A. C., Wade A. G. (2013). “The client in psychotherapy,” in Bergin and Garfield’s Handbook of Psychotherapy and Behavior Change, 6th Edn, ed. Lambert M. J. (Hoboken, NJ: John Wiley & Sons): 219–257.
Hill, C. E., et. Al. (1993) Beneath the surface of long-term therapy: Therapist and client report of their own and each other’s covert processes. Journal of Counseling Psychology;40(3): 278–287.
Zajonc, R. B. (1968). Attitudinal effects of mere exposure. Journal of Personality and Social Psychology; 9(2): 1–27.
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