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Sesgo de autoridad: así termina el 65% de las personas sometidas a las figuras de poder

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Sesgo de autoridad

A inicios de 1960, Stanley Milgram realizó un experimento que cambiaría para siempre nuestra visión sobre la autoridad y la obediencia. Este psicólogo de la Universidad de Yale se quedó desconcertado por el juicio a Adolf Eichmann, quien declaró que al organizar el Holocausto solo estaba siguiendo órdenes.

En su experimento, una persona debía castigar a otra con una descarga eléctrica cada vez que diera una respuesta errónea pero antes, sufría en su propia piel una descarga real de 45 voltios para que fuera consciente del dolor al que sometía al otro participante.

Por lo general, las personas se detenían cuando alcanzaban los 75 voltios, pero cuando el investigador les ordenaba que siguieran – independientemente de los gritos de dolor – el 65 % administraron el voltaje límite de 450 voltios, que implicaba prácticamente la muerte por electrocución.

Por suerte, del otro lado no había nadie y los participantes solo escucharon unos gritos grabados, pero el hecho de que no lo supieran y estuvieran dispuestos a seguir adelante escudándose tras la excusa de que solo seguían órdenes y no se hacían responsables por haber suministrado el castigo, hizo que Milgram concluyera: “la férrea autoridad se impuso a los fuertes imperativos morales de los sujetos de lastimar a otros”.

Y parece que poco ha cambiado desde entonces. En 2009, Jerry M. Burger, repitió el experimento y llegó a resultados similares. Este psicólogo de la Universidad Santa Clara comprobó que el sesgo de autoridad sigue siendo tan fuerte hoy como hace cuarenta años – y como lo fuera mucho antes.

¿Qué es el sesgo de autoridad?

El sesgo de autoridad indica que las personas tienen una predisposición a creer, apoyar y obedecer a quienes perciben como figuras de poder. Es una tendencia a seguir a quien identificamos como líder sin cuestionar demasiado sus decisiones, objetivos o métodos.

Damos por válidas las creencias, opiniones o recomendaciones de las figuras de autoridad, aunque sean erróneas o infundadas, solo por el hecho de ser quienes son, sin reflexionar sobre su pertinencia ni rebatirlas.

Obviamente, ese sesgo se fortalece cuando consideramos que la figura de autoridad es legítima; o sea, cuando aceptamos que alguien se encuentra en una posición de poder respecto a nosotros y que tiene derecho a exigir obediencia.

El origen psicológico del sesgo de autoridad

El sesgo de autoridad sienta sus raíces en la profunda necesidad humana de seguridad y el deseo de buscar orientación, particularmente en épocas de caos e incertidumbre. Las figuras de autoridad, ya sea por su estatus social o conocimiento percibido, ofrecen ese tipo de guía.

De hecho, desde pequeños nos enseñan a reconocer y obedecer a las figuras de autoridad, que primero se encarnan en nuestros progenitores y más tarde en los maestros. Cuando somos niños, nos dicen que es importante acatar lo que dicen los adultos y más adelante la sociedad se encarga de imponernos otras figuras de poder a las cuales debemos sometimiento.

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La dependencia de la autoridad simplifica la toma de decisiones en situaciones en las que nos sentimos confundidos. Cuando perdemos los puntos cardinales, buscamos alguien que nos pueda orientar. De cierta forma, esa tendencia puede verse como un atajo mental que nos permite tomar decisiones rápidamente en contextos en los que podríamos paralizarnos porque no sabemos qué hacer.

Desde esta perspectiva, no es un fenómeno negativo. En ciertas circunstancias, seguir a una persona con más experiencia, conocimientos y habilidades realmente puede enriquecernos o ayudarnos a encauzar nuestra vida. Confiar en algunas figuras de autoridad realmente puede llevarnos a tomar decisiones óptimas que nos beneficien a nosotros o a la sociedad en su conjunto.

El problema comienza cuando buscamos alguien que nos guíe para liberarnos de la responsabilidad que implican nuestras decisiones y comportamientos. La libertad siempre encierra la posibilidad de equivocarnos y eso significa tener que pagar las consecuencias.

En ese caso, “¿puede la libertad volverse una carga demasiado pesada para el hombre, al punto que trate de eludirla?”, como se preguntaba Erich Fromm. No hay total libertad sin total responsabilidad, de manera que la inmensa mayoría de las personas prefiere que alguien tome las decisiones en su lugar.

Entonces el sesgo de autoridad se convierte en una obediencia ciega mediante la cual cedemos la libertad de decidir. De hecho, otro estudio muy interesante llevado a cabo recientemente en la Universidad Tulane reveló que es más probable que los reclutadores de personal discriminen a las personas que forman parte de minorías en situaciones de contratación si una figura de autoridad les da una justificación para hacerlo.

Las 3 claves para tomar decisiones verdaderamente autónomas

El principal problema asociado con el sesgo de autoridad es que la mayoría de las personas subestiman significativamente la probabilidad de que les afecte. Pensamos que no somos tan vulnerables y que seremos capaces de mantenernos firmes o decidir por nosotros mismos.

Sin embargo, dado que el sesgo de autoridad a menudo ejerce su influencia por medios mucho más sutiles, es importante ser conscientes de su existencia y no creernos inmunes en ningún momento. Al contrario, debemos estar atentos a su influjo y saber que puede provenir de cualquier parte, no solo de los poderes tradicionales.

En 1974, por ejemplo, el psicólogo Leonard Bickman detuvo a varias personas por la calle pidiéndoles que recogieran una bolsa de papel, le dieran diez centavos a un desconocido o se alejaran de una parada de autobús. Las personas seguían más las instrucciones cuando provenían de un investigador vestido de guardia de seguridad, pero solían ignorarlas cuando se trataba de una persona vestida como ellos o alguien que parecía un lechero.

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Por tanto, para escapar del sesgo de autoridad necesitamos:

  1. Activar el pensamiento crítico. Antes de aceptar cualquier opinión o recomendación, es mejor tomarnos un tiempo para reflexionar. Debemos evaluar su validez y, sobre todo, las evidencias que las respaldan más allá de las palabras de la figura de poder. ¿Te sonaría igual de bien si lo dijese tu vecino? ¿Tiene sentido? ¿Esa idea es beneficiosa para ti o para los demás?
  2. Contrastar la opinión. Hay ocasiones en las que no tenemos el conocimiento suficiente para tomar decisiones informadas. En esos casos, afrontar la vida con humildad intelectual es mejor que creernos sabelotodo. Por tanto, lo ideal es buscar múltiples fuentes de información o pedir una segunda opinión de expertos que pueda brindarnos diferentes perspectivas para luego elegir por nuestra cuenta.
  3. Asumir la responsabilidad por nuestras decisiones. “La esencia de la obediencia consiste en que una persona llega a verse a sí misma como el instrumento para la realización de los deseos de otra y, por lo tanto, ya no se considera responsable de sus acciones”, escribió Milgram. Por tanto, la herramienta más eficaz para desactivar el sesgo de autoridad consiste en tomar las decisiones conscientemente, asumiendo que debemos responder por sus consecuencias, con independencia de quién nos haya empujado en una u otra dirección ya que la elección final siempre está en nuestras manos.

Por último, debemos recordar que “la libertad trae consigo autonomía, pero también responsabilidad […]  Debemos aprender a ser libres para poder ser responsables”, como dijera Fromm. Necesitamos ser críticos y reflexionar más – e incluso practicar más la desobediencia como acto de reafirmación personal – porque la verdadera “autoridad se apoya antes que nada en la razón”, como escribiera Antoine de Saint-Exupéry.

Referencias Bibliográficas:

Burger, J. M. (2009) Replicating Milgram: Would people still obey today? American Psychologist; 64(1): 1–11.

Brief, A. P. et. Al. (2000) Just Doing Business: Modern Racism and Obedience to Authority as Explanations for Employment Discrimination. Organ Behav Hum Decis Process; 81(1): 72-97.

Bickman, L. (1974) The Social Power of a Uniform. Journal of Applied Social Psychology; 4(1): 47-61.

Milgram, S. (1963) Behavioral Study of obedience. The Journal of Abnormal and Social Psychology; 67(4): 371–378.

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Jennifer Delgado Suárez

Psicóloga Jennifer Delgado Suárez

Soy psicóloga. Por profesión y vocación. Divulgadora científica a tiempo completo. Agitadora de neuronas y generadora de cambios en mis ratos libres. ¿Quieres saber más sobre mí?

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