
Educar a las nuevas generaciones no es solo una cuestión de vocación, también demanda una comprensión profunda de cómo funciona la mente humana. A menudo pensamos que nuestras decisiones como educadores son completamente racionales y objetivas, pero lo cierto es que resulta difícil escapar de los sesgos cognitivos que influyen en nuestras percepciones y juicios.
En el ámbito de la educación, esos sesgos pueden afectar desde la forma en que interpretamos el comportamiento de los estudiantes hasta las expectativas que proyectamos sobre su rendimiento. Aunque contar con una sólida formación académica proporciona herramientas pedagógicas valiosas, no nos inmuniza frente a estos sesgos. Es fundamental ser conscientes de los prejuicios que, sin querer, pueden filtrarse en el aula.
Los sesgos cognitivos que todo docente debería desterrar de sus clases
Conocer los sesgos cognitivos que impactan en la enseñanza no solo ayuda a tomar decisiones más justas y equilibradas, sino que también permite crear un entorno de aprendizaje más inclusivo y enriquecedor. Desterrar esos prejuicios del aula puede marcar gran diferencia en la calidad de la enseñanza y en la relación que establecemos con cada uno de los estudiantes.
1. Efecto Pigmalión
En 1968, el psicólogo Robert Rosenthal y Lenore Jacobson, directora de una escuela en San Francisco, publicaron un libro que causó un gran revuelo en el mundo educativo: Pigmalión en la escuela. En la obra relataron su experimento de un año en un colegio, donde engañaron a los profesores con pruebas de CI falsas para hacerles creer que algunos de sus alumnos eran superdotados y que otros tenían problemas de aprendizaje.
Al terminar el curso escolar, los estudiantes calificados como “brillantes” realmente obtuvieron mejores calificaciones. En cambio, aquellos que supuestamente tenían dificultades para aprender, sacaron notas más bajas.
¿Cómo fue posible?
Rosenthal y Jacobson descubrieron que cuando los profesores se formaban determinadas expectativas sobre un alumno, desarrollaban una serie de actitudes y comportamientos que hacían que esa “profecía” se cumpliera, aunque no fueran plenamente conscientes de ello.
En el aula, solían prestar más atención a los alumnos calificados como superdotados, se mostraban más pacientes y les daban más oportunidades para corregir sus errores que a quienes supuestamente tenían dificultades para aprender. A estos estudiantes menos aventajados les dedicaban menos tiempo y les daban menos oportunidades para rectificar sus respuestas, probablemente porque pensaban que no valía la pena.
Estudios posteriores han confirmado que el efecto Pigmalión sigue existiendo en las aulas, por lo que es fundamental que los profesores sean conscientes de que no son inmunes a verse influenciados por la información que reciben de sus alumnos, la cual puede acabar determinando sus actitudes en el proceso de enseñanza. Como resultado de ese trato diferenciado, los docentes pueden influir en los resultados académicos, ya sea para bien o para mal.
2. Maldición del conocimiento
En 1989, los economistas Colin Camerer, George Loewenstein y Martin Weber acuñaron el término “maldición del conocimiento” para referirse a un sesgo cognitivo según el cual, una vez que hemos adquirido determinado conocimiento, nos resulta difícil ponernos en el lugar de quien no lo posee.
Más tarde, otras investigaciones extrapolaron ese sesgo a diferentes contextos, incluida el aula. Constataron que nos cuesta volver a nuestro “yo” anterior a ese conocimiento y que no solemos ser conscientes de su influjo cuando nos relacionamos con los demás.
En las clases, este sesgo cognitivo puede convertirse en una trampa silenciosa para los educadores. Es cierto que los docentes reciben formación para transmitir de la manera más eficaz posible sus conocimientos, pero el acto de enseñar multiplica inevitablemente el riesgo de caer en la maldición del conocimiento.
Cuanto más se integra el conocimiento de una disciplina, más abstractamente se tiende a hablar de él, a menos que hagamos un esfuerzo consciente por lograr que sea más comprensible. Quienes dominan una materia a la perfección suelen tener dificultades para explicar conceptos básicos o adaptar el contenido a distintos niveles de comprensión.
De hecho, un estudio desarrollado en la Universidad de Cambridge comprobó que la maldición del conocimiento “puede generar diversos problemas, como dificultades para comunicarse con los estudiantes y que estos se sientan menos cómodos en el aula”.
Además, este sesgo cognitivo también puede influir en la evaluación de los aprendizajes. Al diseñar pruebas o tareas, los educadores pueden sobreestimar la capacidad de sus estudiantes para conectar conceptos complejos o resolver problemas que, desde su perspectiva, parecen sencillos. Esto puede traducirse en expectativas poco realistas y en una percepción errónea de las dificultades reales que enfrentan los alumnos.
A la larga, la maldición del conocimiento genera frustración tanto en el docente como en el alumnado, ya que el primero asume que ciertos conocimientos previos son evidentes cuando, en realidad, no lo son, y el segundo no logra asir los conceptos básicos que le permiten avanzar en su aprendizaje. Por eso, es fundamental evaluar siempre el conocimiento previo de los estudiantes y asumir que no existe, a menos que haya una evidencia sólida de lo contrario.
3. Sesgo endogrupal
En 1954, Muzafer y Carolyn Sherif llevaron a cabo una de las investigaciones más famosas de la Psicología Social para intentar comprender el origen de los prejuicios en los grupos. En su experimento de la Cueva de los Ladrones crearon animadversión entre dos grupos de adolescentes y comprobaron que cuando hay conflictos o metas incompatibles, sufrían una distorsión cognitiva que los empujaba a simpatizar con su grupo y rechazar al otro.
Investigaciones posteriores demostraron que el sesgo endogrupal se da en situaciones intergrupales mínimas e incluso en ausencia de conflictos. Este fenómeno, también denominado favoritismo endogrupal, se refiere a la tendencia a favorecer, beneficiar o valorar más positivamente al grupo al que creemos pertenecer porque compartimos valores, comportamientos, actitudes, preferencias o percepciones con esas personas.
De hecho, las Neurociencias han comprobado que cuando nos identificamos con un grupo, se activan muchas de las áreas cerebrales vinculadas con nuestra autoimagen. Ese procesamiento autorreferencial nos lleva a ver al endogrupo y a las personas que pertenecen a él, como más cercano a nosotros.
En el aula, este sesgo cognitivo se puede expresar de manera inconsciente como un favoritismo hacia los estudiantes que los profesores perciben más afines a ellos mismos. Por ejemplo, un docente que fue un estudiante muy participativo puede valorar más positivamente a quienes intervienen con frecuencia en clase, mientras que aquellos que mantienen un perfil bajo pasarán más desapercibidos o serán percibidos como menos comprometidos o competentes.
Asimismo, el favoritismo endogrupal puede influir en la forma en que los maestros asignan responsabilidades o tareas colaborativas, el tipo de retroalimentación que proporcionan o incluso las expectativas académicas que proyectan sobre el alumnado. Esa predisposición puede reforzar las dinámicas de desigualdad en el aula, ya que los estudiantes percibidos como “más afines” suelen recibir mayor apoyo y valoraciones positivas, mientras que los otros se quedan rezagados y pierden oportunidades de desarrollo.
¿Cómo dejar los sesgos fuera del aula?
Aunque forman parte de la naturaleza humana, los docentes deben esforzarse por minimizar los sesgos cognitivos en la educación con estrategias conscientes y prácticas pedagógicas basadas en la reflexión continua.
El primer paso es reconocer que todos somos vulnerables a caer en esos patrones mentales y que su influencia no se desvanece simplemente con la experiencia o la formación académica. Por eso, es esencial cultivar una actitud reflexiva que nos permita detectar cuándo nuestras decisiones están condicionadas por prejuicios inconscientes.
Dedica tiempo a reflexionar sobre tus decisiones y pregúntate si están basadas en percepciones objetivas o en prejuicios inconscientes. Herramientas como los diarios reflexivos o el feedback de otros profesores pueden ayudarte a tomar conciencia de esos prejuicios.
Establece criterios de evaluación claros para reducir la subjetividad y trabaja en reconocer y gestionar tus emociones para evitar que alimenten esos sesgos. Pregúntate constantemente: “¿estoy basándome en hechos o en suposiciones?”.
También es importante que apliques dinámicas de grupo que roten los roles para evitar preferencias implícitas y que incluyas actividades que fomenten el trabajo colaborativo entre estudiantes de distintos perfiles para romper las barreras invisibles creadas por los sesgos.
A fin de cuentas, transformar el aula en un espacio libre de sesgos no solo es un acto de responsabilidad pedagógica, sino también una oportunidad para construir relaciones más auténticas y enriquecedoras con el alumnado.
Referencias:
Shatz, I. (2023) The curse of knowledge when teaching statistics. Teaching Statistics; 45(1): 22-26.
Molenberghs, P. (2013) The neuroscience of in-group bias. Neuroscience & Biobehavioral Reviews; 37(8): 1530-1536.
Camerer, C.; Loewenstein, G. & Weber, M. (1989) The Curse of Knowledge in Economic Settings: An Experimental Analysis. Journal of Political Economy; 97(5): 1232-1254.
Rosenthal, R. & Jacobson, L. (1980) Pigmalión en la escuela. Expectativas del maestro y desarrollo intelectual del alumno. Madrid: Ed. Marova.
Sherif, M.; Harvey, O. J.; White, B. J.; Hood, W. E. & Sherif, C. S. (1961) Intergroup conflict and cooperation: The Robbers Cave experiment. Norman: University of Oklahoma Book Exchange.
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