“El acto surrealista más simple consiste en salir a la calle con un revólver en cada mano y, a ciegas, disparar cuanto se pueda contra la multitud”, escribió André Breton. Los actos de locura homicida que dejan tras de sí un baño de sangre y una estela de dolor son cada vez más habituales, pero no son exclusivos de la actualidad, sino que sientan sus raíces en tribus de hace siglos y se conocen como síndrome de Amok.
Una antigua rabia impregna la sociedad contemporánea
“Entre los malayos el amok es más que una embriaguez […] Es una locura, una especie de rabia humana […] Un ataque de monomanía homicida, insensata, que no se puede comparar con ninguna intoxicación alcohólica”, escribió Stefan Zweig.
El capitán Cook fue el primero en describir los ataques de furia homicida que se producían en varias tribus malayas en el siglo XVIII. Contó que las personas afectadas se comportaban de manera violenta sin causa aparente y mataban o mutilaban indiscriminadamente a las personas de la tribu y los animales en un ataque de ira frenética. Los ataques de amok solían saldarse con unas 10 víctimas y generalmente solo terminaban cuando la tribu sometía o mataba al atacante.
No obstante, lo cierto es que mucho antes, en 1518, el comerciante y viajero portugués Duarte Barbosa ya había notado ese fenómeno entre los habitantes de Java, “algunos de ellos salen a las calles y matan a todas las personas con que se cruzan. Se les llama amuco”.
Así como es difícil identificar los primeros actos de amok, también es complicado encontrar el origen de la palabra. Es probable que provenga del vocablo malayo meng-âmok, que significa “correr de forma agresiva y desesperada” o quizá del sánscrito amokshya, que se utiliza para referirse “al que no puede alcanzar la liberación” o “el que no tiene nada que perder”.
Durante los siglos posteriores, los antropólogos y psiquiatras intentaron dar un significado a los actos de amok, pero poco a poco el interés por este fenómeno como condición psiquiátrica fue disminuyendo. La incidencia decreciente del síndrome de amok se atribuyó a la influencia de la civilización occidental en las tribus primitivas, por lo que se pensó que se habían eliminado los factores culturales que causaban ese arrebato violento.
Sin embargo, mientras el amok iba desapareciendo en las tribus remotas, hasta cesar por completo los reportes de casos a mediados del siglo XX, la frecuencia de estos actos de violencia homicida fue aumentando en nuestras sociedades supuestamente desarrolladas y civilizadas. El amok regresa con más fuerza porque en realidad esa furia violenta nunca se ha erradicado de la Psicología humana.
Amok, el tigre maligno que posee a los más vulnerables
Según la mitología malaya, volverse loco era un comportamiento involuntario causado por el “hantu belian”; o sea, el espíritu de un tigre maligno que entraba en el cuerpo de una persona y la obligaba a comportarse violentamente. La persona poseída por el hantu belian no se detiene, no duda ni desfallece, por lo que a menudo la única manera de detenerla consiste en acabar con su vida. No obstante, se pensaba que si sobrevivía, el tigre desaparecía sin dejar rastro y la persona no recordaba lo sucedido.
Curiosamente, la sabiduría malaya también afirmaba que el hantu belian solo posee a las personas más vulnerables, sobre todo a quienes han sufrido una gran pérdida reciente, una lesión grave o una muerte en la familia. Los chamanes creían que esa pérdida abría huecos, puntos débiles en el alma por los que entran demonios o fantasmas para cumplir sus propios propósitos, apoderándose de la voluntad de la persona.
Su explicación no andaba muy desacertada.
En 1849, el síndrome de amok se clasificó como una enfermedad psiquiátrica, lo cual indica que pasó de ser una mera curiosidad antropológica a un problema más grave y difundido a nivel social. Sin embargo, lo cierto es que el amok no es una condición psiquiátrica en sí misma, sino más bien un comportamiento violento, probablemente causado por una enfermedad mental previa.
De hecho, su forma más habitual, conocida como beramok, se produce tras una pérdida personal particularmente dolorosa, luego de un intenso periodo de tristeza y melancolía. También existe una forma menos frecuente en la que el deseo de venganza ciego es precedido por una ofensa real o imaginaria, que sería el detonante del ataque.
Una de las teorías iniciales de los antropólogos para explicar el fenómeno amok indicó que podría tratarse de una reacción a los potentes tabús contra el suicidio que existían en las tribus primitivas y que todavía hoy persisten en muchas comunidades religiosas. Desde esta perspectiva, perder el control y la responsabilidad sobre los propios actos sería una manera “digna” o “aceptable” de recibir la muerte y liberarse del sufrimiento. En práctica, dado que la persona no puede suicidarse, comete un acto violento que conduce igualmente a su muerte.
Sin embargo, lo cierto es que este problema se ha apreciado en todas las culturas. Las descripciones contemporáneas de los homicidios múltiples coinciden en muchos detalles con los antiguos casos de amok. Generalmente se trata de asesinatos repentinos y no provocados, cometidos por personas con antecedentes de enfermedad mental.
Los medios de comunicación, testigos y la propia policía suelen describir al atacante como una persona extraña o enojada – lo que sugiere un trastorno de personalidad o un delirio paranoide – o cavilando y sufriendo por una pérdida aguda, lo que indica un posible trastorno depresivo o un estrés postraumático.
¿Es posible evitar el síndrome de Amok?
Obviamente, para prevenir los casos de amok es necesario identificar de manera temprana a las personas más vulnerables, de manera que puedan recibir el tratamiento más adecuado según la condición psicopatológica subyacente.
La mayoría de las personas que manifiestan un comportamiento violento similar al amok han tenido contacto reciente con médicos antes del comportamiento homicida, aunque pocos consultan a un psiquiatra debido al estigma que aún subsiste sobre la enfermedad mental y al hecho de que niegan la existencia de un trastorno.
En general, algunos síntomas que pueden hacer saltar la alarma son:
- Antecedentes de un estado psicótico
- Episodios previos de comportamiento violento o amenazas violentas
- Graves pérdidas personales recientes
- Intentos violentos de suicidio
- Trastornos de personalidad
Obviamente, cuantos más factores de riesgo confluyan, mayor será la probabilidad de que una persona actúe de manera violenta y canalice su rabia contra los demás.
Por último, cabe señalar que el tratamiento del amok dependerá del trastorno psicológico que se encuentre en la base. La violencia suele ser el resultado de múltiples factores, por lo que es importante abordarla desde una perspectiva amplia y, sobre todo, potenciar el autocontrol y la gestión emocional para evitar que la frustración, la tristeza o la desesperación conduzcan a actos violentos en los que terminan perdiendo la vida otras personas.
Fuentes:
Imai, H. et. Al. (2018) Amok: a mirror of time and people. A historical review of literature. History of Psychiatry; 30(1): 66–70.
Saint Martin, M. L. (1999) Running Amok: A Modern Perspective on a Culture-Bound Syndrome. Prim Care Companion J Clin Psychiatry; 1(3): 66–70.
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