El auge del consumismo nos ha hecho pensar que vivimos en una sociedad materialista. Cuando nuestra felicidad depende de lo que poseamos y lo que seamos capaces de comprar, es difícil no pensar que el materialismo se ha apropiado de nuestra cultura. Sin embargo, el filósofo Alan Watts pensaba que la realidad es aún peor: estaba convencido de que nuestra sociedad no es materialista, sino que idolatra las apariencias. Y la diferencia es sustancial.
En la sociedad de las apariencias se pierde la esencia
“No es correcto, ni mucho menos, decir que la civilización moderna es materialista, si entendemos por materialista la persona que ama la materia. El cerebral moderno no ama la materia sino las medidas, no los sólidos sino las superficies. Bebe por el porcentaje de alcohol y no por el ‘cuerpo’ y el sabor del líquido. Construye para ofrecer una fachada impresionante, más que para proporcionar un espacio donde vivir”, escribió Watts.
Y esa obsesión por la apariencia se transluce prácticamente en todas las esferas de la vida cotidiana. “Compramos productos diseñados para presentar una fachada en detrimento de su contenido: frutos enormes e insípidos, pan que es poco más que una espuma ligera, vino adulterado con productos químicos y verduras cuyo sabor se debe a los mejunjes áridos de los tubos de ensayo que las dotan de una pulpa mucho más impresionante”, añadió.
En la sociedad de las apariencias, la esencia poco importa. Cuando se rinde culto a lo exterior, se sacrifican gustosamente las prestaciones a favor del aspecto, un aspecto que debe transmitir un mensaje claro y cuyo único objetivo es convertirse en un símbolo de estatus a través del cual comunicamos nuestra supuesta valía a los demás.
Cuando elegimos basándonos en las apariencias y las medidas perdemos de vista las necesidades que deben satisfacer los objetos. Así terminamos comprando sofás preciosos y caros, pero tan incómodos que prácticamente no se pueden usar. Compramos el smartphone según su marca, para poder presumir, en vez de fijarnos en sus características técnicas. O elegimos casas con salones enormes y cocinas diminutas, más pensadas para impresionar a los visitantes que para vivir cómodamente. Obviamente, esa cadena de «malas» elecciones nos pasará factura, una factura que pagaremos con frustración, insatisfacción e infelicidad.
Elegir las apariencias nos condena a un estado de frustración permanente
El problema es que quienes sucumben a la apariencia y las medidas están “absolutamente frustrados, pues tratar de complacer al cerebro es como intentar beber a través de las orejas. Así, son cada vez más incapaces de un placer auténtico, insensibles a las alegrías más agudas y sutiles de la vida, las cuales son, de hecho, sencillas y ordinarias en extremo.
“El carácter vago, nebuloso e insaciable del deseo cerebral hace que sea especialmente difícil su realización práctica, que se haga material y real. En general, el hombre civilizado no sabe lo que quiere. […] No busca satisfacer necesidades auténticas, porque no son cosas reales, sino los productos secundarios, los efluvios y las atmósferas de las cosas reales, sombras que carecen de existencia separadas de alguna sustancia”, apuntó Watts.
El «deseo cerebral» sería nuestra obsesión por las medidas y los números, las marcas y los logotipos, esas cosas de las que podemos presumir delante de los amigos y que deben brindarnos una estimulación sensorial intensa, muy alejada del disfrute calmo y pleno que conduce a la auténtica felicidad.
Obviamente, cuando se prioriza la apariencia, se pierde gran parte de la satisfacción y el placer que pueden aportar las cosas. Cuando el objetivo es exhibir o impresionar, en vez de experimentar, perdemos el disfrute en el camino porque estamos más centrados en el otro que en nosotros mismos.
Eso nos condena a un bucle. “La economía cerebral es un fantástico círculo vicioso que debe proporcionar una constante excitación del oído, la vista y las terminaciones nerviosas con incesantes corrientes de ruidos y distracciones visuales de las que es imposible liberarse […] Todo está manufacturado de modo similar para atraer sin procurar satisfacción, para sustituir toda gratificación parcial por un nuevo deseo”, según Watts. Porque en realidad no son nuestros deseos ni necesidades lo que satisfacemos cada vez que compramos algo, sino los deseos y las necesidades que nos han impuesto la sociedad.
La vía de escape, según Watts, no consiste en abrazar la extrema frugalidad y renegar de las cosas materiales, al estilo de los cínicos, sino en reencontrar el placer más sencillo y pleno que pueden proporcionarnos las cosas. Consiste en tener menos, pero disfrutar más de ello, lo cual pasa por elegir las cosas de las que nos rodeamos teniendo en cuenta realmente nuestros deseos, gustos y necesidades.
No es un cambio banal, en realidad implica una profunda transformación interior en la que afirmamos nuestra identidad, y nos desligamos de modas pasajeras y el deseo de impresionar, para disfrutar de lo que realmente nos gusta, sin culpas ni remordimientos ni presiones.
Martha Gabriela dice
Felicidades muy Buenos artículos