Dar lecciones morales es fácil. Seguirlas suele ser más complicado. A pesar de ello, los aleccionadores de la moral y defensores a ultranza de los valores que miran a los demás por encima del hombro pululan por doquier.
Esas personas se sienten moralmente superiores y se adjudican el derecho de juzgar y condenar a los demás. Se convierten en jueces y justicieros, que desprecian a quienes no comparten sus valores y «violan» sus normas. Piensan que tienen el monopolio de la Verdad, como si solo ellos vivieran en un estado de gracia moral y el resto de los mortales en el pecado más absoluto.
Obviamente, cabría esperar que esas personas se comportaran de manera más ética y siguieran las mismas reglas morales con las que juzgan a los demás. Sin embargo, según una investigación realizada en la Universidad Libre de Ámsterdam, muchas de esas personas son más propensas a la hipocresía moral; o sea, juzgan a los demás con extrema dureza mientras se dan a sí mismos el visto bueno para infringir las normas morales aplicándose códigos de conducta más laxos.
Cuanto más nos preocupe lo que piensen los demás, más hipócritas seremos
En un primer experimento, estos psicólogos pidieron a 198 participantes, en su mayoría estudiantes, que evaluaran cuatro escenarios que describían una transgresión moral, como compartir información sobre un proyecto confidencial con un amigo.
Algunos participantes imaginaron que eran ellos quienes cometían la transgresión y otros debían imaginar que el transgresor era un compañero. Posteriormente, debían evaluar el nivel de culpa moral de ellos mismos o del compañero infractor.
Esas personas también realizaron un test para evaluar su sensibilidad a la justicia en el que se les preguntaba, por ejemplo, cuán molestos se sentirían si alguien no recibiera la recompensa que se merecía. Además, rellenaron un cuestionario en el que se evaluaba su interés para gestionar su reputación; o sea, cuán dispuestos estaban a cambiar su comportamiento para impresionar a los demás.
Los resultados mostraron que a las personas que no les preocupaba demasiado su reputación e imagen, pero que eran más sensibles a la injusticia, se culpaban más a sí mismos que a sus compañeros por transgredir las normas morales.
Sin embargo, las personas que se preocupaban mucho por su reputación y que aplicaban estándares morales elevados solían culpar más a los demás por violar las normas. Es decir, mostraron una evidente hipocresía moral: aunque decían que les preocupaba la justicia, en realidad fueron más indulgentes con sus fallos.
En un segundo experimento en el que 301 participantes debían repartir 10 dólares con otra persona, decidiendo si lo hacían de manera equitativa o injusta, los investigadores también comprobaron que quienes tenían estándares morales más elevados y se preocupaban demasiado por su reputación, solían culpar a la persona que se quedaba con la mayor cantidad de dinero, tachándola de egoísta, pero eran mucho más benevolentes cuando eran ellos quienes atesoraban la mayor parte del botín. O sea, si los demás realizaban un reparto injusto los criticaban, pero si lo hacían ellos se justificaban aplicando un doble rasero que implicaba cierta superioridad moral.
Condenar moralmente a los demás, una estrategia para sentirse superiores
En cierta medida, todos pensamos que somos virtuosos y es probable que incluso nos asignemos una calificación por encima de la media. Nos gusta alimentar una imagen positiva de nosotros mismos y pensar que haremos lo correcto cuando llegue el momento. De hecho, la superioridad moral tiene sus raíces en una hipocresía histórica ya que cada época y cultura se cree poseedora y garante de los valores más sólidos y válidos, a menudo ridiculizando o juzgando severamente los valores de otras culturas y épocas.
Por ende, la superioridad moral casi siempre tiene un componente de autoengaño – tanto a nivel social como personal – sobre todo cuando nos hace pensar que tenemos derecho a juzgar a los demás usando nuestra vara de medir. Muchas veces esa hipocresía moral surge de un complejo de inferioridad que genera un comportamiento inconsciente para compensar las ausencias y frustraciones.
De hecho, los investigadores concluyeron que “las personas pueden recurrir fácilmente a la condena como una estrategia para demostrar su rectitud ante los demás”. O sea, juzgar a los otros es una manera para encumbrarse a sí mismos y transmitir una imagen más recta, loable y moral.
Sin embargo, todo parece indicar que esas reglas de superioridad moral no aplican a su caso ya que son más laxos al juzgar sus propias acciones. Las personas demasiado moralistas y preocupadas por su imagen podrían ser más propensas a usar un doble rasero y caer en la hipocresía moral.
En resumen, quienes proclaman a los cuatro vientos fuertes valores y se creen con el derecho de juzgar a los demás, tienen menos probabilidades de seguir esa senda moral porque, como dijera Carl Jung, somos lo que hacemos, no lo que decimos que haremos.
Por consiguiente, antes de dar lecciones morales todos deberíamos mirarnos al espejo. Y antes de dejar que los juicios de los demás socaven nuestra identidad, deberíamos recordar que no es oro todo lo que reluce. Aunque quizá la regla más sencilla para sobrevivir en estos tiempos revueltos llenos de ofendidos y moralistas es: trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti.
Fuente:
Dong, M. et. Al. (2023) Being good to look good: Self-reported moral character predicts moral double standards among reputation-seeking individuals. British Journal of Psychology; 114(1): 244-261.
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