Desde hace mucho tiempo los profesionales psi (y otros tantos que no lo son) se han dedicado a la investigación de la capacidad intelectual y a la búsqueda de mecanismos que aumenten su actividad. Disímiles son las creencias populares al respecto: el adiestramiento de la memoria conduce a un mayor aprendizaje… la potenciación de la creatividad conlleva a una intelectualidad superior… y seguimos contando. Sin embargo, también hay quienes intentan hallar una salida más directa, o si se quiere un atajo, a través de la utilización de diferentes tipos de sustancias estimulantes.
Y es que en la actualidad la utilización de diferentes fármacos es uno de los mecanismos más usados para aumentar la capacidad intelectual y vale aclarar que no me estoy refiriendo a las personas dependientes. Un artículo recientemente publicado en la revista Nature demostraba que 1 de cada 5 científicos (de un total de 1.400 encuestados) empleaba de manera bastante frecuente algún tipo de estimulante para potenciar su rendimiento. En este grupo alrededor del 62 % tomaba metilfenidato, un medicamento empleado para desarrollar la capacidad de concentración y mejorar la atención en niños diagnosticados con TDAH; mientras que un 44 % empleaba modafinilo, otro fármaco empleado en el tratamiento de la narcolepsia, y que por ende permite extender las horas de vigilia. Por otra parte, el 15 % de los encuestados reconoció que consumía propanolol, un betabloqueante utilizado para regular la tensión y el ritmo cardíaco, ayudando además a controlar las reacciones nerviosas.
Así, evidentemente (aunque quizás de una forma poco anacrónica) se constató que existen sustancias capaces de mantener o incluso aumentar la capacidad intelectual en las personas; sin embargo, ¿puede afirmarse que están exentos de los efectos secundarios producidos por los medicamentos por el mero hecho de ser personas “supuestamente sanas”? Por supuesto que no; las alteraciones de conducta, los cambios de humor, la irritabilidad y los trastornos del sueño serán probablemente sus acompañantes perennes en sus sesiones de investigación. Sin embargo, ¿no son semejantes los resultados del trabajo ante el agotamiento mental y físico, que ante la irritabilidad o el cambio de humor? ¿Podemos afirmar que la capacidad de trabajo realmente aumenta con el consumo de sustancias estimulantes?
Sin lugar a dudas las respuestas a estas cuestionantes abren un camino significativo en las consideraciones sobre el empleo de sustancias psicoactivas para la estimulación intelectual. Impulsados por estos resultados investigativos un comité científico que asesora al Gobierno británico ha elaborado varios informes sobre las restricciones en el uso de este tipo de sustancias. Mientras que por su parte, el Colegio Oficial de Farmacéuticos de Barcelona ha decidido crear el Observatorio de Medicamentos de Abuso (OMA) cuyo objetivo se centra en conocer y controlar este tipo de prácticas.
Particularmente considero que la solución no se halla simplemente en prohibir el consumo de estas sustancias por los efectos colaterales que provocan, sino en trabajar para lograr, además de una mayor eficacia laboral, una mayor capacidad intelectual y una mejor calidad de vida respetándonos a nosotros mismos como personas.
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