“Elige la relación antes que tener razón” es uno de los consejos más sabios que nos brinda Brené Brown, escritora y profesora de la Universidad de Houston. Con esta sencilla frase nos muestra el camino a seguir cuando nos enzarzamos en una discusión que amenaza con resquebrajar una relación.
Libérate de la necesidad de tener razón
¿Te has preguntado en alguna ocasión de dónde proviene la necesidad de tener razón? ¿Por qué nos aferramos a nuestros argumentos como si nos fuera la vida en ello provocando a menudo confrontaciones inútiles? ¿Por qué nos obsesionamos con pequeños detalles que no marcan la diferencia? ¿Por qué queremos que las cosas se hagan a nuestra manera?
Lo cierto es que la sociedad está diseñada de manera tal que nos impulsa a desear tener la razón desde pequeños porque es signo de que somos más capaces e inteligentes. De hecho, es curioso que las librerías están repletas de libros que hacen referencia a cómo convencer a los demás, pero no hay ni uno solo que hable sobre cómo dejarse convencer.
Lo interesante es que todos podemos tener la razón, porque en muchas ocasiones no existe una “RAZÓN” con mayúsculas sino que cada argumento tiene su lógica, desde cierto punto de vista. El problema comienza cuando no somos capaces de entrar en el punto de vista del otro y nos encerramos en el nuestro. De esta manera nadie gana porque las opiniones se vuelven cada vez más extremas y cada persona, en vez de enriquecerse, se empobrece.
Aún así, nos aferramos a la razón porque creemos que ceder terreno equivale a reconocer que nos hemos equivocado, y si lo hacemos significará que valemos menos como personas. Muchas personas también ven en esa defensa apasionada de sus opiniones una muestra de fortaleza de carácter.
Sin embargo, en la mayoría de los casos aferrarse a la “razón” solo es una expresión de una inseguridad profunda y un miedo a abrirse a otros argumentos que nos obliguen a reorganizar nuestros patrones mentales y aceptar cosas que no cuadran con las creencias que nos inculcaron.
En otros casos hay quienes defienden a capa y espada sus razones simplemente porque no quieren que los demás piensen que son débiles o incapaces. Sin embargo, dejar ir la necesidad de tener razón no significa nada de eso.
Dejar ir la necesidad de tener “la razón” no significa que tiramos a la basura nuestros argumentos o que dejemos de creer en ciertas cosas, sino que no sentimos la necesidad de convencer al otro, de doblegarle y ganar. ¡Y eso es extremadamente liberador!
Dejar ir la necesidad de tener “la razón” también significa que somos un poco más maduros y tolerantes, porque aceptamos que los demás tienen sus propias opiniones, que no tienen que coincidir con las nuestras y, aún así, podemos encontrar puntos en común que fortalezcan la relación.
Elegir conscientemente la relación sobre desear tener razón
Desear tener razón a toda costa a menudo implica imbuirse en auténticas luchas de poder. Y como toda batalla, no solo consume la energía de los contrincantes sino que también deteriora la relación porque cada cual se alejará cada vez más del otro en el intento de defender posturas cada vez más diferentes. Eso es estar en guerra, y ninguna relación fructifica en un campo de batalla.
Por eso en muchas ocasiones, lo más sabio es elegir la relación por encima de tener razón. No significa acatar ciegamente los argumentos del otro, significa dar un paso más allá de ese conflicto infantil y asumir que existen opiniones diferentes pero que por encima de ellas se encuentra ese vínculo que os une.
Al final, ese cambio de actitud terminará haciendo mella en la otra persona, quien también se dará cuenta de que es inútil discutir para tener razón y es mucho mejor llegar a un acuerdo beneficioso para ambos en el que la relación se fortalezca y pase al siguiente nivel.
Ese acuerdo tácito donde cada quien mantiene sus opiniones es una profunda muestra de respeto, flexibilidad y tolerancia. Es un decir «Te quiero, aprecio y respeto aunque no pensemos igual«. Querer a una persona, sin intentar cambiarla, es la mayor muestra de amor.
Es probable que no te des cuenta, pero en realidad lo que te enfada no es que esa otra persona tenga una opinión diferente a la tuya, sino la esclavitud que estás demostrando hacia tus propias ideas. Recuerda que en la vida, hay que elegir las batallas que merece la pena luchar, y muchas veces es mejor ser feliz a tener razón.
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