Tienes el derecho a cambiar, aunque los otros no cambien. En realidad, cuando te dicen que ya no eres el mismo, es porque dejaste de ser como querían que fueras. Tras el desencanto y la desilusión con tu cambio se esconde un pensamiento rígido y la creencia de que el valor máximo en esta vida es la estabilidad/inmutabilidad.
De hecho, ¿cuántas veces te has esforzado por cumplir algo solo para ser coherente, porque te habías dicho que lo harías, mientras desoyes esa voz interior que te dice que no es lo que realmente quieres o necesitas en ese momento? ¿Cuántas veces has fingido disfrutar de cosas que ya no te gustan, has seguido costumbres que han perdido su sentido para ti o te has adaptado a quienes te rodean solo para evitar reconocer que ya no eres la misma persona?
Y es que hay solo una cosa inmutable en la vida: el cambio. Negarlo es negarnos la oportunidad de seguir evolucionando.
No podemos seguir siendo la misma persona toda la vida
Cuando vivimos experiencias nuevas y salimos de nuestra zona de confort, cambiamos. Si somos la misma persona a los 20 que a los 60 años, deberíamos preocuparnos porque es probable que no hayamos aprendido nada por el camino.
Una investigación realizada por psicólogos de la Universidad de Edimburgo echó por tierra el mito de que la personalidad se mantiene estable a lo largo de la vida. Comprobaron que somos una persona completamente diferente a los 14 años y a los 77 años, tanto en términos de autoconfianza y perseverancia como de equilibrio emocional, autoconciencia, creatividad y voluntad de superación.
Las alegrías y los palos de la vida, los éxitos y los fracasos, las desilusiones y los logros nos van moldeando. Esas experiencias no solo dejan una huella emocional, sino que también van transformando nuestra visión del mundo y de nosotros mismos, por lo que a la larga nos vamos convirtiendo en personas diferentes. Es perfectamente normal.
También tenemos derecho a establecer límites más precisos, abandonar algunos sueños, plantearnos nuevas metas e incluso sacar a algunas personas de nuestra vida cuando la dinámica se vuelve extremadamente tóxica. Tenemos el derecho a cambiar de opinión y, sobre todo, a cambiar todo aquello que nos daña o nos impide convertirnos en la persona que deseamos ser.
No te ancles al pasado solo para no incomodar a los demás
La vida es movimiento. Si alguien espera que no cambies y te mantengas aferrado a tu «yo» de hace 5 o 10 años, está albergando una expectativa poco realista. Muchas de las personas que te echan en cara tu transformación en realidad están aferradas a la inmovilidad porque la idea del cambio les resulta aterradora.
Intentan convertirte en una extensión de su personalidad, una actitud egoísta que no tiene cabida en el auténtico amor. Te reprochan no ser como quieren que seas o dicho de manera más clara: no les gusta la persona que eres ahora.
Sin embargo, ¿sabes algo? Esas personas tienen todo el derecho a sentirse incómodas con tu nuevo “yo”, así como tú tienes el derecho a cambiar sin sentirte culpable.
Puedes cambiar de opinión, de intereses e incluso de ti mismo.
Lo que una vez te gustó, no siempre te inspirará. Lo que una vez sentiste, no siempre te emocionará. Lo que alguna vez te impulsó, no siempre te motivará. Lo que una vez pensaste, no siempre te resonará. Y no pasa nada. No te sientas obligado a ser de cierta manera, hacer ciertas tareas o decir ciertas cosas solo porque en el pasado lo hiciste. Tal vez en aquel momento eras así y pensabas eso. Pero ya no.
Cuando te des cuenta de que el cambio es inevitable y te das la importancia que mereces, se vuelve más fácil lidiar con la decepción de los demás se vuelve más sencilla. No será pan comido, pero sí más sencillo. Por tanto, cuando descubras que estás haciendo cosas que ya no encajan con tu nuevo “yo” pregúntate: ¿realmente quiero esto? ¿Me inspira? ¿Me siento identificado con esto? ¿Me ayuda a convertirme en la persona que quiero ser?
No continúes por un camino que ya no se alinea con tus valores solo para que los demás no se sientan incómodos. Estamos en este mundo para explorar, descubrir y crecer. Eso implica dejar ir el pasado para dar paso al futuro, dejar lo estático para abrazar el movimiento. No tienes que disculparte o sentirte mal por ello.
Las personas que realmente valen la pena, celebrarán tu crecimiento. De hecho, puede que incluso las inspires a seguir explorando y cambiando.
Fuente:
Harris, M. A. et. Al. (2016) Personality Stability From Age 14 to Age 77 Years. Psychology of Aging; 31(8): 862–874.
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