¿Te has preguntado alguna vez por qué ciertos desacuerdos te dejan agotado y con un mal sabor de boca mientras otros, sorprendentemente, te hacen reflexionar y crecer? Desde una discusión por un detalle cotidiano con tu pareja hasta un choque importante en el trabajo o incluso una ambivalencia afectiva a la hora de tomar decisiones vitales, existen diferentes tipos de conflictos, pero todos forman parte del “paquete” de ser humanos.
Ya sea en una relación amorosa, entre amigos, en un equipo en el trabajo o incluso en tu interior, los conflictos son inevitables. Sin embargo, no todos son iguales. Y saber diferenciarlos es clave para su resolución.
¿Qué es un conflicto exactamente?
El significado que se atribuye comúnmente a la palabra conflicto es el de choque entre personas o grupos, culturas, ideologías o intereses. Investido de un halo negativo, pensamos que el conflicto siempre acaba teniendo un ganador y un perdedor. Sin embargo, ese no es el único significado ni el resultado inevitable de toda confrontación. De hecho, algunos tipos de conflictos abren el camino a soluciones que conducen a un crecimiento.
El vocablo conflicto deriva directamente del latín conflictus y del verbo confligere, que sería la convergencia de golpes o afecciones. Sin embargo, tanto Lucrecio como Cicerón usaban ese verbo para referirse a la posibilidad de encontrarse, comparar y acercarse.
Con el paso del tiempo, el conflicto fue cambiando su sentido para convertirse en sinónimo de luchar, contender o chocar hostilmente. Por lo tanto, en sus orígenes y desde el punto de vista etimológico, el conflicto no era más que un encuentro generativo entre realidades diferentes.
En términos psicológicos, el concepto de conflicto se refiere a la aparición de fuerzas antagónicas u opuestas que influyen en determinados eventos, conductas, deseos, actitudes y emociones. Kurt Lewin lo definió como una lucha entre fuerzas opuestas, ya sean internas (dentro de la persona) o externas (entre individuos o grupos). Creía que el conflicto era el resultado de tensiones en un “campo de fuerzas psicológicas” donde los objetivos o deseos se enfrentan.
Sin embargo, la existencia de intereses opuestos no tiene que ser necesariamente negativo. De hecho, de esa confrontación pueden surgir saltos cualitativos que conduzcan a un cambio de paradigma importante o incluso a una mejora en las relaciones.
¿Cómo se genera un conflicto? Las causas tras el desacuerdo
Cuando el conflicto se manifiesta en las relaciones interpersonales, es el reflejo de un desacuerdo, discordia o fricción entre las acciones, creencias o deseos de las partes. Cuando se produce en una persona, refleja una lucha interna entre aspectos como el placer o el deber y los impulsos o la razón.
Sin embargo, el hecho de que exista una situación conflictiva no significa necesariamente que se evidencie un conflicto. Para que un conflicto surja es necesario que las partes – o que uno mismo – tomen conciencia de esa situación discordante y que la perciban y la vivencien como conflictiva.
En ese proceso se moldea realmente el conflicto. A fin de cuentas, no podemos olvidar que todos interpretamos los hechos a través del prisma de nuestras creencias, expectativas, valores y deseos. Por tanto, el conflicto no depende únicamente de una discrepancia objetiva, sino de cómo la percibimos y gestionamos.
Obviamente, las emociones juegan un papel protagónico: la frustración, el miedo o la ira pueden intensificar los conflictos, mientras que la empatía o la tolerancia lo mitigan. Si tenemos la tendencia a buscar chivos expiatorios, es probable que aumentemos la tensión al enfocarnos en las diferencias y terminemos escalando el conflicto.
Asimismo, si no somos capaces de arrojar claridad sobre nuestros valores o prioridades, podemos alimentar la discordia interior y convertirla en un conflicto latente que se quedará en nuestro subconsciente generando malestar y bloqueando la toma de decisiones.
Por tanto, el conflicto no es una reacción automática a las diferencias, sino una construcción dinámica en la que influyen numerosos factores. En este sentido, una investigación realizada en la Universidad Estatal de California reveló que incluso los factores culturales influyen en la intensidad del conflicto y nuestra disposición a resolverlos.
En la cultura occidental, por ejemplo, los conflictos son más intensos y duraderos mientras que en la cultura asiática hay una tendencia a evitarlos e intentar solucionarlos rápidamente intentando ponerse en el lugar del otro. Reconocer esa raíz compleja es el primer paso para abordar los conflictos, no como amenazas, sino como oportunidades para el entendimiento y el cambio.
¿Qué tipos de conflictos existen?
Según el camino que siga esa toma de conciencia, aparecerán diferentes tipos de conflicto, ya sea en el plano intrapsicológico o interpersonal. Para comprenderlos, podemos partir de una situación relativamente sencilla:
Una pareja acaba de mudarse a vivir juntos y en pleno invierno descubren que tiene un problema: él prefiere mantener al mínimo la calefacción para ahorrar dinero, pero ella quiere alzarla porque siente frío y no le importa pagar más.
La situación conflictiva se vislumbra a partir de la existencia de una situación común (viven en la misma casa), pero cada parte tiene necesidades diferentes (uno ahorrar y otro el confort). La tensión surge porque ambos dependen del mismo sistema (la calefacción), pero tienen necesidades y prioridades opuestas. Según la manera en que se interpreten esas diferencias, se desarrollará uno u otro tipo de conflicto, como se puede apreciar en el gráfico que aparece a continuación.
1. Conflicto auténtico
Implica la existencia de una situación conflictiva objetiva que ambas partes perciben como tal de manera precisa y homogénea, sin distorsiones significativas. En el caso de la pareja, ambos reconocen como legítimo el deseo de la otra persona, pero comprenden que van en direcciones opuestas, por lo que son mutuamente excluyentes.
Por tanto, el conflicto auténtico es la consecuencia de la existencia de intereses similares que son percibidos como discrepantes. Las partes son plenamente conscientes de las posiciones, intereses o necesidades del otro, y reconocen su legitimidad, aunque estas sean incompatibles.
Generalmente este tipo de conflicto surge en relaciones equilibradas y maduras, donde cada uno respeta al otro. Nacen de metas incompatibles, pero no necesariamente de intenciones hostiles. Es decir, aunque las necesidades y objetivos sean divergentes, no hay una intención de perjudicar o imponerse al otro.
2. Conflicto de atribución errónea
En este caso, cada una de las partes o una de ellas le atribuye una interpretación diferente a la situación conflictiva. Por ejemplo, ella puede pensar que no es lo suficientemente importante para su pareja – lo que probablemente denote una inseguridad emocional de base – o él puede creer que ella lo hace solo con la intención de molestarlo – lo que implica la atribución de intenciones negativas. Sin embargo, esas suposiciones suelen basarse más en las percepciones individuales que en la realidad.
De hecho, en el conflicto de atribución la dificultad no radica tanto en la situación en sí misma, sino en la actitud con la que ambas personas asumen el desencuentro. Los involucrados perciben la situación conflictiva objetiva a través de sus filtros emocionales, que distorsionan la realidad. En lugar de centrarse en los hechos, el conflicto se enreda con las suposiciones, juicios o creencias que las partes generan sobre las intenciones o emociones del otro.
Este tipo de conflicto suele surgir debido a nuestra tendencia a buscar explicaciones para los comportamientos de los demás, sobre todo en situaciones de tensión o desacuerdo, de manera que asumimos intenciones que no siempre son ciertas o que incluso se alejan bastante de los deseos verdaderos del otro.
Una de las características clave de este tipo de conflicto es que el problema no radica en el desacuerdo en sí, sino en la forma en que las partes lo interpretan y abordan. Al final, las actitudes y creencias se convierten en el centro del problema, lo que dificulta su resolución. En otras palabras, la situación conflictiva original queda desplazada por una batalla de narrativas subjetivas.
3. Conflicto latente
Como su nombre lo indica, es aquel que aún no se ha expresado en una conducta manifiesta que lo identifique claramente, pero aparece en la base de otros conflictos y dificulta, por lo tanto, la comprensión y resolución de estos.
En el caso de la pareja, por ejemplo, quizá la incapacidad para ponerse de acuerdo sobre la temperatura de la calefacción se deba a un conflicto más profundo entre ellos. Detrás de ese desacuerdo podrían esconderse tensiones más complejas, como una sensación de desequilibrio en la relación (uno siente que su opinión no cuenta tanto como la del otro) o una falta de reconocimiento emocional que no se ha verbalizado.
El conflicto latente es como una corriente subterránea que, aunque no se ve, influye en la dinámica de la relación o situación, agravando las discrepancias. De hecho, es común en las relaciones de larga data en las que se acumulan resentimientos, expectativas incumplidas y palabras no dichas.
Aunque es relativamente invisible, el conflicto latente tiene un impacto acumulativo y se alimenta de profundas insatisfacciones emocionales, por lo que si no se aborda, suele estallar de la peor manera ya que genera un desgaste afectivo muy grande y erosiona las bases de la relación a golpe de una frustración permanente y patrones de interacción muy negativos que sabotean la resolución satisfactoria de otros conflictos y problemas.
4. Pseudoconflicto
En este tipo de conflicto no se aprecia una situación conflictiva objetiva evidente. Hay que buscar mucho para hallar la verdadera causa y, aun así, es difícil encontrarla. Sin embargo, las partes vivencian la situación como un conflicto real.
En el caso de la pareja, por ejemplo, sería fácil pactar una temperatura intermedia o incluso instalar termostatos independientes en cada habitación, pero aún así, a uno de los dos podría parecerle insuficiente y pensar que el otro exagera. En el fondo, el problema ha dejado de ser el frío o el calor para convertirse en una percepción subjetiva, probablemente debido a que ambos se sienten incomprendidos o incluso atacados.
Por consiguiente, el pseudoconflictos tiene su origen en la manera en que ambas partes se relacionan y perciben la situación ya que en realidad no existe una gran divergencia de base. El problema podría solucionarse fácilmente de manera satisfactoria para ambos si lo asumieran con una actitud objetiva y abierta.
De cierta forma, este tipo de conflicto es una paradoja emocional: no existe una causa objetiva que justifique el enfrentamiento, pero las partes implicadas lo sienten como algo tangible y genuino. Es una sensación de conflicto que flota en el aire sin un anclaje claro, como si ambos lucharan contra una niebla, en lugar de afrontar un problema real.
En estos casos, la discrepancia radica más en las emociones, expectativas o inseguridades internas que en hechos concretos. A menudo las partes proyectan en su interacción algo que no tiene relación directa con la situación, como frustraciones acumuladas, estrés o vulnerabilidades personales. Por eso, el pseudoconflicto es como un iceberg emocional: lo visible en la superficie (la discusión concreta) no tiene conexión con la verdadera raíz del malestar.
No obstante, en las relaciones interpersonales, especialmente las de larga data y en las que existe una mayor implicación emocional, lo más habitual es que aparezca una mezcla de todos esos tipos de conflictos. O sea, se presentan simultáneamente varias situaciones conflictivas que normalmente tienen en su base en un conflicto latente sobre el cual se van sedimentando los problemas y discrepancias a lo largo del tiempo.
Obviamente, los conflictos pequeños o grandes – pueden convertirse en una fuente constante de malestar si no los resolvemos. Un experimento llevado a cabo en la Universidad de Ginebra reveló que muchas de las áreas emocionales del cerebro vinculadas con el amor, la conexión y la empatía con nuestra pareja se “apagan” cuando discutimos sobre una situación. Por eso, es importante aprender a reconocer las primeras señales de las discrepancias y aplicar las técnicas de resolución de conflictos adecuadas cuanto antes. Así esas divergencias no se volverán insalvables sino que se convertirán en una oportunidad para conocer mejor al otro y aumentar el grado de compromiso con la relación.
Referencias Bibliográficas:
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