La capacidad para trabajar bajo presión es una competencia laboral muy demandada. Incluso hay muchas personas que se enorgullecen de afirmar que son capaces de trabajar presionadas por el tiempo y hacen gala de ello en su currículo.
No cabe duda de que el mercado laboral ha cambiado mucho en las últimas décadas. Múltiples tareas pendientes, plazos cada vez más ajustados y exigencias de disponibilidad casi total hacen que trabajar contrarreloj sea la norma, en vez de la excepción. En una sociedad que premia la productividad sobre todas las cosas, no podía ser de otra manera. Sin embargo, si no la frenamos, la presión por el tiempo nos aplastará. Literalmente.
Las consecuencias de trabajar bajo presión durante mucho tiempo
En cierta medida, es normal que el trabajo genere algún nivel de presión. Trabajar, en algunos momentos, demanda esfuerzo, implica superar obstáculos, resolver problemas y, a veces, superarnos a nosotros mismos. Eso supone un gasto de energía considerable y cierto nivel de tensión. Por eso, es importante aprender a lidiar con el estrés que suponen los plazos de entrega y ser capaces de afrontar la presión cuando debemos elevar nuestro desempeño.
Sin embargo, ese nivel de presión no puede mantenerse durante demasiado tiempo ni debe convertirse en la norma. Todos tenemos un nivel de tolerancia al estrés y cuando lo sobrepasamos, las consecuencias de trabajar contrarreloj no tardan en aparecer.
Muy pronto pasaremos del eustrés, esa dosis de estrés positiva que nos motiva, proporciona energía e incluso activa nuestra creatividad, al distrés, un estrés destructivo a nivel mental y físico. El estrés por trabajar bajo presión hace que nuestro desempeño caiga en picado. No solo genera agotamiento, sino que a menudo también nos bloquea, de manera que se vuelve en nuestra contra.
A menudo también genera irritabilidad y frustración. De hecho, investigadores de la Universidad Johannes Gutenberg comprobaron que la presión por el tiempo en el trabajo puede ser peor que alargar las horas de trabajo. Los empleados que fueron presionados para trabajar más rápido mostraron mayores niveles de estrés e irritabilidad, también en casa, y su compromiso laboral cayó.
Otro estudio realizado en la Universidad de Calabria reveló que trabajar presionados por el tiempo afecta nuestro rendimiento cognitivo, tanto el funcionamiento verbal como lógico. Entonces, ¿cómo es posible que también existan investigaciones que demuestren que trabajar bajo presión es positivo?
La explicación llega de la mano de un experimento realizado en Alemania a lo largo de ocho semanas en el que se apreció que inicialmente trabajar contrarreloj tenía un efecto positivo para las personas que lo asumían como un desafío. Sin embargo, también constataron que con el paso de las semanas se revertía ese efecto positivo. Concluyeron que “aunque un aumento a corto plazo puede ser beneficioso durante cierto tiempo, la exposición estable y prolongada a la presión del tiempo reduce el compromiso laboral y desmotiva a los trabajadores”.
En resumen, trabajar presionado por el tiempo no siempre es malo, pero cuando se convierte en la norma, pagaremos las consecuencias.
Necesitamos aprender a trabajar bajo presión, pero también necesitamos aprender a decir “no”
Durante mucho tiempo, trabajar bajo presión se ha considerado una competencia deseable. Sin embargo, esa imagen está cambiando gracias a los nuevos estudios psicológicos que demuestran que los plazos de entrega muy ajustados y la elevada carga de trabajo reducen el rendimiento y, por supuesto, afectan la salud psicológica y física de los trabajadores.
Un ritmo de trabajo frenético, en el que emprendemos una inútil carrera contrarreloj, no es sostenible ni deseable. El trabajo debe ser, en su gran mayoría, una fuente de satisfacción profesional y personal, no un pozo de estrés y malestar. La presión se debe mantener dentro de unos límites razonables y saludables.
Necesitamos entender que la presión por terminar cuanto antes – o para ayer – termina siendo contraproducente. Afecta nuestros resultados, aumenta las probabilidades de que cometamos errores y nos empuja a realizar trabajos que distan mucho de la excelencia a la que podríamos aspirar con unos plazos de tiempo más razonables.
Necesitamos ser conscientes de nuestros límites y no aceptar cargar con nuestro propio “campo de trabajos forzados”, como lo calificara el filósofo Byung-Chul Han. Vivimos en la sociedad del rendimiento y es fácil que nos hagan creer que, si no somos capaces de trabajar presionados por el tiempo aceptando plazos de entregas casi inhumanos, no estamos a la altura. No es así. Es una falacia.
La sociedad y las máquinas pueden correr todo lo que quieran, pero cada ser humano tiene límites. Esos límites no lo hacen peor ni mejor persona, más o menos valioso, sino simplemente humano. Necesitamos reconocer cuándo estamos a punto de sobrepasar esos límites, en especial si trabajar bajo presión empieza a convertirse en la norma.
Rechazar esa presión permanente no significa que seamos menos capaces, sino tan solo que necesitamos más tiempo para hacer mejor nuestro trabajo y para hacerlo más a gusto. Significa, sobre todo, que valoramos nuestro equilibrio mental y nuestra salud por encima de las expectativas y las presiones. Y, quizá, con un poco de suerte, significa que estamos dando un paso para cambiar un modelo de trabajo que no es sostenible – ni deseable.
Fuentes:
Baethge, A. et. Al. (2019) “Some days won’t end ever”: Working faster and longer as a boundary condition for challenge versus hindrance effects of time pressure. Journal of Occupational Health Psychology; 24(3): 322–332.
Baethge, A. et. Al. (2018) A matter of time? Challenging and hindering effects of time pressure on work engagement. Work and Stress; 32(3): 228-247.
De Paola, M. & Gioia, F. (2016) Who Performs Better under Time Pressure? Results from a Field Experiment. Journal of Economic Psychology; 53: 37-53.
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