Somos hijos de nuestra época. Es prácticamente imposible escapar de su influjo. La sociedad – lo queramos o no – nos “obliga” a través de mecanismos más o menos sutiles a compartir sus normas y formas de hacer so pena de exclusión social. Sin embargo, “nuestro tiempo es una era de frustración, ansiedad, agitación y adicción a los narcóticos”, escribió el filósofo Alan Watts para alertarnos de la mayor adicción de los tiempos modernos y del terrible peligro que nos acecha si caemos en ella.
El Homo Consumens sometido a la ilusión de la felicidad
“Esta manera de narcotizarse la llamanos nuestro alto nivel de vida, una estimulación violenta y compleja de los sentidos, que nos hace progresivamente menos sensibles y, así, más necesitados de una estimulación aún más violenta. Anhelamos la distracción, un panorama de visiones, sonidos, emociones y excitaciones en el que debe amontonarse la mayor cantidad de cosas posible en el tiempo más breve posible.
“Para mantener ese nivel, la mayoría de nosotros estamos dispuestos a soportar maneras de vivir que consisten principalmente en el desempeño de trabajos aburridos, pero que nos procuran los medios para buscar un alivio al tedio en intervalos de placer frenéticos y caros.
“La civilización moderna es, en casi todos los aspectos, un círculo vicioso. Tiene apetitos insaciables porque su forma de vida la condena a una frustración perpetua. La raíz de esa frustración es que vivimos en el futuro, y el futuro es una abstracción.
“El sujeto perfecto para el propósito de esa economía es la persona que escucha continuamente la radio, de preferencia los aparatos portátiles que pueden llevarse a todas partes. Sus ojos miran sin descanso la pantalla del televisor, el periódico, la revista, manteniéndose en una especie de orgasmo sin liberación.
“Todo está manufacturado de modo similar para atraer sin procurar satisfacción, para sustituir toda gratificación parcial por un nuevo deseo.
“Esta corriente de estimulantes está pensada para producir anhelos del mismo objeto cada vez en mayor cantidad, aunque con más estrepito y rapidez, y esos anhelos nos obligan a realizar un trabajo que no nos interesa por el dinero que produce… para comprar radios más lujosas, coches más relucientes, revistas más vistosas y mejores receptores de televisión, todo lo cual conspirará para persuadirnos de que la felicidad está a la vuelta de la esquina con tal de que compremos un artículo más.
“Los milagros de la tecnología nos hacen vivir en un mundo frenético y mecánico que violenta la biología humana, y no nos permita hacer nada más que perseguir el futuro cada vez con mayor rapidez”.
Una estimulación violenta de los sentidos para escapar de nosotros mismos
Watts se refiere a la búsqueda constante de experiencias, de manera frenética, para disfrutarlas rápidamente y pasar a la siguiente. Tomar una foto sin disfrutar del sitio para pasar rápidamente al próximo escenario, del cual tampoco recordaremos nada. Comprar para usar durante un tiempo limitado, para tirar y volver a comprar. Darse un atracón de series para pasar rápidamente a la próxima producción audiovisual de moda…
La estimulación constante de los sentidos se convierte en una adicción porque nos mantiene en un estado de alerta en el que no hay cabida para estar a solas con nosotros mismos. Esa estimulación se convierte en una droga a la que recurrimos para evitar pensar. Mantenernos ocupados haciendo algo se convierte en una estrategia de afrotamiento evitativa que nos permite mantener a raya las preocupaciones.
Sin embargo, mantener ese ritmo frenético de actividad nos impide conectar con nosotros mismos, de manera que no llegamos a solucionar nuestros problemas. En su lugar, nos imbuimos en un estilo de vida alienante en el que pasamos a ser meros consumidores de productos que prometen una felicidad ilusoria y efímera. Como resultado, cuando desaparece ese estado de euforia, necesitamos una nueva “dosis” de productos.
Para mantener ese nivel de vida necesitamos trabajar más, muchas veces en empleos que no nos satisfacen o que incluso generan malestar. Si no nos damos cuenta de ese círculo vicioso, podemos correr el riesgo de vivir atrapados en ese flujo de estímulos y productos toda la vida, desperdiciando la oportunidad de conectar con nosotros mismos y encontrar un sentido vital más allá de lo material. La decisión depende de nosotros.
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