Libro: Tristeza, manual de usuario
La tristeza suele ser un invitado no deseado. Puede llegar cuando menos lo imaginemos, generalmente de la mano de una gran pérdida que deja un gran vacío.
No hay manera de deshacerse de ella porque en realidad «la tristeza no es inherente a las cosas, no nos llega del mundo ni de su contemplación sino que es un producto de nuestro propio pensamiento», en palabras de Emile Durkheim.
Es una sensación que puede llegar a ser asfixiante. Es como si de repente te arrancara todo de tu interior, dejándote tan vacío que hasta te cuesta respirar.
Es probable que intentes esconderla, hacer caso omiso, reprimirla… Pero todos esos intentos son ineficaces y te dejan con la sensación de haber fracasado.
Habrá un momento en que podría llegar a ocupar todo tu ser, como si todo en el mundo hubiera perdido su encanto. Verás la vida a través del prisma de la tristeza y la alegría de otros tiempos te parecerá casi surrealista.
Entonces ha llegado el momento de tomar las riendas. De hacer las paces con la tristeza. Llamarla por su nombre y escuchar lo que tiene que decirte.
No intentes escapar de ella. Simplemente dedícate a esas actividades que te reconfortan en ese momento. Pero asegúrate de salir. Una de las trampas de la tristeza consiste en encerrarnos en nosotros mismos, en desarrollar una especie de visión de túnel en la que solo podemos pensar en aquello que nos ha herido. Abrirnos al mundo nos permitirá dejar entrar esas cosas que antes nos causaban felicidad. Poco a poco, y sin violentar el ritmo de sanación.
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