«Cuando fui a la escuela me preguntaron qué quería ser de mayor. Yo respondí: ‘feliz’. Me dijeron que no había entendido la pregunta y yo les dije que ellos no entendían la vida«, contó en una ocasión John Lennon. A la luz de esta reflexión, no podemos sino suponer que quizá los adultos estamos entendiendo mal muchas cosas.
Ser inteligente no es sacar un sobresaliente en Matemáticas o en Física. Tampoco lo es obtener un excelente en Gramática o memorizar todas las fechas históricas. Eso significa simplemente ser un alumno aplicado. Sin embargo, muchos padres y maestros creen que la inteligencia se reduce a la lógica, y consideran que un niño con malas notas no tendrá éxito en la vida, porque no es lo suficientemente inteligente y capaz. Sin embargo, si juzgamos a un pez por su habilidad para subir a los árboles, pasará toda su vida pensando que es un inútil.
¿Cómo se produjo el descarrilamiento de los test de inteligencia?
Todo comenzó en el lejano 1905, cuando Alfred Binet creó su famoso test de inteligencia. Aquella prueba respondía a una necesidad específica: el gobierno francés quería instituir la escolarización obligatoria para los niños de entre 6 y 14 años, pero como en aquel momento tenían niveles tan dispares, era necesario una prueba que permitiera analizar la ejecución de tareas que exigían comprensión, capacidad aritmética y dominio del vocabulario.
Binet creó un test para diferenciar los alumnos cuyas capacidades les permitirían adaptarse al sistema educativo normal de aquellos que necesitarían un refuerzo extra. Más tarde, en Gran Bretaña, el psicólogo Cyril Burt introdujo las primeras adaptaciones de esas pruebas y las utilizó para demostrar que la inteligencia era hereditaria. En Estados Unidos, Lewis Terman hizo lo propio y se aseguró de que tales test demostraran la supremacía de los blancos y las clases pudientes sobre el resto.
Sin embargo, la idea de Binet nunca fue esa. De hecho, este psicólogo reconoció que su test no era capaz de evaluar los diferentes tipos de inteligencia, y que simplemente había agrupado conjuntos de problemas y operaciones que los niños debían resolver con relativa facilidad en los diferentes cursos académicos. Sin embargo, la suerte ya estaba echada.
Henry Goddard, otro de los psicólogos estadounidenses promotores de las pruebas de inteligencia, las utilizó para sustentar la teoría de que las personas ricas y exitosas heredaban biológicamente la inteligencia, la cual se transmitía de una generación a otra. Así, la inteligencia se convirtió en un factor de marginación y estigmatización de las personas.
Desgraciadamente, aún hoy muchos profesionales y padres siguen pensando en esos términos. Se trata de personas que creen que la inteligencia es una capacidad fija que se hereda, y la relacionan únicamente con la habilidad para resolver problemas lógicos. Sin embargo, la inteligencia es mucho más, y es fundamental que todos aquellos que tengan la educación de niños en sus manos lo sepan.
¿Qué es realmente la inteligencia?
Ser inteligente no es sacar un sobresaliente en Matemáticas o en Física. Tampoco lo es obtener un excelente en Gramática o memorizar todas las fechas históricas. Eso significa simplemente ser un alumno aplicado.
Al contrario, un niño inteligente es aquel que es capaz de encontrar diferentes soluciones y elegir la mejor alternativa para resolver un problema. Un niño inteligente no es el que saca cuentas complicadas más rápido que ninguno sino aquel que encuentra soluciones creativas a los problemas de la vida cotidiana.
Un niño inteligente es aquel que se fija en los detalles, sin perder la perspectiva global. Es aquel que siempre pregunta y que quiere ir más allá de la apariencia de las cosas. También es aquel que rompe las cosas para saber cómo están hechas, aunque después no sepa recomponerlas.
De hecho, un niño inteligente no es aquel que casi nunca se equivoca sino el que yerra y aprende de su error, sacando conclusiones que le servirán para su vida futura. Es aquel que tiene la flexibilidad suficiente para adaptarse a los cambios, aunque no siempre sean positivos.
Un niño inteligente no es aquel que colecciona palabras de pronunciación complicada y significados raros con las cuales asombrar a todos sino el que piensa fuera de lo establecido, usando las imágenes, la música o cualquier otro medio para expresar sus ideas.
El niño inteligente no es aquel que sigue las normas sin equivocarse, sino el que se plantea nuevos retos y no tiene miedo a salir de su zona de confort.
El niño inteligente es capaz de ponerse en la piel de los demás, sabe comunicar sus emociones e intuir la de los otros. También sabe decir “no” cuando es el momento y se responsabiliza por sus acciones. Ese niño sabe escuchar y es sensible.
Ese es un niño inteligente, aunque en el colegio no obtenga las mejores calificaciones. Porque la vida es la escuela más importante, la más exigente y la más complicada. Y para pasar sus asignaturas no se necesita solamente capacidad de cálculo, memorización y comprensión lectora sino otras habilidades que normalmente no se enseñan en los colegios, como el pensamiento analítico, la flexibilidad, la capacidad de adaptarse a los cambios y de controlar las emociones…
La inteligencia no es una nota, es una capacidad que se desarrolla día a día y que debe servirnos para mejorar como personas y encontrar la felicidad. Muchos niños tienen ese tipo de inteligencia, no se la arrebatemos para quemarla en el altar de la lógica.
vitinan dice
buenos dias ,este es un sitio en verdad muy interesante, practico y lleno de intelecto, es una gracia que semejante trabajo pueda estar al alcance de muchos, muy gentiles de verdad.