“Uno debe saber lo que quiere ser ya que la irresolución produce pasos en falso y genera ideas confusas en la mente”, escribió la matemática francesa Émilie du Châtelet. Sin embargo, ese conocimiento interno, personal y profundo, puede llegar a convertirse en el trabajo de toda una vida, sobre todo si tenemos en cuenta que el mundo intenta decirnos constantemente quiénes somos y en quiénes deberíamos convertirnos, un mundo que, según E. E. Cummings “se esfuerza, día y noche, para que seas igual a los demás”.
Somos seres sociales y, por ende, nuestro “yo” es poroso a los valores de las personas que nos rodean, personas que pueden llegar a ser muy miopes cuando se trata de detectar qué nos proporciona seguridad y nos hace felices, personas que a menudo aspiran a alcanzar cosas equivocadas por las razones equivocadas. Adaptarnos a sus expectativas puede ser un error colosal, el mayor error de nuestra vida.
Un viaje apremiante que pocos se atreven a emprender
En 1926, Marion Milner, una psicoanalista y escritora británica, precursora de los diarios introspectivos, llevó a cabo un experimento sobre sí misma que se extendió durante siete años, con el objetivo de descubrir cuál era el núcleo pulsante de la felicidad genuina y desvelar todas las malas decisiones que tomamos impulsados por nuestra adicción crónica a la satisfacción, entendida como la búsqueda de la aceptación social, el prestigio y la popularidad.
A lo largo de su viaje sembrado de “dudas, retrasos y expediciones por falsos senderos”, como lo calificó la propia Milner, llevó un diario con el rigor de la observación científica. Llegó a la conclusión de que somos personas profundamente diferentes de lo que creemos ser y que las cosas que perseguimos con mayor frenesí son las que menos alegría y satisfacción duraderas nos reportan.
En el prefacio de la edición original, Milner nos advierte:
“Que nadie piense que es un camino fácil porque se trata de encontrar la felicidad en vez de practicar un deber severo o un gran esfuerzo moral. Lo que resulta mucho más fácil, como descubrí, es cerrar los ojos a lo que a uno realmente le gusta, dejarse llevar por la aceptación de los deseos de los demás y evadir la verificación diaria de los valores. Y, por último, que nadie emprenda tal experimento si no está preparado para descubrir que es más tonto de lo que pensaba”.
Esta advertencia es muy esclarecedora pues nos revela que la búsqueda de la felicidad y del propio “yo” puede ser un camino tortuoso porque implica deshacernos de todas las ideas preconcebidas que nos brindaban seguridad, o al menos una ilusión de seguridad a la cual aferrarnos. Solo podemos reconstruirnos cuando somos capaces de destruir todo lo que no nos sirve. Y ese proceso puede ser muy duro para muchas personas. De hecho, más adelante la psicoanalista reflexiona sobre la sensación de extrema alienación y el temor a perderse que sintió cuando comenzó el experimento:
“Puedo recordar la sensación de estar separada de otras personas, separada, apartada de todo lo que había sido real en mi vida. Dependía tanto de la opinión que los demás tenían sobre mí, que vivía en un constante temor a ofender, y si creía que había hecho algo que no era aprobado, me embargaba una profunda inquietud hasta que lo corregía. Siempre parecía estar buscando algo, siempre un poco distraída, porque siempre tenía algo más importante que hacer”.
Su aguda mirada le permitió notar la profunda dependencia que podemos llegar a desarrollar de las opiniones de los demás, resaltando además el distanciamiento que se produce cuando comienzas a apartarte de las expectativas que las personas más cercanas han puesto sobre ti.
Milner también explica cuál fue una de sus principales motivaciones para emprender este peculiar viaje, una travesía de deconstrucción personal que todos deberíamos emprender en algún momento:
“Sentía que mi vida era una aburrida mediocridad, tenía la sensación de que las cosas reales y vitales sucedían a la vuelta de la esquina, en las calles, en las vidas de otras personas. Ello se debe a que solo captaba las ondas superficiales de todo lo que me sucedía, cuando en realidad estaban ocurriendo acontecimientos de vital importancia para mí, no en un sitio lejos de mí, sino justo debajo de la superficie tranquila de mi mente. Aunque algunos de estos descubrimientos no fueron del todo agradables, trayendo consigo ecos de terror y desesperación, al menos me dieron la sensación de estar viva”.
¿Qué herramientas psicológicas necesitamos para emprender ese viaje?
La práctica de la introspección requiere volver a calibrar nuestra percepción condicionada. Milner puso en marcha su pensamiento crítico y comenzó a dudar de sus creencias más arraigadas sobre lo que la hacía feliz. Sin embargo, para descifrarlo no solo puso en marcha la razón sino también sus sentidos. Escribió:
“Tan pronto como comencé a estudiar mi percepción, a mirar mi propia experiencia, descubrí que había diferentes formas de percibir y que esas diferentes formas me proporcionaban datos distintos. Hay un enfoque estrecho que significa ver la vida como si fueran luces intermitentes con la conciencia en mi cabeza como el centro de atención pero también hay un enfoque amplio que significa conocer con todo mi cuerpo, una forma de mirar que altera bastante mi percepción de lo que veo. Descubrí que el enfoque estrecho era el camino de la razón. Si uno tenía el hábito de discutir sobre la vida, era muy difícil no acercarse a las sensaciones con la misma atención concentrada y, por lo tanto, excluir su ancho, profundidad y altura. Pero fue el enfoque amplio que me hizo feliz.
“El pensamiento ciego podría hacerme fingir que estaba siendo sincera conmigo misma cuando en realidad solo estaba siendo fiel a un miedo infantil que generaba confusión, y cuanto más confundido estuviera, más llamaría a su ayuda al sentido de convicción”.
Esta nueva perspectiva nos remite inevitablemente a la filosofía taoísta, que nos anima a utilizar la razón para descubrir las creencias limitantes inoculadas socialmente pero luego nos insta a confiar más en los sentidos como una vía para el descubrimiento de uno mismo y del mundo. Es un cambio de perspectiva muy difícil de lograr ya que no estamos acostumbrados y llevamos toda una vida acallando los sentidos y ensalzando la razón.
Milner descubrió que era una cuestión de recalibrar sus hábitos de percepción, no se trataba de mirar directamente a un objeto con la atención sino de desarrollar una imagen más completa con una conciencia difusa, una experiencia sensorial, no lógica. Por eso, se preguntó:
“Si tan solo mirar puede ser tan satisfactorio, ¿por qué siempre me esforzaba por tener más cosas o hacer más cosas? Ciertamente, nunca había sospechado que la clave de mi felicidad podría residir en una habilidad tan aparentemente simple como la capacidad de dejar que los sentidos fluyan libres de objetivos.
“Me habían exhortado continuamente a definir mi propósito en la vida, pero ahora comenzaba a pensar que la vida era algo demasiado complejo como para mantenerse dentro de los límites de un solo propósito formulado. Así que empecé a formarme otra idea de mi vida, no como una lento subseguirse de logros para adaptarse a mis propósitos preconcebidos sino como el descubrimiento gradual y el crecimiento de nuevos propósitos que no conocía”.
Milner se refiere a la necesidad de emprender ese camino abandonando todas las metas iniciales, con la apertura mental necesaria como para ir descubriendo otras metas en el camino, metas que probablemente estarán más en sintonía con tu “yo” y que responderán menos a las expectativas sociales.
La clave de este viaje radica en aprender a fluir, como descubrió la propia Milner:
“No sabía que solo podía sacar el máximo provecho de la vida, entregándome a ella. Entonces llegué a un punto muerto. Quería sacar el máximo provecho de la vida, pero cuanto más trataba de apresarla, más sentía que estaba afuera, perdiéndome cosas. En ese momento no podía entender en absoluto que mi verdadero propósito podría ser aprender a no tener ningún propósito”.
Siempre he creído que el viaje que emprendió Milner es un viaje que debemos emprender todos, mejor antes que después, para evitar que la vida pase ante nuestros ojos sin vivirla. Una vez que nos hemos sumergido hasta el tuétano en la sociedad, debemos emprender el camino inverso hacia la individualización, aquella auténtica. Es un trayecto difícil, por eso hace unos años escribí un libro que puede servirte como una brújula en el camino: “La muerte del caballo alado: Un viaje al encuentro de tus barreras internas”. ¡Bon voyage!
Fuente:
Milner, M. (2011) A Life of One’s Own. Nueva York: Routledge.
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