Hace ya algunos años que los medios de comunicación nos están bombardeando con el tema de la crisis económica. Aunque en verdad no hace falta porque vivimos día a día con ella, ha llegado y no tiene intención de marcharse, como esas incómodas visitas que se aposentan en nuestra casa.
Como resultado, muchas personas han dejado de vivir y se limitan simplemente a sobrevivir. ¿A qué me refiero? No hablo meramente de la pobreza económica sino de la pobreza espiritual, de la desesperanza, la falta de objetivos y la espera de un futuro mejor.
Como en la viña del Señor hay de todo, encontramos desde aquellos que se sumen en la depresión más profunda hasta los que parecen haber dejado su vida en stand by, confiando en que la crisis pase y todo vuelva a ser como antes o, al menos, mejore. De una forma u otra, todos han dejado de vivir para acontentarse con sobrevivir.
Lo curioso es que este cambio de actitud no solo está determinado por los avatares de la vida (es decir, la pérdida del trabajo o incluso de la vivienda) sino que, de cierta forma, también está sustentado por la televisión y por los diferentes mensajes de los periódicos. Todo nos indica que en tiempos de crisis es normal que nos sintamos desolados, tristes y que nos dediquemos a sobrevivir lo mejor que podamos.
Desde cierta perspectiva, es normal y comprensible que una pérdida o la disminución del estilo de vida al cual estábamos acostumbrados provoquen una reacción inicial de tristeza. Sin embargo, lo cierto es que debemos hacer una distinción entre economía y salud, entre dinero y felicidad, entre bienestar económico y bienestar psicológico.
Hay millones de personas que viven por debajo del nivel de pobreza establecido por los países occidentales y no por eso se dedican a sobrevivir. De hecho, los estudios realizados en los últimos años demuestran que los niveles de felicidad en estos países son mayores que en las grandes naciones industrializadas.
Lo que intento decir es que es difícil reducir drásticamente el tren de vida al cual estábamos acostumbrados pero asumir una actitud derrotista y dejarse caer en las garras de la depresión no resuelve nada, al contrario, nos resta mucho más bienestar y calidad de vida de lo que podría quitarnos el dinero.
Además, siempre debemos recordar que la crisis tiene dos significados: uno negativo y otro positivo. En estos mismos momentos, están cerrando muchos negocios y empresas pero también están abriendo otros con nuevas ideas que se adaptan mejor a las condiciones actuales.
Por eso, es el mejor momento para recordar esta famosa fábula:
“Un viejo maestro decidió que aquella tarde visitaría junto a su discípulo uno de los parajes más pobre de la provincia. Después de caminar un largo rato encontraron una casucha a medio derrumbarse. Sin embargo, lo más sorprendente de todo era que en aquella casucha de apenas seis metros cuadrados vivían ocho personas: el padre, la madre, cuatro hijos y dos abuelos.
Sus miradas tristes y sus cabezas bajas no dejaban duda de que la pobreza y la inopia no sólo se había apoderado de sus cuerpos sino que también había encontrado albergue en su interior. Curiosamente, en medio de este estado de penuria y pobreza total la familia contaba con una sola posesión extraordinaria bajo tales circunstancias, una vaca que proveía de leche a toda la familia. Esta vaca era la única posesión material con la que contaban y lo único que los separaba de la miseria total.
Al día siguiente, muy temprano, asegurándose de no despertar a nadie, los dos viajeros se dispusieron a continuar su camino. Salieron de la morada pero, antes de emprender la marcha, el anciano maestro, ante la incrédula mirada del joven, y sin que éste pudiera hacer algo para evitarlo, sacó una daga que llevaba en su bolsa y de un solo tajo degolló a la pobre vaca que se encontraba atada a la puerta de la vivienda.
– ¿Qué has hecho maestro? ¿Cómo has podido matar esta pobre vaca que era su única posesión?
Sin inmutarse ante la preocupación de su joven discípulo y sin hacer caso de sus interrogantes, el anciano se dispuso a continuar su marcha. Así pues, dejando atrás aquella macabra escena, maestro y discípulo partieron.
La historia cuenta que, un año más tarde, los dos hombres decidieron pasar nuevamente por aquel paraje para ver qué había ocurrido con la familia. Buscaron en vano la humilde vivienda. El lugar parecía ser el mismo, pero donde un año atrás se encontraba la ruinosa casucha ahora se levantaba una casa grande que, aparentemente, había sido construida recientemente.
Se detuvieron por un momento para observar a la distancia, asegurándose que se encontraran en el mismo sitio. Lo primero que pasó por la mente del joven fue el presentimiento de que la muerte de la vaca había sido un golpe demasiado duro para aquella pobre familia. Muy probablemente, se habían visto obligados a abandonar aquel lugar y una nueva familia, con mayores posesiones, se había adueñado de éste y había construido una mejor vivienda.
Cuál no sería su sorpresa cuando, del interior de la casa, vio salir al mismo hombre que un año atrás les había dado posada. Sin embargo, su aspecto era totalmente distinto. ¿Qué había acontecido durante ese año?
El hombre les confesó a lo dos viajeros que su primera reacción ante la muerte de la vaca fue de desesperación y angustia. Sin embargo, después se dieron cuenta de que necesitaban comer, consiguieron algunas semillas y comenzaron a sembrar. Así comenzaron a vender los alimentos que le sobraban y les llegó la abundancia.”
Sin embargo, más allá de la abundancia económica, lo verdaderamente importante es que no maniatemos obligatoriamente nuestra felicidad a esta.
Miguel Herrera E. dice
Lo importante parece ser que la percepción de los verdaderos obstáculos fomentan la búsqueda de recursos y la creatividad, o como apuntaba Einstein," En los momentos de crisis la imaginación es más importante que el conocimiento"; acertada aplicación de la metáfora amiga Jennifer.
Jennifer Delgado Suarez dice
Miguel,
En realidad, las personas podemos asumir dos actitudes ante los obstáculos, una es la que apuntas, buscar soluciones creativas. La otra es sentarse a llorar sobre la leche derramada. Obviamente, esta segunda no sirve de nada.