En el mundo de las apariencias se pierde la esencia. Cuanto más nos preocupemos por aparentar, más nos alejamos de nuestro verdadero “yo”. Cuanto más construimos fuera, más se desmorona el interior, hasta tal punto que esa imagen aparentemente ideal puede terminar engullendo nuestra identidad, convirtiéndonos en carceleros de nosotros mismos.
Las redes sociales son el mejor ejemplo de ello ya que se han convertido en el escaparate donde proyectamos una vida aparentemente perfecta. Aunque pocas, ya hay voces que disidentes, como la de la influencer australiana Essena O’Neill que, con más de medio millón de seguidores, cientos de fotos perfectas y miles de euros en ganancias, dejó Instagram diciendo: “Esta no es una vida sincera, ni genial ni inspiradora. Es la perfección artificial hecha para llamar la atención”.
Sin embargo, muchos no se dan cuenta de que la validación que reciben de las redes sociales se basa únicamente en métricas fabricadas para que confundan la atención con el afecto y la vanidad inflada con el auténtico valor.
Aunque lo cierto es que la tendencia a vivir para aparentar no ha surgido con las redes sociales – estas han sido tan solo un altavoz – sino que tiene raíces mucho más profundas, asentadas en la necesidad de aprobación social para reafirmar un estatus, aunque sea ilusorio y esté construido sobre un castillo de naipes. Las personas con complejo de Eróstrato – aquellas que buscan la fama o la notoriedad sin importar los medios – siempre han existido y seguirán existiendo. Pero si queremos emularlas nos condenaremos a vivir una vida vacía y carente de sentido.
Dime de qué presumes y te diré de qué careces
El afán por resaltar determinadas características o posesiones atractivas o positivas socialmente esconde una profunda inseguridad personal. Es probable que, en el fondo, pensemos que no somos lo suficientemente interesantes, inteligentes, atractivos o exitosos como para llamar la atención por nosotros mismos y necesitemos exagerar o incluso inventar determinadas cosas para conseguir la aprobación social.
Esa necesidad de demostrar constantemente nuestro valor, felicidad o inteligencia en realidad esconde un mecanismo de compensación: intentamos equilibrar nuestra inseguridad desempeñando el rol de una persona segura.
La compensación, un mecanismo psicológico propuesto por Alfred Adler relacionado con los sentimientos de inferioridad, es una estrategia mediante la cual encubrimos – de manera consciente o inconsciente – aquellas debilidades, frustraciones, deseos o incompetencias buscando éxitos, ya sean reales o imaginarios, que puedan equilibrar la balanza o inclinarla a nuestro favor.
Sin embargo, la compensación no suele resolver el problema de base. Publicar fotos sonrientes en las redes sociales no hará que nos sintamos mejor y mostrar cuán grande es nuestra casa no hará desaparecer la sensación de soledad. En realidad, la compensación suele reforzar el complejo de inferioridad desencadenando un mecanismo altamente tóxico para nuestro equilibrio mental.
Vivir para aparentar: La trampa de la sociedad moderna
La sociedad no nos lo pone fácil para desarrollar un “yo” seguro, autodeterminado y auténtico. Al crear una falsa correlación entre lo que somos y nuestras posesiones “la plenitud del placer del consumidor se convierte en sinónimo de la plenitud de la vida. Compro, luego soy. Comprar o no comprar, esa es la cuestión”, como escribiera Zygmun Bauman. El problema es que “para los consumidores deficientes, esos desposeídos de nuestros días, el no comprar es el discordante y purulento estigma de una vida no realizada (y de su propia insignificancia e inutilidad)”, añadió.
El cambio de foco, de lo interno a lo externo, de lo que eres a lo que tienes, genera una gran presión por consumir, ser felices y exitosos que termina “quebrando” a las personalidades más vulnerables, de manera que estas personas prácticamente se sienten obligadas a construir una vida que se vea bien por fuera, para proyectar la imagen que se espera de ellas.
Esa presión hace que no hablen de sus verdaderos problemas, los cuales siguen creciendo tras una fachada perfecta. Y al no buscar ayuda, caen todavía más bajo en el agujero de la frustración. Así se encierran en un círculo vicioso en el cual, cuanto más intentan aparentar, menos trabajan para resolver los problemas que están generando ese malestar. Viven eludiendo el auténtico problema, poniendo el foco en cosas intrascendentes que no brindan más que una descarga efímera de adrenalina que se confunde con la felicidad.
Curiosamente, la sociedad en que vivimos que da pie a esos comportamientos disfuncionales, ni siquiera puede llamarse materialista. “No es correcto, ni mucho menos, decir que la civilización moderna es materialista, si entendemos por materialista la persona que ama la materia. El cerebral moderno no ama las materias sino las medidas, no los sólidos sino las superficies. Bebe por el porcentaje de alcohol y no por el ‘cuerpo’ y el sabor del líquido. Construye para ofrecer una fachada, más que para proporcionar un espacio donde vivir”, escribió Alan Watts.
En realidad, estamos viviendo en la era del perfeccionismo a ultranza, del culto al envase, olvidándonos del contenido, lo cual genera expectativas demasiado altas y a menudo irreales, sobre nosotros y el resto de las personas, creando un ambiente tóxico para nuestro bienestar emocional.
No debemos olvidar que cuando se crea una jerarquía social, es muy sencillo reforzar los modelos culturales de perfección y éxito. Y a medida que un modelo cultural de perfección o éxito se refuerza, nuestro estado de ansiedad aumenta porque nos sentimos deficientes o inferiores. Alguien siempre está por delante de nosotros, lo cual conduce inevitablemente a las comparaciones. Y eso nos lleva a seguir alimentando a la «bestia», con la secreta esperanza de que finalmente logremos estar a la altura de un falso sentido de la felicidad y el éxito, por más ilusorio y efímero que sea.
Es un terrible mecanismo que nos condena a vivir una vida vacía, en la que no construimos lo que queremos realmente sino lo que creemos que se verá bien y que los demás aplaudirán o mirarán con envidia disimulada. Por eso necesitamos cambiar el foco urgentemente y construir una vida que nos haga sentir bien por dentro, no una que parezca perfecta desde fuera. Porque la vida no tiene que ser perfecta, solo tiene que ser maravillosa para ti. Y eso basta.
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