Solo recordamos una ínfima parte de lo que vivimos. La felicidad recordada se relaciona con el nivel de satisfacción con la vida. Sin embargo, la satisfacción con la vida no refleja, necesariamente, que estemos llevando una vida feliz. O sea, podemos recordar momentos felices, pero eso no implica que seamos felices.
En 2003, el psicólogo Daniel Kahneman llevó a cabo un experimento muy interesante con profundas implicaciones para nuestra felicidad, la manera en que tomamos decisiones y nuestra satisfacción vital.
Pidió a 682 personas que indicaran cuánto dolor iban experimentando a lo largo de una colonoscopía. La imagen que aparece a continuación refleja la curva de dolor reportado minuto a minuto por dos pacientes. ¿Qué paciente sufrió más?
Sin duda, la colonoscopia del paciente B fue más larga y dolorosa. Sin embargo, cuando les preguntaron al cabo del tiempo sobre el nivel de dolor que habían experimentado, el paciente A recordaba un procedimiento más doloroso. ¿Cómo es posible?
Kahneman explica que todos tenemos dos “yos”: un “yo experiencial” que nos acompaña cada segundo y un “yo biógrafo” que reconstruye nuestros recuerdos. El problema es que el “yo biógrafo” termina imponiéndose sobre el “yo experiencial”, ejerciendo una auténtica tiranía que puede llevarnos a tomar decisiones que no nos hacen realmente felices.
La vida, ¿la experimentamos o simplemente la recordamos?
Todos deseamos ser felices. Y nos esforzamos por conseguirlo. Cada día tomamos decisiones pensando que nos harán felices – o que al menos nos acercarán a esa felicidad anhelada. Sin embargo, nuestro “yo biógrafo” nos sabotea a cada paso.
Tomemos, por ejemplo, unas vacaciones de dos semanas. Si asumimos que irnos de vacaciones suele ser una experiencia agradable que nos hace felices, podemos concluir que unas vacaciones por partida doble deberían hacernos el doble de felices. A fin de cuentas, los momentos para experimentar felicidad se duplican.
Sin embargo, Kahneman explica que, desde el punto de vista de nuestro “yo biógrafo”, unas vacaciones de dos semanas no son mucho mejores que unas vacaciones de una semana. ¿Por qué? Simplemente porque durante la segunda semana no añadimos momentos diferentes, sino que nos limitamos a vivir una consecución de las experiencias relajantes y felices que ya habíamos experimentado la primera semana.
Esto significa que nuestro “yo biógrafo” es bastante limitado. Su atención y memoria son bastante limitadas. De hecho, nuestra memoria suele guardar lo que ocurre al inicio y al final de los eventos, o registra algún suceso inesperado en medio, pero borra la mayoría de las vivencias, que son las que constituyen casi toda la experiencia, aunque esas vivencias sean agradables o incluso felices.
Esa es la verdadera razón por la cual al paciente A le resultó más dolorosa la colonoscopia: experimentó el pico de dolor al final. En cambio, en el caso del paciente B, el dolor fue disminuyendo su intensidad al final de la prueba. Por eso recuerda la experiencia como menos dolorosa. Esas personas fueron víctimas de lo que se conoce como efecto de recencia; o sea, la tendencia a recordar los finales.
Lo curioso es que a la hora de tomar decisiones y planificar nuestra vida, no elegimos entre diferentes experiencias, sino entre los recuerdos que tenemos de experiencias similares – los cuales son extremadamente sesgados – o entre las memorias anticipadas. Es decir, nuestro “yo experiencial” no tiene voz ni voto en esas decisiones. Sin embargo, es el “yo” que nos acompaña continuamente y del que realmente depende nuestra felicidad.
La tiranía de nuestro biógrafo interior
Kahneman plantea otra disyuntiva: recuerda las mejores vacaciones de tu vida, ¿elegirías las mismas vacaciones si supieras que después todas las fotos serían destruidas y olvidarías absolutamente todo lo que has vivido?
Esa reflexión nos conduce a otra pregunta con un matiz más existencial: cuando pensamos en la vida ideal, esa a la que aspiramos y que supuestamente nos hará felices, ¿pensamos en nuestras experiencias momento a momento o en la narrativa que tejemos después en nuestra memoria?
En los tiempos modernos, unos tiempos en los que las experiencias han pasado a un segundo plano para dejar protagonismo a las fotos y los vídeos, ese fenómeno se recrudece aún más. La tendencia a inmortalizarlo todo, en vez de vivirlo estando plenamente presente, da más poder a nuestro “yo biógrafo”. Por esa razón, cada vez más personas van a un sitio solo para tomar la foto de rigor o prueban una experiencia con el único objetivo de poder contarla más tarde.
La dificultad para planificar nuestra vida ideal, esa de todos los días que realmente nos podría hacer felices, radica en que solo el “yo biógrafo”, ese que recuerda el pasado y predice el futuro, tiene voz y voto en las decisiones, desde el destino de nuestras vacaciones hasta el trabajo que realizamos o las personas con las que pasamos el tiempo.
Por supuesto, no es una manera de decidir que pueda catalogarse como inteligente. Es como si planificáramos nuestra vida convirtiéndola en una novela donde solo tienen protagonismo en nuestra conciencia los fragmentos que percibimos como importantes pero que en realidad son una fracción ínfima de nuestras experiencias.
Lo que recuerda el “yo biógrafo” es la satisfacción o la insatisfacción con la experiencia. Recuerda picos de alegría o de dolor. Pero la felicidad y el bienestar provienen realmente del flujo cotidiano de experiencias. Por eso es necesario realizar una distinción entre:
- La calidad de vida, tal como la experimentamos, momento a momento.
- La calidad de vida, como la recordamos y se entreteje en la narrativa de nuestra mente.
¿Cómo experimentar la vida, en vez de limitarnos a narrarla?
Esa tiranía del “yo biográfico” nos condena a vivir para construir recuerdos que serán sesgados. ¿Cómo escapar de esa trampa? Scott H. Young perfila algunas ideas válidas:
1. Presta atención al aquí y ahora
Nuestra memoria no almacena fielmente los recuerdos, sino que elige retazos, aquellos que considera más importantes. La memoria es particularmente susceptible al efecto de recencia (recordar lo último que ocurrió), el efecto de la primacía (recordar lo que ocurrió al inicio) y el efecto de la novedad (recordar lo diferente e inesperado).
Esos sesgos en la memoria borran gran parte de la experiencia, lo cual se debe, en gran medida, a que no prestamos suficiente atención al presente. Cuando vivimos en piloto automático, demasiado absortos en nuestras preocupaciones futuras y remordimientos del pasado o prestando una atención desmedida a las pantallas, es normal que nos perdamos el presente.
Por tanto, para dar más poder a nuestro “yo experiencial” bastaría con prestar más atención a lo que ocurre aquí y ahora. Estar plenamente presentes en la experiencia, en vez de vivirla con la mente en otra parte. Cuando entramos en ese estado de flujo podemos recordar la experiencia como un todo único, más que como destellos de novedad, lo cual nos ayudará a sentirnos realmente más felices y satisfechos.
2. Toma decisiones pensando en la rutina
Nadie – o casi nadie – toma decisiones pensando en la rutina. Tomamos decisiones pensando en los momentos fantásticos que viviremos. Sin embargo, en términos de tiempo, esos momentos fantásticos se diluyen en la cotidianidad, que ocupa gran parte de nuestra vida. Por tanto, si buscamos un nivel estable de felicidad y satisfacción vital, debemos prestar más atención a esa cotidianidad.
Se trata, por ende, de tomar decisiones teniendo en cuenta nuestro estilo de vida y la rutina que llevamos cada día, en vez de pensar en eventos únicos. De esta manera cedemos protagonismo al “yo experiencial” y mitigamos la tiranía del “yo biográfico”.
Las cosas que hacemos todos los días pueden contribuir positivamente a nuestro bienestar, hasta el punto de llegar a ser mil veces más importantes que los eventos magníficos y memorables, pero breves y puntuales. Por consiguiente, a la hora de planificar nuestra vida ideal, también debemos pensar en cómo será nuestro día a día y la satisfacción o felicidad que nos puede aportar.
3. Elige un estilo de vida, no una meta
“La vida es un viaje, no un destino” dijo Ralph Waldo Emerson. El problema es que a menudo olvidamos que es más importante la persona en la que nos convertimos mientras intentamos alcanzar una meta, que el logro de la meta en sí mismo.
Cuando nos planteamos determinados objetivos, en especial aquellos más ambiciosos, es como si nos pusiéramos unas anteojeras que nos mantienen enfocados en nuestra meta, pero nos impiden disfrutar del camino. Hipotecamos la felicidad al logro de esos objetivos. Nos decimos que seremos felices cuando los alcancemos. Ese es un gran error.
No se trata de borrar las metas, sino de elegirlas teniendo en cuenta no solo la satisfacción final – que a menudo es mucho menor de la esperada y tiene un sabor agridulce – sino el camino que debemos recorrer. Si queremos escapar de la tiranía de nuestro biógrafo interior, necesitamos enfocarnos más en el estilo de vida que queremos llevar, en vez de cegarnos con los objetivos.
¿Realmente vale la pena hacer tantos sacrificios por alcanzar esa meta? ¿Existe algún camino más agradable que pueda llevarnos a ese mismo punto? Son preguntas que vale la pena plantearnos porque si nos convertimos en esclavos de nuestras metas y recuerdos, estaremos viviendo para ellos, planificando nuestra biografía, en lugar de vivir para nosotros.
Fuente:
Kahneman, D. et. Al. (2003) Memories of colonoscopy: a randomized trial. Pain; 104(1-2): 187-94.
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