
“Yo es que soy muy sincero”, añade alguien después de haberte soltado – probablemente – las palabras más desagradables que has escuchado en mucho tiempo. Y es que esa coletilla se está volviendo demasiado habitual, generalmente para justificar las salidas de tono, las críticas destructivas o incluso los comentarios más crueles y los ataques gratuitos.
Lo que esconde la sinceridad mal entendida
Frases como “te voy a ser sincero” generalmente se utilizan para expresar un desacuerdo. Solemos decir: “te voy a ser sincero, lo que dices me parece una estupidez como la copa de un pino” o “te voy a ser sincero, luces fatal”. Sin embargo, pocas veces usamos esa expresión para decir algo positivo. No sentimos la necesidad de decir: “te voy a ser sincero, coincido plenamente contigo” o “te voy a ser sincero, estás estupendo”.
Y eso significa que somos conscientes de que debemos “disculparnos” de antemano por lo que vamos a decir y, lo que es aún peor, que sabemos que le sentará mal a nuestro interlocutor, pero aun así decidimos ir a por todas. En la inmensa mayoría de los casos, el “yo es que soy muy sincero” se convierte en un mantra para justificar la impertinencia. Utilizamos esta frase como una especie de escudo, como si la franqueza pudiera disculparlo todo.
Es como si asumiésemos que hemos llegado a un consenso social según el cual, decir “soy muy sincero” se convierte en una licencia para criticar, humillar o decirle lo primero que nos pasa por la cabeza a la persona que tenemos delante.
Por supuesto, no cabe duda de que decir la verdad es importante y nos ahorra muchísimo tiempo y malentendidos. La honestidad puede fomentar la cercanía y la conexión, pero la sinceridad llevada al extremo se convierte en sincericidio. Y eso puede hacer mucho daño.
Por tanto, si eres de las personas que sueltan “yo es que soy muy sincero” a la primera de cambio, sin la más mínima delicadeza y sin medir las consecuencias de tus palabras, en esta ocasión voy a ser muy sincera contigo: es posible decir la verdad sin herir los sentimientos de los demás, con delicadeza y amabilidad.
¿Cuándo es mejor ahorrarse la sinceridad?
Si lo que vas a decir se debe más a tu necesidad de ser sincero que a un auténtico deseo de ayudar a la otra persona, calla.
Si tu sinceridad obedece más a tu pretensión de sobresalir o sentirte superior que al deseo de aportar algo valioso, calla.
Si antes de hablar no te has tomado el tiempo de ponerte en el lugar de la persona que tienes delante para intentar entenderla, calla.
Si tus palabras pueden herir sin aportar ningún beneficio, calla.
Si tu sinceridad es innecesaria o completamente fuera de lugar, calla.
Si no eres capaz de decir lo que piensas con la delicadeza necesaria, calla.
Y si ni siquiera tienes el tiempo o las ganas de permanecer al lado de la persona que acabas de «noquear» con tu arranque de sinceridad, para acompañarla y tenderle tu mano de manera que pueda levantarse y cambiar, calla también.
Somos capaces de lidiar con la verdad mucho mejor de lo que pensamos, como demostró un estudio realizado en las universidades de Chicago y Carnegie Mellon, pero todo depende de la forma que adopte esa sinceridad. Psicólogos de las universidades de Michigan y Rochester también constataron que cuando somos demasiado directos, las expresiones sinceras suelen sentar mal y pueden herir a la persona, dañando incluso la relación. Eso no ocurre cuando decimos la verdad con sensibilidad.
Por tanto, si últimamente has escuchado un discurso que comenzaba o terminaba con un “yo es que soy muy sincero”, no dejes que esa mala educación – y a veces incluso egoísmo -camuflada de “buenas intenciones” te haga sentir mal. Las personas que te quieren de verdad o que desean que estés bien, buscarán la mejor manera de ayudarte y contarte lo que ocurre sin hacerte daño ni mermar tu bienestar.
Referencias Bibliográficas:
Lea, B. M. et. Al. (2022) When the truth helps and when it hurts: How honesty shapes well-being. Current Opinion in Psychology; 46: 101397.
Bilbao, A. (2019) Para todos los que son “muy sinceros” (…y para los que no lo son también)
Levine, E. E., & Cohen, T. R. (2018) You can handle the truth: Mispredicting the consequences of honest communication. Journal of Experimental Psychology; 147(9): 1400–1429.
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