Ser inteligentes puede bastar para que una persona sea creativa una o dos veces en un punto u otro de su vida pero no es suficiente para llevar una vida creativa ni para sostener la creatividad durante cierto periodo de tiempo.
En este modelo sólo las dos primeras partes se encuentran dentro del dominio intelectual (la inteligencia en el sentido clásico) pero la tercera supone actitudes y rasgos de personalidad. Cuando una persona se enfrenta a un problema puede ser capaz de seleccionar, codificar, comparar, analizar o procesar información pero nada de eso garantiza que pondrá en acción sus ideas o que será creativo.
La capacidad para convivir con estas situaciones sin renunciar es lo que se asocia a esta actitud. Si una persona es víctima de la impaciencia durante un proceso de búsqueda (ya sea porque se encuentra ante un abanico de posibilidades o porque se halla en medio de una multitud de elementos sin orden ni estructura), tiene pocas probabilidades de progresar. La solución de un problema complejo demanda períodos de incubación prolongados, a veces cercanos a la intuición, en donde la mente recorre nuevos caminos, salta a distintos planos y se detiene en detalles de aparente insignificancia por lo que es esencial aceptar y convivir con la ambigüedad.
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