Tres experimentos clásicos muestran cómo los estereotipos influencian nuestro comportamiento sin que nos percatemos de su incidencia.
A pesar de su mala reputación los estereotipos en ocasiones nos pueden ser de gran ayuda brindándonos una información condensada en momentos donde no tenemos mucho tiempo para decidir. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones actúan negativamente, se convierten en lineamientos rígidos que solo sirven para etiquetar y denigrar a las otras personas.
Me atrevería a decir que un buen porcentaje de la humanidad tiene algún que otro estereotipo bajo la manga y los utiliza en alguna situación pero… ¿podemos evitar pensar de manera estereotipada? ¿podemos impedir que nuestros estereotipos se activen? ¿cómo podemos intersectar un estereotipo si muchas veces ni siquiera somos conscientes de su presencia?
Estas fueron algunas de las preguntas que guiaron las investigaciones de Bargh.
En uno de sus primeros experimentos los 34 participantes fueron divididos en tres grupos. A cada grupo se le asignó (sin que ellos lo supiesen) un status: rudeza, amabilidad o ninguno. La manipulación para lograr estos estados se realizó sin que las personas sospechasen. ¿Cómo? De manera muy sencilla, los investigadores les brindaron un rompecabezas de palabras que hacían referencia a la rudeza como: «disturba», «molesta»… o a la amabilidad: «cortesía», «paciencia»… El tercer grupo completó un rompecabezas con palabras de sentido neutro.
Después de esta tarea los voluntarios debían continuar el experimento en otro sitio cuando «por casualidad» el experimentador se veía inmerso en una profunda conversación con otra persona, esta interrupción los forzaría a esperar para poder completar las pruebas.
Por supuesto, todo era una situación controlada pues los investigadores deseaban conocer qué porcentaje de personas podría interrumpirlos si el experimentador continuase hablando durante diez minutos haciendo caso omiso de ellos.
Como probablemente imaginarán, solo el 18% de las personas que formaban parte del grupo que organizó rompecabezas con palabras relacionadas con la amabilidad interrumpió la conversación mientras que el grupo sometido a un priming de rudeza aumentó sus interrupciones a un 64%.
Las personas del grupo neutral interrumpieron la conversación en un 36%.
De más está decir que no por esperados los resultados dejan de sorprender. ¿Cómo las personas pueden variar tanto sus comportamientos después de una sola sesión de priming? Un grupo se convirtió en personas ásperas y molestas después de leer 15 palabras que activaron en sus mentes el concepto de rudeza. Resulta bastante impactante el hecho de que se necesite tan poco para manipular nuestros comportamientos.
Pero dejemos la reflexión en suspenso y pasemos al segundo experimento.
En esta ocasión los investigadores centraron su atención en el estereotipo de la edad. Usaron el mismo truco anterior del rompecabezas de palabras para crear el priming en los 30 participantes. Formaron dos grupos, en uno de ellos se activó la representación del anciano a través de palabras como: «lento», «indefenso», «desvalido»… en el otro se utilizaron palabras neutras.
Esta vez los investigadores se preguntaban cuán rápido los participantes podrían caminar por un corredor de 9.75 metros. ¿Será posible que leer palabras relacionadas con la tercera edad y la lentitud que acompaña sus movimientos pueda hacernos realmente más lentos? Aunque no lo crean la respuesta es afirmativa. Las personas a las cuales se les activó el estereotipo relacionado con la tercera edad caminaban de manera mucho más lenta que el resto.
Posteriormente a cada participante se le preguntó si habían hallado alguna correlación entre el rompecabezas y lo que sucedió con posterioridad. Solo uno respondió afirmativamente.
Así, en el tercer experimento los investigadores cambiaron su método haciendo su manipulación de manera totalmente subliminal.
En esta ocasión a los 41 participantes (todos caucásicos) se les propuso completar un juego de ordenador muy monótono. Mientras las personas lo cumplimentaban imágenes de jóvenes caucásicos o afroamericanos flasheaban en la pantalla pero con una velocidad tal que a nivel consciente ninguno de los participantes las podían discriminar.
Al finalizar el juego los investigadores le dijeron a los participantes que debido a un fallo técnico, sus datos de juego no se habían guardado por lo cual debían cumplimentar una vez más la tarea. Como es de esperar, las personas ante esta noticia no se mostrarían muy felices y este estado de displacer sería expresado en su primera microexpresión facial. Inmediatamente después de esa primera reacción facial que expresaría su frustración, los investigadores le decían que había sido un error y que no debían cumplimentar nuevamente la tarea. ¿Qué reacción tendrían estas personas?
Los resultados muestran que las personas que estuvieron expuestas a los rostros caucásicos mostraron una reacción de ira y agresividad de 2 (en una escala del 0 al 10), mientras que aquellos que estuvieron expuestos a las imágenes de rostros afroamericanos mostraron un 3. Cuando se presentaron ante cuestionarios que evaluaban las actitudes racistas se pudo observar que aquellos que vieron los rostros caucásicos se mostraban menos racistas. Así, los investigadores concluyeron que la incorrecta identificación entre la etnia y la agresividad, provocó respuestas más agresivas en las personas.
No obstante, de las tres investigaciones descritas esta es la que menos me convence. Realmente no existe una gran diferencia entre las puntuaciones 2 y 3. Además, analizar las expresiones extraverbales siempre deja mucho espacio a las expectativas del investigador y su subjetividad.
Pero más allá de las posibles críticas que puedan realizársele lo cierto es que estos estudios nos muestran cuán sensibles son nuestros comportamientos ante la más mínima variación del medio. Probablemente lo más triste de estos experimentos es que demuestran que en muchas ocasiones nuestros estereotipos nos determinan de manera no consciente (hecho sobre el cual reflexiono en el artículo: «Las falacias cotidianas o el autoengaño«), por lo cual se nos haría bastante complicado poder controlar su expresión. También nos alerta sobre la necesidad de repensar nuestras palabras ya que la más mínima frase podría activar un estereotipo en nuestro interlocutor y cerrar el camino hacia el entendimiento mutuo.
Fuente:
Bargh, J. A.; Chen, M. & Burrows, L. (1996) Automaticity of social behavior: Direct effects of trait construct and stereotype activation on action. Journal of Personality and Social Psychology; 71(2): 230-244.
Kamikaze dice
Muy buena la entrada. La verdad es que este curso tengo psicologia social y estoy estudiando todo esto,estereotipos, atribución,… y supongo que es porque como es la "novedad" lo llevo más a la practica y la verdad es que está a la orden del día: conversaciones,miradas,gestos….
Saludos!!
Jennifer Delgado Suarez dice
Kamikaze, como bien dices la determinación de los estereotipos es un tema que no pasa de moda porque siempre está latente en cada uno de nosotros.
Lo peor es que generalmente modulan nuestras decisiones de manera no consciente por lo cual debemos esforzarnos cada día por descubrir cuáles son esas creencias que no tienen ningún basamento real e intentar eliminarlas.
No es una tarea sencilla pero nos simplificará mucho la vida.
Un saludo