“El ruido no hace bien, el bien no hace ruido”, dijo el francés Vicente de Paúl. Viviendo en grandes ciudades y trabajando en oficinas o fábricas rumorosas, olvidamos el sonido del silencio mientras nos sumergimos cada vez más en el ruido, el cual se convierte en la banda sonora de nuestra vida. Sin embargo, nuestro cerebro necesita el silencio. La ciencia está alertando de que el ruido puede pasarnos una factura muy elevada.
Ruido, la plaga moderna que afecta nuestro cerebro
Investigadores estadounidenses han calificado el ruido como la “plaga moderna”. Indican que “la contaminación acústica ambiental es una amenaza para la salud y el bienestar. Es más grave y generalizada que nunca, y seguirá aumentando en magnitud y gravedad debido al crecimiento de la población, la urbanización y el uso de fuentes de ruido cada vez más poderosas, variadas y altamente móviles. También seguirá creciendo debido al crecimiento sostenido del tráfico aéreo, ferroviario y de carreteras, que siguen siendo las principales fuentes de ruido ambiental”.
Señalan además que “los posibles efectos en la salud de la contaminación acústica son numerosos, generalizados, persistentes y de importancia médica y social». Concluyen que «el ruido produce efectos adversos directos y acumulativos que perjudican la salud”.
Ahora, investigadores de la Universidad de Michigan han dado un paso más allá al comprobar que el ruido al que nos exponemos a lo largo de la vida podría desencadenar demencia en la vejez. Analizaron a 5 227 personas mayores de 65 años, a quienes realizaron evaluaciones cognitivas cada tres años, además de comprobar el nivel de ruido al que estaban sometidos en su vecindario.
Constataron que un incremento de apenas 10 decibelios en el ruido ambiental correspondió a un aumento de entre un 29 y 36 % de probabilidades de desarrollar deterioro cognitivo. “Estos resultados sugieren que el ruido puede influir en la cognición en la vejez y el riesgo de demencia”, concluyeron.
Vale aclarar que «un nivel perjudicial de ruido puede ser la exposición a más de 85 decibelios (dB) durante ocho horas o 100 dB durante 15 minutos«, según la OMS. Para poner el ruido en perspectiva basta saber que en un atasco nos exponemos a una media de 90 dB mientras que una taladradora o un claxon generan 120 dB.
La neurotoxicidad del ruido
Investigaciones anteriores ya habían alertado de los peligros del ruido para nuestro cerebro. Un estudio realizado en la Universidad de Cornell reveló que el sonido constante de los aviones puede causar un aumento de la presión arterial y el nivel de estrés en los niños que viven en zonas bajo las rutas de vuelo de aeropuertos, además de provocar un déficit en la adquisición del lenguaje.
En 1975, investigadores de la Universidad de Nueva York analizaron a niños que acudían a una escuela ubicada cerca de una vía de tren elevada. La mitad de los estudiantes que participaron en la investigación se encontraban en aulas frente a las vías del tren y la otra mitad en aulas en la parte trasera más tranquila de la escuela. Se apreció que los estudiantes del lado más tranquilo obtenían mejores resultados en las pruebas de lectura y al llegar al sexto grado estaban un punto por delante de los estudiantes que acudían a las aulas más ruidosas.
La neurotoxicidad del ruido también podría extenderse a los adultos, precipitando el deterioro cognitivo y la demencia debido a los efectos de los procesos inflamatorios. En experimentos realizados con animales se ha apreciado que el ruido provoca cambios neuropatológicos indicativos de demencia. En ratones, por ejemplo, la exposición al ruido promueve la producción de beta amiloide en el tejido hipocampal, que es precisamente el origen de las demencias.
También se han apreciado procesos de estrés oxidativo, inflamación, cambios degenerativos en las sinapsis y menos frecuencia de activación neuronal. Además, los animales expuestos al ruido presentan una disminución de su capacidad de aprendizaje y memoria.
Más allá de las consecuencias neuropatológicas, los científicos creen que los efectos vasculares del ruido también pueden desencadenar los procesos de demencia ya que se han relacionado con un aumento de la frecuencia cardíaca, vasoconstricción periférica y mayor riesgo de hipertensión. Todos factores de riesgo para las demencias.
No obstante, el principal problema es que el ruido impide que nuestro cerebro descanse, manteniéndolo constantemente en alerta, afectando profundamente la calidad del sueño.
De hecho, si estamos expuestos continuamente al ruido, nuestro cerebro se mantiene constantemente ocupado, procesando la información entrante. Nuestra mente queda expuesta a un flujo continuo de estímulos externos que le arrebata el imprescindible descanso.
Cuando tampoco podemos dormir bien, porque el sueño no es reparador y sufrimos despertares continuos a lo largo de la noche, nuestro cerebro tampoco podrá deshacerse de las sustancias de desecho de su metabolismo. Por eso los problemas de sueño se han relacionado con la aparición de diferentes tipos de demencia.
Disfrutar del silencio
El silencio es una necesidad de la mente, aunque en el mundo moderno se haya convertido en un lujo. Por tanto, el primer paso para vivir en un entorno más silencioso es asegurarnos de no contribuir a la contaminación acústica. El segundo paso consiste en buscar burbujas de silencio que nos permitan acceder a un entorno más tranquilo donde dejemos atrás la irritabilidad, frustración, estrés o confusión.
Podemos salir de la ciudad para disfrutar del silencio rodeados de naturaleza, lo cual también implica apagar el móvil. Se trata de aprender a estar, sin hablar, dejando que ese silencio sanador llegue hasta cada fibra de nuestro cuerpo, para que nuestro cerebro pueda regenerarse.
Fuentes:
Weuve, J. et. Al. (2020) Long‐term community noise exposure in relation to dementia, cognition, and cognitive decline in older adults. Alzheimer & Dementia; DOI: 10.1002/alz.12191.
Cui, B. et. Al. (2015) Chronic Noise Exposure Acts Cumulatively to Exacerbate Alzheimer’s Disease-Like Amyloid-β Pathology and Neuroinflammation in the Rat Hippocampus. Nature Scientific Reports; 5: 12943.
Basner, M. et Al. (2014) Auditory and non‐auditory effects of noise on health; Lancet; 383(9925): 1325-1332 .
Evans, G. W. & Maxwell, L. (1997) Chronic Noise Exposure and Reading Deficits: The Mediating Effects of Language Acquisition. Environment and Behavior; 29(5), 638–656.
Bronzaft, A. L. & McCarthy, D. P. (1975) The Effect of Elevated Train Noise On Reading Ability. Environment and Behavior; 7(4): 517-528.
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