A lo largo de la vida, los problemas no escasean. Y debemos buscarles remedio. Pero a veces nos quedamos atascados en el proceso. Podemos pasar horas, días o incluso semanas dándole vueltas a la situación, preguntándonos qué haríamos si las circunstancias fueran diferentes o si tan solo pudiésemos tener más información o estar más seguros.
Este tipo de pensamiento genera una falsa sensación de progreso, creemos que estamos haciendo algo, cuando en realidad solo estamos procrastinando. Puede que hayamos encontrado una solución razonable o incluso ideal, pero si no podemos llevarla a la práctica, será completamente inútil.
La pregunta que debemos plantearnos cuando encontramos una solución
¿Es accionable?
Esa es la primera distinción que debemos realizar antes de seguir adelante con cualquier solución que se nos ocurra porque, si no podemos concretar nuestros planes en acciones, de poco nos servirán.
Una solución es accionable cuando confluyen dos factores:
- Existen las condiciones para implementarla y, además
- Queremos o podemos implementarla.
Por tanto, primero debemos asegurarnos de que existen las condiciones mínimas para llevar a adelante nuestra idea ya que, si el viento sopla completamente en contra, será bastante difícil avanzar.
Por otra parte, debemos cerciorarnos de que tenemos la capacidad para implementar esa solución y la fuerza necesaria para llevarla adelante. Si una solución no acaba de convencernos o no somos capaces de llevarla a buen puerto, será mejor que la descartemos.
También debemos ser conscientes de que solo hay dos respuestas posibles: sí o no. Si vacilamos o tenemos dudas, la respuesta es “no”. Quizá en un futuro, cuando las circunstancias cambien esa solución será viable, pero ahora mismo no lo es, por lo que debemos buscar en otra dirección o esperar, si es posible y sensato.
Pasar de la parálisis a la acción
Pasar las soluciones que hemos encontrado por esos dos filtros nos permitirá avanzar, en vez de quedarnos atascados en opciones que no son practicables y que a menudo solo sirven para ilusionarnos en vano mientras el problema de fondo sigue creciendo.
De hecho, el coste de no hacer esa distinción es bastante alto. No solo aumentamos la probabilidad de darle demasiadas vueltas a las cosas, con el consecuente desgaste mental que conlleva, sino que podemos alejarnos cada vez más de la realidad y, por ende, de una solución válida.
Para evitarlo, es conveniente definir el resultado final que deseamos alcanzar porque cuando sabemos adónde queremos llegar, podemos ver mejor el camino. Luego, simplemente pregúntate si ese resultado es objetivo y si tienes la fuerza necesaria para recorrer ese trayecto. Si no ves claro alguno de los puntos, simplemente descarta la solución y enfócate en la siguiente.
Cuando elaboras un plan y comienzas a actuar, las preocupaciones suelen desvanecerse porque tu mente ya no se encuentra atada a la búsqueda de una solución. Cuando te ocupas, no necesitas seguir preocupándote.
Es fácil perderse en el análisis de soluciones complicadas que parecen perfectas en tu mente, pero que no se ajustan a la realidad o demandan un esfuerzo tan descomunal que no compensan. A veces nos obsesionamos con las alternativas “perfectas”, ignorando que las respuestas más simples suelen ser las más efectivas. A veces, solo tenemos que reconocer que no necesitamos una solución perfecta, sino una solución accionable. Empezar por lo que podemos hacer hoy, es el primer paso para solucionar los problemas que arrastramos desde hace tiempo. Puede que el primer paso no te lleve a donde quieres ir, pero te saca de donde estás.
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