La película «Ágora» del director español Alejandro Amenábar es una historia desgarradora. Desde mi perspectiva uno de los mejores filmes que he visto en los últimos tiempos porque es capaz de: 1. brindar una perspectiva diversa de los acontecimientos históricos y, 2. ofrecer un mensaje esencial que puede extrapolarse a todos los tiempos.
Para aquellos que no han visto el filme les sintetizo la idea esencial alrededor de la cual gira la trama: es la historia de la instauración del cristianismo como religión de Estado en la Alejandría de finales del siglo IV D.C.; primero en plena guerra con los paganos y posteriormente con los judíos. Por supuesto, también existen historias individuales que nos inducen a reflexionar como son: la búsqueda del conocimiento encarnada en el personaje de la filósofa Hipatia, la historia de la conversión religiosa de un esclavo y el difícil arte de tomar decisiones cuando se ostenta el poder, representado en el personaje de un político.
No obstante, más allá y también más acá de las religiones yo solo pude apreciar dos cosas: la violencia desmedida y la manipulación de las masas. Dos actitudes que, desgraciadamente, son transversales en el tiempo.
La violencia que se aprecia en el filme entre las personas que pertenecen a los diferentes grupos religiosos es verdaderamente desconcertante, no tanto por la violencia en sí, a la cual estamos acostumbrados en otras superproducciones como Troya o El gladiador sino por la violencia sin titubeo, sin la más mínima posibilidad de perdón; la violencia que es generada y manipulada deliberadamente por una élite. Una violencia que encontramos hoy, con un trasfondo histórico diferente, pero ante la cual la mayoría de las personas cierran los ojos.
¿Qué puede enseñarnos la película «Ágora»?
El mensaje esencial, al menos para mí, se encuentra en los finales del filme y en boca de Hipatia: «Ustedes pueden creer y tener fe porque no dudan pero yo debo cuestionarlo todo». Con estas palabras firma su sentencia de muerte pero nos brinda una poderosa idea para repensar.
No importa si la sociedad es monoteísta o politeísta, si marcha al comunismo o al capitalismo; si cada persona hace dejación de uno de sus poderes esenciales: la capacidad de autodeterminarse, terminará por engrosar las filas de una masa que se deja conducir sin cuestionarse los más mínimos dilemas morales. Decía Freud muy acertadamente: «cuando dos personas piensan exactamente igual, puedo asegurarles que una de ellas está pensando por ambos». La posibilidad de cuestionar lo que nos rodea nos brinda un camino para lograr el crecimiento, para la reconstrucción personal y nos hace dueños de nuestras vidas. Maniatar la capacidad de dudar es entregarnos a los manipuladores que pueden estar encarnados en el personaje de un presidente dictatorial, un obispo, la publicidad o simplemente en nuestra más amada pareja.
Desgraciadamente a través de la historia muchos hombres “poderosos” han intentado anular la capacidad de cada una de las personas para pensar de forma libre o simplemente la posibilidad de dudar y cuestionar el entorno. Pero esto no es agua pasada, hoy mismo es pan cotidiano prácticamente en cada escuela: la Historia se enseña cual si fuera una materia muerta, no es de extrañar entonces que a la mayoría de los estudiantes no les interese; el Español tiene sus reglas ortográficas inamovibles e incluso la Matemática se convierte en un puñado de teoremas que se aprenden a golpe de memoria. Así, se convierte en generalidad lo que debería ser excepción: las personas se guían por lo que hace la masa, quizás siguiendo el refrán popular: «tantos ojos no pueden estar equivocados». Por supuesto, es más sencillo que alguien piense por nosotros pero en el preciso instante en que dejamos de cuestionar y aceptamos una verdad ajena se anula nuestra voluntad pero no nuestra responsabilidad.
Por supuesto, los medios de manipulación son muy diversos y subrepticios, Erich Fromm expresaba que cuando las personas no pueden ver la figura física de un opresor se sienten libres pero la realidad es bien diversa ya que existen cadenas diferentes, pero al fin y al cabo, cadenas. Para ejemplificar esta idea basta decir que en Italia quizás se prohíba la exhibición del filme, por supuesto, resultado de la consecuente presión que ejerce el Vaticano. Es increíble que en un mundo supuestamente libre y democrático aún sucedan cosas como estas o… ¿quizás el mundo no es tan libre?… creo que va siendo hora de que comencemos a reflexionar sobre nuestras cuotas de responsabilidad y nuestro verdadero nivel de autodeterminación.
Para finalizar exhortaría a todos a que valoraran por sí mismos el filme, intentando eliminar los prejuicios y estereotipos. No es cuestión de debatir sobre el director o sobre la calidad de la puesta en escena, aunque para mi casi todos los detalles técnicos rondan la perfección; sino de ponerse de frente a los dilemas morales y a las contradicciones que se nos presentan con cada personaje.
Ágora no es un filme para quedarse a flor de piel, es una oportunidad para reflexionar sobre nosotros mismos.
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